sábado, 23 de diciembre de 2017

El rechazo al nacionalismo

El rechazo al nacionalismo

Una versión reducida de este texto se publicó en DEIA y en “Noticias de Gipuzkoa” el 15 de diciembre de 2017


El nacionalismo tiene mala prensa. Muy mala. Hay que buscar con lupa un texto en el que se alaben las virtudes del nacionalismo. Incluso quienes se dicen nacionalistas, cuando están fuera del círculo de amigos o de otros nacionalistas, se expresan, frecuentemente, como tales nacionalistas, con toda suerte de circunloquios: nacionalista abierto, en nada etnicista ni xenófobo, menos aún racista; nacionalista sí, pero de izquierdas (ser nacionalista y de derechas puede ser lo peor de lo peor y tildado de fascista como poco) moderadamente nacionalista etc., etc. Por el contrario, la crítica al nacionalismo aparece por doquier, en la derecha como en la izquierda, en el poder como en la oposición, entre laicos como entre religiosos, etc. Pero, según desde donde se hable, se puede tildar como nacionalistas a colectivos bien diferentes. Es lo que trato de mostrar en estas líneas, con textos recientes, provenientes de ámbitos y sensibilidades políticas diferentes. Básicamente retendré, con alguna excepción, posiciones anti- nacionalistas por personas o colectivos tenidos como bastante moderados o, al menos, no extremistas. 

El líder del PSC, Miquel Iceta, ha reprochado al alcalde de Gimenells, Dante Pérez, que se haya ido con "los nacionalistas del PP", después de que el edil leridano fichara ayer por el PP horas después de romper el carné socialista por "no querer compartir partido, dijo, con los nacionalistas de Unió". (EFE 10/11/17). Para Iceta, la maldad no parece residir en que el alcalde de su partido lo haya abandonado para pasarse al PP, sino que lo haga prefiriendo el nacionalismo del PP al de Unió.

Según refiere la misma agencia EFE (19/11/17), el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, ha llamado a aprovechar el 21D para "poner fin al nacionalismo y su idea caduca", que ha definido como "un veneno que puede enfermar a Europa", y acabar con "40 años donde el nacionalismo nos ha marcado la agenda". Rivera ha dicho a los "nostálgicos", en alusión a PP y PSOE, que "el bipartidismo y el pasteleo con los nacionalistas ha muerto" porque "el pueblo español ya no lo tolera" y porque "ha llegado Ciudadanos".
"Ciudadanos es la alternativa ciudadana frente a la hegemonía nacionalista" ha añadido, y la apuesta por "valores cívicos no identitarios". y es la garantía para lograr una "Cataluña libre, sí: pero de corrupción, de imposición y de nacionalismo". Recuérdese que votó en contra del Cupo vasco el pasado 23 de noviembre en el Parlamento de Madrid.
Claro que la idea de que el nacionalismo es un veneno ha debido tomarla, Albert Rivera, nada menos que de Juncker, el presidente de la Comisión Europea quien en una entrevista al diario “El País” del día anterior declaraba que “el nacionalismo es veneno. (…) Estoy a favor de la Europa de las regiones: de respetar la identidad, la diferencia. Pero eso no supone que vayamos a seguir a esas regiones en todas sus aventuras, que a veces son un tremendo error”. Y ya refiriéndose a Catalunya, añade: “El Gobierno y la Generalitat pueden discutir el grado de autonomía, pero Europa es un club de naciones, y no acepto que las regiones vayan contra las naciones. Menos aún fuera de la ley”. ¡Acabáramos! El nacionalismo malo es el de las regiones, no el de las naciones estado. Pero, como veremos inmediatamente, no piensa lo mismo, Enrico Letta, quien fuera primer ministro de Italia.

No entro hoy, aquí, en el tema del cumplimiento de la ley, aunque no sin señalar, que hay muchas leyes no cumplidas. El Estatuto de Gernika es un clamoroso ejemplo de ello. (Ya sé que no es lo mismo, pero no hay nunca dos situaciones históricas idénticas). Quiero subrayar la idea clave de una concepción de Europa como club de naciones, club frente al que las regiones solo les queda doblegarse.

He concluido la lectura del reciente libro de Enrico Letta “Hacer Europa y no la guerra”, Península 2017. Letta es un político de cultura democristiana, que además de primer ministro en Italia, tras haber sido ministro de Asuntos Exteriores, actualmente, entre otras cosas, es el presidente del Instituto Jacques Delors. Letta tiene un perfil con el que “a priori” yo comulgaría. Ha escrito un breve libro, con aspectos interesantes, otros criticables. Al final, la lectura de libro, junto a algunos capítulos francamente interesantes, suscita más preguntas de las que pretende resolver. A mi juicio, obviamente.

