Navid Kermani: Una conferencia excepcional sobre la cultura occidental y el Islam
Presento a continuación un texto largo de doce páginas que es de lo mejor que he leÃdo estos últimos años acerca del conflicto con (parte) del Islam de (parte) del mundo occidental. Sugiero una lectura, y relectura, sin prisas.
El primer texto, de dos páginas, es la presentación del personaje, el historiador germano-iranÃ, Navid Kermani y su obra, por la agencia EFE el dÃa en el que le entregaron el Premio de
El segundo texto, es el extraordinario discurso que pronunció ese dÃa al recibir el Premio.
(1). (Texto de EFE cuando le dieron el Premio de
La biografÃa y la obra polifacética de Navid Kermani, Premio de
Su condición de hijo de inmigrantes iranÃes y de musulmán ilustrado hacen de Kermani -que se define como un "niño de
En cierto modo, como él mismo dijo hoy en conferencia de prensa, el que le hayan dado por primera vez el Premio de
Un periodista insiste en el tema y le pregunta si, como musulmán, no se siente ofendido por "Los versos satánicos" de Rushdhie.
"Los que me ofenden son aquellos que asesinan, decapitan y lapidan en nombre del islam", fue su respuesta.
El diálogo entre el islam y la cultura alemana, entre el islam y el cristianismo, el rechazo al fundamentalismo desde una visión musulmana, la crisis de los refugiados y la defensa de la libertad de expresión son elementos presentes en la obra de este escritor casi imposible de definir por los diversos registros que usa.
"Cuando mi hija tenÃa dos o tres años y la preguntaron por la profesión de su padre dijo que yo era un 'leseschreiber'", dijo hoy Kermani en la feria usando un neologismo que se podrÃa traducir por algo asà como "leescritor".
"Acertó. Para mà leer y escribir son igualmente importantes y las dos cosas son parte de mi oficio", añadió.
Con ese término tal vez pueda definirse al Kermani novelista, autor de obras como "Tu nombre" en la que se desdobla en todas sus identidades, y al Kermani académico, con libros como "Dios es bello", en el que ofrece una lectura estética del Corán o ensayos sobre temas islámicos, arte cristiano o literatura alemana.
Sin embargo, queda fuera el Kermani reportero y periodista que, cuando recibió la noticia del Premio de
Ante ello, las preguntas por el reto de la integración de los refugiados surgen de todas las esquinas.
Kermani dice que será una tarea difÃcil, no solo por el número de refugiados, sino porque muchos llegan con un nivel de educación bajo, lo que hace la integración más difÃcil.
Sin embargo, pese a ello, la actitud de la gente en Alemania le genera al escritor cierto optimismo.
"Hay una ola de solidaridad que hace diez años no me hubiera imaginado. En todas partes hay iniciativas ciudadanas a favor de los refugiados. Eso no quiere decir que no haya otras actitudes que me preocupen", dijo.
Los padres de Kermani llegaron a Alemania en 1959, procedentes de Irán, y se establecieron en Siegen (oeste de Alemania) donde el escritor nació en 1967.
"Mi padre era estudiante de medicina y las razones no fueron directamente polÃticas, pero en ese momento casi todos los estudiantes estaban de una u otra manera contra el sha y hubo una gran emigración de académicos", dice el escritor.
En el colegio, en su clase, Kermani era el único niño de origen extranjero lo que muestra como ha cambiado la sociedad alemana.
"A la mayorÃa de los extranjeros (sobre todo hijos de "Gastarbeiter" -trabajadores invitados-) los ponÃan en clases separadas porque creÃan que algún dÃa iban a marcharse", recordó.
Preguntado sobre a quién le han dado realmente el premio los libreros, si al joven persa o al muchacho de Siegen, Kermani responde: "Para mi esa no es una dicotomÃa. Vivo a gusto en ese paÃs, pertenezco a él y asumo toda su historia. Sus crÃmenes son también mis crÃmenes".
"Pero la cultura persa es también parte de mi cultura", agrega.
Y aunque su idioma literario sea el alemán ("En persa solo puedo escribir e-mails", dice), la lengua de sus antepasados sigue siendo para él "el idioma de las grandes palabras".
"Fue el idioma en que me habló mi madre cuando era bebé y también se lo transmito a mis hijas", concluyó.
