sábado, 14 de abril de 2018

¿Dónde está Dios? ¿Qué Dios?


¿Dónde está Dios? ¿Qué Dios?

Un día, un periodista preguntó a Einstein: “Profesor, ¿cree Usted en Dios?”. Einstein le contestó: “explíqueme lo que Usted entiende por Dios y, entonces, le diré si creo o no”. Encontré esta anécdota en un libro del año 2005 que recoge una apasionante controversia pública entre André Comte-Sponville, un gran filósofo ateo, y Henri Cazelle Decano de Filosofía del Instituto Católico de Paris, titulado, en traducción del francés, “¿Existe Dios, todavía?”.
 
El libro tiene perlas como cuando Comte-Sponville dice que “preferiría que Dios existiera” (dando a entender que así viviría en la seguridad (ilusa) de tener respuestas a todo) a lo que responde Cazelle que “a veces él preferiría exactamente lo contrario: mi vida sería mucho más fácil, no tendría que defender, a veces muy penosamente, la credibilidad del Dios misterioso”. 


El mes de septiembre pasado participé en Roma, como invitado, en la Semana preparatoria al Sinodo de los Obispos de octubre de 2018 sobre los jóvenes. El excelente documento introductorio a la Semana se titulaba “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Al final de la Semana constaté que se habló mucho de jóvenes, un poco de la fe y prácticamente nada de la vocación. Dios fue mentado, con alguna frecuencia, pero casi como un latiguillo, “a Dios gracias”, “hacer la voluntad de Dios”, “el Dios que se ha manifestado en Jesús” etc.  Pero alguien, en un momento indicó, casi como de pasada, que estábamos transitando de la cuestión de Dios a la del misterio de Dios. Se me encendió el cerebro, recordé la anécdota de Einstein y el dialogo entre filósofo ateo y el decano de Teología y mi corazón se puso a palpitar con fuerza. Tomé notas y las retoqué y amplié en mi habitación.

  
Creo, en efecto, que, en la actualidad estamos viviendo un momento en el que en vez de poner el acento en si Dios existe o no, en si se cree o no en Dios, tanto si se es joven como adulto, se ha desplazado a la cuestión de indagar en Dios como misterio, o si se prefiere, en lo que supone el misterio de Dios. Dios, que está en boca de todos. Para bien y para mal. Para afirmarlo como para negarlo, pero sin saber quién (o qué) se afirma o se niega. Dios como misterio, Dios como interrogante, Dios como anhelo, Dios como horizonte, un Dios indefinido por indefinible, pero, no por ello, con menor presencia en lo inefable, en lo indecible pues, como la música, el arte, lo bello, el amor, sí, pero también el dolor, la angustia ante el sufrimiento, el mal, la injusticia, etc., etc., son sentimientos y vivencias que están más allá de la palabra. Como Dios. Dios está más allá de la palabra dios. O quizá, está allá donde menos se le espera.

Un día de agosto de 2009, en la Quincena Musical de Donostia escuchábamos levitando (dirigía Gardiner) el oratorio Elías de Mendelssohn. De pronto, leí, en la traducción simultánea, este texto del libreto que traslado, apenas resumido, aquí.  Ante Elías desamparado, que reclama “ver el rostro de Yavé (el nombre de Dios en la tradición judía del Antiguo Testamento)” el coro canta: “Un viento poderoso que rompía los montes y quebraba las piedras pasó, pero Yavé no estaba en el viento. La tierra tembló y el mar rugió, pero Yavé no estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego, pero Yavé no estaba en el fuego. Y tras el fuego vino un ligero y suave susurro. Y en el susurro vino Yavé”. (De Reyes 1, 19/10-13). ¡Vaya texto!

¡En el susurro vino Yavé! Y, ¿si Dios se manifestara, no con truenos y relámpagos, terremotos y fuegos, esto es, no al modo de grandes tratados ni en fórmulas perentorias e impositivas, sino en la insinuación (“a Dios nadie le ha visto, jamás” (Jn. 1,18; 1 Jn. 4.) recordará el teólogo y filósofo Maurice Bellet en un magnifico librillo, al modo de susurro, “brisa tenue”, como traduce Schökel el texto de arriba? 
 