Para Letta, uno de los principales problemas de Europa radica en los nacionalismos. Pensando en la Unión Europea, escribe que “se perfila un nuevo bipartidismo político entre globalistas y nacionalistas, como vimos en la última campaña presidencial francesa” (P. 72). Léase todo el capítulo y se constatará que Letta piensa, exclusivamente, en los nacionalismos de Estado, el francés, inglés, alemán, italiano etc. No menta en absoluto los nacionalismos de los países sin estado, como el vasco, catalán, escocés, flamenco etc. Y cuando habla de vascos, bretones, andaluces, alsacianos, lombardos o sicilianos, lo hace como “hijos de una misma familia” (p. 95): la familia del estado al que pertenecen. Para Letta esto es muy claro. La familia es el Estado, lo que, así dicho, sin matiz alguno, es insostenible. Doy un ejemplo fuera de España para no cortocircuitar la lectura de estas líneas.

Habiendo estudiado en Lovaina y manteniendo relación desde hace 50 años con Bélgica, resulta imposible decir que flamencos y valores pertenecen a la misma familia. Son circunstancias concretas (entre otras que Bruselas en territorio flamenca se habla básicamente francés, aunque en la actualidad también inglés, árabe, español…). En la misma página 95 del libro de Letta podemos leer que “la misión de Europa no es borrar los Estados. Tampoco constituye un superestado. Cuanto se aborda a nivel europeo debe hacerse así porque no puede hacerse a nivel nacional (…). Pero no es posible reducir a Europa a un nivel pertinente de acción, a una escala eficaz (…) sino también a un sentimiento de pertenencia a Europa que podamos experimentar en el interior”.

¡Ay!, no salimos de la Europa de los estados, de las naciones-estado, más que por razones de eficacia ante el poderío de los países emergentes, de Asia y del traslado del centro de gravedad del planeta del Atlántico al Pacifico. Los países sin estado, incluso los que tienen un gran sentimiento europeísta como Escocia, Flandes, Euskadi, Catalunya etc., quedan sencillamente arrinconados y como protesten … miren lo que está pasando en Catalunya. Algún día habrá que detenerse a pensar el porqué de la mala fama del término nacionalista y a qué realidades sociopolíticas se aplica, y quién las aplica. 

En la Iglesia Católica, en España, a cuenta del conflicto catalán se ha vuelto a escuchar aquello de que “la unidad de España es un bien moral”. Y cosas aún más fuertes. He aquí un par de ejemplos. El cardenal Fernando Sebastian ha escrito un artículo que ha titulado “Catalunya querida”, titular que, a juicio del historiador y monje de Monserrat Hilari Raguer, suena a sarcasmo. En efecto escribe Sebastián: “El nacionalismo es siempre victimista, pero es victimista porque antes, y más profundamente, es egoísta, se cree más que los demás y quiere más que los demás. Es egoísta e insolidario. Pretende estar solo para vivir mejor (…) Y algo tiene que ver también en todo esto la descristianización galopante que está sufriendo Cataluña en estos años. El independentismo descristianiza y la descristianización favorece el independentismo”. (En Vida Nueva nº 3.056, Octubre-Noviembre 2017). ¡Qué cosas hay que leer! No había leído nunca que independentismo y descristianización hacían pareja.

Pero no se queda atrás el Cardenal Cañizares. En una entrevista a la pregunta de si “se puede ser independentista y un buen católico”, responde esto: “En el caso de la secesión, no. Lo digo cuando se trata de países democráticos. No se puede ser católico en Italia y defender el secesionismo”. Pero piensa en España cuando declara “que (en la Conferencia Episcopal española) deberíamos entrar más a fondo en el tema de la unidad de España, del valor moral de la unidad de España. El problema de los nacionalismos no es exclusivo de nuestro país. Está en Italia con el norte, en Francia con Córcega, en Alemania con Baviera, en Bélgica con Flandes, en Reino Unido con Escocia.... Es un tema muy actual. Sería muy oportuno que en estos momentos se hiciese una calificación de la no legitimidad del secesionismo en países democráticos”. (De una entrevista en “La Razón”, 26 /11/17)

Para Sebastián independentismo y descristianización van de la mano. Para Cañizares un buen católico no puede ser independentista. Si, la sombra del nacional - catolicismo español es muy alargada y sigue vigente.

Ya que este artículo iba de citaciones, permítanme que lo concluya con el gran Edgar Morin cuando escribía (Le Monde 30/04/17) que “la división izquierda-derecha es invisible en la economía y en la política exterior. y, en su lugar vivimos una alternativa estéril entre la globalización y la región, entre Europa y la nación, entre americanización y soberanismo, cuando habría que promover la independencia en la interdependencia, aceptar la globalización en todo lo que suponga cooperación y cultura, mientras que los territorios están amenazados de desertificación” (…) “Se trata de mantener y proteger la nación en la apertura a Europa y al mundo. Debemos ir más allá de la alternativa estéril entre la globalización y el nacionalismo”.


Pero pocos políticos y cardenales leen a Edgar Morín quien defiende la independencia en la interdependencia. Si les parece un trabalenguas quédense con la soberanía compartida. Es que además no hay otra, aunque los unionistas quieran no verlo. Claro que algunos independentistas tampoco.

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