Rodrigo Zuleta
Navid Kermani
(2) Texto del discurso pronunciado por Kermani al recibir el Premio“Más allá de las fronteras”
JACQUES MOURAD Y EL AMOR EN SIRIA
navid kermani
(Trasladado de) La Vanguardia 28/11/2015 -
01:04h Lea
la versión en catalán
“El mismo dÃa en que supe que se me
habÃa concedido el Premio de la
Paz de los Libreros Alemanes, ese mismo dÃa, Jacques Mourad
fue secuestrado en Siria. Dos hombres armados preguntaron por él en el
monasterio de Mar Elian, en las afueras de la pequeña ciudad de Qariatain. Lo
encontraron en el modesto despacho que hacÃa también las veces de sala de estar
y dormitorio, lo agarraron y se lo llevaron. El 21 de mayo del 2015 Jacques
Mourad se convirtió en rehén de la organización llamada Estado Islámico.
Conocà al padre Jacques en el otoño del
2012, con ocasión de un viaje realizado por una Siria ya en guerra para
escribir un reportaje sobre la situación en el paÃs. Era el responsable de la
comunidad católica de Qariatain y también pertenecÃa a la Orden de Mar Musa, fundada a
principios de la
década de 1980 en un antiguo monasterio paleocristiano. Se trata de una
comunidad especial e incluso única puesto que está igualmente comprometida con
el islam y el amor a los musulmanes. Si bien los monjes y monjas que la
componen siguen escrupulosamente los mandamientos y los ritos de la Iglesia católica, también
están igual de comprometidos con el islam y participan en las tradiciones
musulmanas, incluido el ramadán. Puede parecer disparatado, e incluso ridÃculo:
unos cristianos que, según sus propias palabras, se han enamorado del islam. Y,
sin embargo, ese amor cristiano-musulmán ha sido hasta hace muy poco una
realidad en Siria, y todavÃa lo es en el corazón de muchos sirios. Con la
fuerza de sus brazos, la bondad de sus corazones y las plegarias de sus almas,
los miembros de Mar Musa crearon un lugar que me pareció una utopÃa y que para
ellos apuntaba a la reconciliación escatológica; un lugar del que no decÃan que
anticipaba la reconciliación, pero en el que esta se dejaba sentir y cuya
existencia era una condición para ella: un monasterio de piedra del siglo VII
en medio de la imponente soledad del montañoso desierto sirio visitado por
cristianos de todo el mundo y a cuya puerta llamaban muchos más musulmanes
árabes (decenas, incluso centenares) para encontrarse con sus hermanos
cristianos, hablar, cantar, estar en silencio con ellos y también rezar
siguiendo el rito islámico en un
rincón de la iglesia desprovisto de imágenes.
rincón de la iglesia desprovisto de imágenes.
Cuando visité al padre Jacques en el
2012, el fundador de la comunidad, el jesuita italiano Paolo Dall’Oglio,
acababa de ser expulsado del paÃs. El padre Paolo se habÃa mostrado demasiado
abierto en sus crÃticas al gobierno de El Asad, que, tras nueve meses de
llamamientos populares pacÃficos en favor de la libertad y la democracia, habÃa
respondido con detenciones y torturas, porras y rifles de asalto, y al final
con horribles matanzas e incluso ataques con gas venenoso hasta que el paÃs se
vio sumido en una guerra civil. Además, el padre Paolo también se habÃa opuesto
a la jerarquÃa de las iglesias oficiales sirias, que no alzaron su voz ante la
violencia gubernamental. En vano intentó convencer a Europa para que apoyara el
movimiento democrático sirio y que las Naciones Unidas impusieran una zona de
exclusión aérea o como mÃnimo enviaran observadores. En vano advirtió del
peligro de una guerra confesional si los grupos laicos y moderados eran
abandonados y sólo recibÃan ayuda exterior los yihadistas. En vano intentó
romper el muro de la apatÃa. En el verano del 2013, el fundador de la comunidad
regresó en secreto a Siria para ayudar a liberar a unos amigos musulmanes en
manos del Estado Islámico y fue él mismo secuestrado. No hay rastro alguno del
padre Paolo Dall’Oglio desde el 28 de julio del 2013.