Porque hemos sido socializados en un Dios extraterrestre, en un Dios fuera de lo humano, que todo lo sabe, todo lo ve, todo lo juzga y, sobre todo, si algo haces mal, te castiga. Nosotros, los vascos, lo tenemos muy complicado pues Dios en euskera se dice “Jaungoikoa”, el “Señor de lo alto”, el “Señor que está ahí arriba”. 

Recientemente, trabajando en mi nuevo libro (“Morir para renacer. Otra Iglesia posible en la era global y plural”. Ed. San Pablo, 2017), tuve como un fogonazo, una chispa intelectual, devenida anímica, releyendo la tesis de Marcel Gauchet de 1985 sobre “el cristianismo como la religión de la salida de la religión”, a la que vuelve en 2017 en el cuarto volumen de un extraordinario ensayo sobre el porvenir de la democracia. Pero no se entienda la expresión del cristianismo como la religión de la salida de la religión como si “la gente ya no creyera en Dios. ¡Realmente no creían más en otros tiempos! (….) La salida de la religión es la salida de la organización religiosa del mundo”, dirá Gauchet, esto es, que la religión no dicta ya la organización de la sociedad, lo que es otra cosa bien distinta. Y lo que permite hablar del advenimiento de la democracia, solamente en regiones de cultura y religión cristiana, y no en la musulmana o judía ortodoxa, apostillará Gauchet.

Pues, añade: “Lo que es determinante en el caso cristiano, es el propio Cristo. La idea de la encarnación no brilla por su racionalidad. La idea de un solo Dios parece incompatible con la idea de un Dios delegado que ejerza de intermediario. Es posible que (Dios) necesite un mensajero, como Moisés en los judíos o Mahoma en el caso del islam, pero con Cristo se trata de otra cosa, un enviado que es, él mismo, Dios. Un Dios que toma la forma de hombre. Pero esta extraña idea tiene un efecto importante. La encarnación obliga a concebir una alteridad radical de Dios (del Dios extraterrestre, de Yahvé y de Alá). ¿Qué es este Dios que nos habla desde el interior de nuestro mundo de los hombres y que, por lo tanto, aparece completamente exterior en relación al Dios de Yahvé y de Alá?”.

Para Gauchet, el Dios de los cristianos le resulta incomprensible. En realidad, es imposible, cuando la idea de Dios, su idea de Dios, se limita a la de un extraterrestre, omnipotente, que todo lo ve y lo juzga, que dicta, soberanamente, lo bueno y lo malo, como la idea del Dios de los vascos antes de la cristianización de Euskadi, "Jaungoikoa", el Señor de arriba. Pero a Gauchet la idea de un Dios hombre, hombre y Dios, de un Dios humano, de un Dios que nos habla desde la entraña misma de nuestra humanidad, aunque extraño pues él no ha salido de la categoría del Dios extraterrestre, le permite dar el salto a la autonomía de las realidades terrestres, utilizando yo aquí la expresión de Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, el Dios que no elimina la autonomía de la persona humana, mujer y hombre, y permite el advenimiento de la deliberación, de la discusión, también del NO a la religión, si esa es la opción de cada uno, el Dios que supera la teocracia para el advenimiento de la democracia.

Escribirá Gauchet en su blog que “Cristo viene simplemente para testimoniar el interés del Padre por la salvación de los hombres. No nos dice inmediatamente lo que hay que hacer, sino que hay que pensar en otro mundo. La encarnación de Cristo, continua Gauchet, es portador de toda una serie de desarrollos potenciales que necesitarán siglos y siglos para expresarse, pero que permitirán, paso a paso, la emergencia de un mundo humano autónomo a partir del mundo religioso. No hay nada sorprendente, para un cristiano convencido, pensar, sin dejar de ser perfectamente cristiano, que los hombres hacen su ley, que las relaciones entre ellos son un área y que lo que conecta a cada individuo a Dios, es otra”.