El padre Jacques, sobre quien recaÃa
cuando lo visité toda la responsabilidad del monasterio de Mar Elian, tenÃa un
carácter muy diferente: no era un orador dotado ni un italiano carismático y
temperamental; como muchos de los sirios que conocÃ, era un hombre orgulloso,
reflexivo y extremadamente cortés, bastante alto, ancho de cara, con el pelo
corto y todavÃa sin canas. No llegué a conocerlo en profundidad, por supuesto;
asistà a la misa, que como en todas las iglesias orientales incluyó hermosos
cantos, y vi cómo conversaba afectuosamente con los fieles y los dignatarios
locales durante el posterior almuerzo. Cuando se despidió de todos los
invitados, me llevó a su pequeña celda y colocó para mà una silla junto a la
estrecha cama en la que permaneció sentado durante la media hora que duró
nuestra entrevista.
No sólo me sorprendieron sus palabras,
el modo en que criticó sin temor al gobierno y el modo en que también
abiertamente habló del endurecimiento de su comunidad cristiana. Lo que me
causó una impresión aun más profunda fue su compostura. Lo vi como un servidor
de Dios tranquilo, muy concienzudo, introvertido y también ascético que, ya que
Dios se lo habÃa encomendado, se entregaba con toda su energÃa al deber de
atender a los atribulados cristianos de Qariatain y dirigir la comunidad
monástica. Hablaba en voz baja y tan despacio –muy a menudo con los ojos
cerrados– que parecÃa como si se estuviera enlenteciendo a voluntad el pulso y
utilizara la entrevista para descansar entre otras dos obligaciones más
agotadoras. Al mismo tiempo, elegÃa las palabras con sumo cuidado y expresaba
sus ideas con frases perfectas; se expresaba con tanta claridad y lucidez
polÃtica que le pregunté si no serÃa demasiado peligroso citarlo literalmente.
Abrió sus cálidos ojos oscuros y asintió con gesto cansado: sÃ, podÃa
publicarlo todo, de otro modo no lo habrÃa dicho; el mundo tenÃa que saber qué
estaba sucediendo en Siria.
Ese cansancio fue también una fuerte
impresión, quizá la más fuerte, causada en mà por el padre Jacques. Era el
cansancio de alguien que comprendÃa y afirmaba que no podrÃa descansar hasta la
otra vida; el cansancio de un médico y un bombero que dosifica su esfuerzo
cuando las dificultades son abrumadoras. Y el padre Jacques era realmente un
médico y un bombero en medio de la guerra; no sólo para las almas de quienes
vivÃan presas del temor, sino también para los cuerpos de los necesitados, a
quienes ofrecÃa en su iglesia, al margen de su religión, comida, protección,
ropa, alojamiento y, por encima de todo, afecto. Muchos centenares, cuando no
miles, de refugiados, la vasta mayorÃa musulmanes, recibÃan cobijo en el
monasterio y eran atendidos por la comunidad de Mar Musa. Y no sólo eso: el
padre Jacques logró mantener la paz (también la paz religiosa) al menos en
Qariatain. Gracias sobre todo al tranquilo y serio padre Jacques, los
diferentes grupos y milicias, algunos cercanos al gobierno y otros a la
oposición, acordaron prohibir todas las armas pesadas en la ciudad. Y fue él,
el sacerdote crÃtico con la
Iglesia , quien logró convencer a casi todos los cristianos de
su parroquia para que se quedaran. “Los cristianos somos parte de esta tierra
aunque eso no les guste a los fundamentalistas ni aquà ni en Europa”, me dijo
el padre Jacques. “¡La cultura árabe es nuestra cultura!”.
Se sentÃa contrariado por las
declaraciones de algunos polÃticos occidentales que sólo querÃan acoger árabes
cristianos. Ese Occidente al que no le importaban los millones de sirios de
todas las confesiones que se habÃan manifestado de manera pacÃfica en favor de
la democracia y los derechos humanos, ese Occidente que habÃa asolado Iraq y
suministrado a El Asad su gas venenoso, ese Occidente que era aliado de Arabia
SaudÃ, el principal patrocinador del yihadismo... ¿Ese mismo Occidente se
preocupaba por los árabes cristianos? Sólo cabÃa echarse a reÃr, dijo el padre
Jacques con una expresión completamente seria. Y prosiguió con los ojos
cerrados: “Con sus declaraciones irresponsables, esos polÃticos promueven ese
mismo confesionalismo que constituye para nosotros una amenaza”.
La responsabilidad que recaÃa sobre él
aumentaba cada vez más, y el padre Jacques cargaba con ella sin ninguna queja,
como siempre. Los miembros extranjeros de la comunidad tuvieron que abandonar
Siria y refugiarse en el norte de Iraq. Sólo se quedaron los siete monjes y
monjas sirios que residÃan en los dos monasterios de Mar Musa y Mar Elian. Los
frentes cambiaban todo el tiempo, lo cual significaba que Qariatain era a veces
gobernada por el Estado y otras por las milicias de la oposición. Los monjes y
monjas tenÃan que llegar a acuerdos con ambos bandos y sufrir, como todos los
ciudadanos, las incursiones aéreas gubernamentales cuando la ciudad se
encontraba en manos de la oposición. Sin embargo, entonces el Estado Islámico
realizó un gran avance en territorio sirio. “La amenaza del EI, esa secta de
terroristas que ofrecen una espantosa imagen del islam, ha llegado a nuestra
región”, escribió el padre Jacques a una amiga francesa pocos dÃas antes de su
secuestro. El mensaje continuaba: “Resulta difÃcil decidir qué debemos hacer.
¿Dejamos nuestras casas? Eso nos resulta difÃcil. Resulta horroroso constatar
que hemos sido abandonados, abandonados sobre todo por el mundo cristiano, que
ha decidido no involucrarse para mantenerse lejos del peligro. No significamos
nada para ellos”.
En esas pocas lÃneas de un correo
electrónico escrito sin duda con prisa queda uno sorprendido por dos frases que
son caracterÃsticas del padre Jacques y que al mismo tiempo establecen un
patrón para cualquier forma de intelectualidad. La primera afirmación es: “La
amenaza del EI, esa secta de terroristas que ofrecen una espantosa imagen del
islam”. La segunda se refiere al mundo cristiano: “No significamos nada para
ellos”. DefendÃa la otra comunidad y criticaba la propia. Unos dÃas antes de su
secuestro, cuando el grupo que invoca el islam y reivindica la aplicación de la
ley coránica ya constituÃa una amenaza fÃsica directa para él y su parroquia,
el padre Jacques seguÃa insistiendo en que esos terroristas distorsionaban el
verdadero rostro del islam. Disentiré de cualquier musulmán cuya única
respuesta al fenómeno del Estado Islámico sea la manida afirmación de que la
violencia no tiene nada que ver con el islam. Sin embargo, un cristiano, un
sacerdote cristiano que tiene que enfrentarse a la posibilidad de ser
expulsado, humillado, secuestrado o asesinado por seguidores de otra fe y que
insiste a pesar de ello en justificar esa misma fe... semejante servidor de
Dios da muestras de una grandeza interior que sólo he encontrado en las vidas
de los santos.
Alguien como yo no puede defender el
islam de esa manera. No debe. El amor a uno mismo (a la propia cultura, el
propio paÃs e igualmente a la propia persona) se pone de manifiesto en la
autocrÃtica. El amor al otro (a otra persona, otra cultura e incluso otra
religión) puede ser incondicional. Es cierto que el requisito previo para el
amor al otro es el amor a uno mismo; pero uno sólo puede estar enamorado –como
en el caso del padre Paolo y el padre Jacques con el islam– con el otro.
Además, si se quiere evitar el peligro del narcisismo, el autobombo y la
autocomplacencia, el amor a uno mismo tiene que ser un amor luchador,
dubitativo e interrogativo. ¡Qué bien se aplica esto hoy al islam! Todo
musulmán que no luche con él, que no dude de él y que no lo interrogue
crÃticamente no ama el islam.
No son sólo las terribles noticias y las
aun más terribles imágenes procedentes de Siria e Iraq, donde se alza el Corán
acompañando cada acto de barbarie y se grita Allahu akbar en cada decapitación.
También en muchos otros paÃses del mundo musulmán, cuando no en la mayorÃa de
ellos, las autoridades estatales, las instituciones vinculadas con el poder,
las escuelas de teologÃa o los grupos rebeldes invocan el islam cuando oprimen
a su pueblo, desprecian a las mujeres o persiguen, expulsan o asesinan a
quienes tienen ideas, creencias religiosas o formas de vida diferentes. En
nombre del islam se lapida a mujeres en Afganistán, se asesina a grupos enteros
de alumnos en Pakistán, se esclaviza a centenares de niñas en Nigeria, se
decapita a cristianos en Libia, se tirotea a blogueros en Bangladesh, se hace
explotar bombas en medio de mercados en Somalia, se mata a sufÃes y músicos en
Mali, se crucifica a crÃticos con el régimen en Arabia SaudÃ, se prohÃben las
más importantes obras de la literatura contemporánea en Irán, se oprime a los
chiÃes en Bahréin o combaten sunÃes y chiÃes en Yemen.