Pido excusas por este largo circunloquio a través de Marcel Gauchet para aterrizar en el Dios que se manifiesta en Jesús, el Cristo. Hay que recordar, hoy más que nunca, el Concilio de Calcedonia del año 451 quien definió a Jesucristo “perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios, y verdaderamente hombre “compuesto” de alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado”. Un Dios humano. Un humano que es Dios.

Esta es la autopista para acceder a Dios, para entender a Dios: la persona humana de Jesús de Nazaret, hijo de José y María, y que manifestaba tener una relación especial con Dios Padre al que, en su idioma, el arameo, denominaba Abba, expresión cariñosa de cercanía y consideración con el padre, con quien se participa de una particular proximidad que, en el lenguaje del siglo V, denominan consustancial al Padre en su divinidad. Esta relación del hijo Dios con su padre Dios, conforma, junto al Espíritu Santo, Dios, el gran misterio de la divinidad de nuestro Dios, misterio para el que las palabras se quedan cortas. Como ante la música, permítaseme el salto en el vacío, que la definía Steiner como el ámbito a donde no llegan las palabras. Pero no por ello la música es menos real, menos perceptible, menos vibrante. Aunque algunos vibren más que otros ante la música, y según qué música. Como ante Dios y según qué Dios.

Hace más de un siglo un teólogo biblista dijo que nosotros creemos porque otros creyeron antes que nosotros. Pero hay más que eso. Otros, los compañeros de Jesus en su corta vida, tras el fiasco de su ejecución, al poco tuvieron la experiencia vívida de que Jesús seguía con ellos de alguna manera. Seguían experimentando, vivo, al Jesus ejecutado. Decían que Dios le había resucitado. Así, no se dispersaron del todo, sino que conformaron núcleos de seguidores de Jesús, aquí y allá, y muy pronto, de boca en boca, se fueron pasando dichos y hechos de Jesús hasta que, ya muertos los compañeros de Jesús, decidieron poner por escrito esos hechos y dichos de Jesús. Y en esos textos, Jesús nos indica donde podemos encontrarle, donde está Dios.

Por ejemplo, en la parábola del juicio final leemos en Mateo 25/ 34-40: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme." Entonces los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos, o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?" Y el Rey (el Padre) les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis."

Este inmenso texto, que algunos denominan el evangelio de los ateos, es la otra autopista que nos lleva a Dios. Jesús es como nuestro hermano mayor y todo lo que hacemos a los necesitados, del tipo que sea, se lo estamos haciendo a sus hermanos menores, a nosotros mismos, los humanos en necesidad.

Dios no es el señor con barba blanca que está allá en los cielos, representado a veces como un triángulo que encierra un ojo que todo lo ve. Dios se nos manifiesta en la persona de Jesús de Nazaret, en su experiencia vital con Abba, su Padre, que creó el mundo por Amor y que en la encarnación en Jesús, supera el Dios extraterrestre del Antiguo Testamento, autonomiza al género humano (que le puede decir NO) y nos dice que le amemos; que le amemos en nuestros hermanos, particularmente en los más necesitados, porque, -  lo vio bien Juan el evangelista, el discípulo amado, nos dicen los evangelios - no se puede amar a Dios a quien no se ve, si no se ama al prójimo que está al lado. Porque Dios está en Jesús, sí, en la Trinidad si, y está también aquí cerca, al lado para el que quiera ver: en el que tiene hambre, está sediento, desnudo, expatriado, en la cárcel, enfermo, solo….

Donostia, Navidad de 2017
Javier Elzo

(Texto enviado, tras su solicitud, para la revista online “Creure i saber” editado por el “Col.lectiu de professors universitaris cristians” de Catalunya)

Publicado en el nº 9 de la revista de abril de 2018.

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