No cabe duda de que la gran mayorÃa de
los musulmanes rechazan el terror, la violencia y la opresión. No se trata de
una consigna vacÃa, sino de algo que he experimentado de forma directa en mis
viajes: quien no está en posición de considerar la libertad como algo natural
es el más consciente de su valor. Todas las revueltas populares ocurridas en
años recientes en el mundo islámico fueron revueltas en favor de la democracia
y los derechos humanos; no sólo las revoluciones intentadas y en su mayor parte
fracasadas de casi todos los paÃses árabes, también los movimientos de protesta
de TurquÃa, Irán, Pakistán y, no menos importante, la revuelta en las urnas de
las últimas elecciones presidenciales indonesias. Asimismo los flujos de
refugiados ponen de manifiesto que muchos musulmanes esperan encontrar una vida
mejor fuera de su paÃs natal; desde luego, no en dictaduras religiosas. Y las
informaciones que nos llegan directamente de Mosul o Raqa no nos hablan del
entusiasmo de la población, sino de su pánico y su desesperación. Todas las
autoridades teológicas importantes del mundo islámico han rechazado la pretensión
del Estado Islámico de hablar en nombre del islam y han mostrado en detalle
cómo sus actos y su ideologÃa contradicen el Corán y las enseñanzas básicas de
la teologÃa islámica. Y no olvidemos que quienes se encuentran luchando en
primera lÃnea contra el Estado Islámico son los propios musulmanes: tribus
kurdas, chiÃes y también sunÃes, asà como miembros del ejército iraquÃ.
Hay que decir todo esto para desmontar
la ilusión que tanto islamistas como crÃticos del islam presentan en formas
idénticas, a saber, que el islam está librando una guerra contra Occidente. Más
bien, el islam está librando una guerra contra sà mismo; el mundo islámico se
ve sacudido por un conflicto interno cuyos efectos en la geografÃa polÃtica y
étnica parece que estarán a la altura de las dislocaciones resultantes de la Primera Guerra
Mundial. Ese Oriente multiétnico, multirreligioso y multicultural cuya
magnÃfica producción literaria medieval estudié y aprendà a querer durante
largas estancias en El Cairo y Beirut, durante mis vacaciones de verano en
Isfahán y como reportero en el monasterio de Mar Musa, ese Oriente amenazado,
siempre en estado de crisis pero desbordante de vida, dejará de existir como le
ocurrió a aquel “mundo de ayer” sobre el que Stefan Zweig dirigió una mirada llena
de melancolÃa y pesar en la década de 1930.
¿Qué ha sucedido? El Estado Islámico no
acaba de nacer hoy y tampoco es un mero producto de las guerras civiles de Iraq
y Siria. Sus métodos son recibidos con rechazo, pero su ideologÃa es el
wahabismo, cuyos efectos se dejan sentir hoy en los rincones más alejados del
mundo islámico y que bajo la forma del salafismo resulta atractivo para los
jóvenes en Europa. Si consideramos que los libros de texto y los planes de
estudio del EI son idénticos en un 95% a los utilizados en Arabia SaudÃ,
también nos daremos cuenta de que no sólo en Iraq y Siria está el mundo
estrictamente dividido entre lo prohibido y lo permitido, y la humanidad
dividida entre creyentes e infieles. Con la ayuda económica de muchos miles de millones
procedentes del petróleo, mezquitas, libros y televisiones, difunden desde hace
décadas una ideologÃa que declara herejes a los seguidores de las otras
religiones, los repudia, los aterroriza, los menosprecia y los insulta. Si se
denigra a otras personas de modo sistemático, dÃa tras dÃa, sólo cabe esperar
–y cuánto lo sabemos los alemanes a través de nuestra propia historia– que
también se acabe declarando que sus vidas carecen de valor. Que semejante
fascismo religioso pueda llegar tan siquiera a concebirse, que el Estado
Islámico encuentre muchos combatientes e incluso muchos más simpatizantes, que
sea capaz de conquistar paÃses enteros y apoderarse de ciudades de más de un
millón de habitantes sin apenas resistencia... todo ello no constituye el
inicio sino el momentáneo punto final de un prolongado declive, un declive que
es también y sobre todo un declive del pensamiento religioso.
Empecé a estudiar FilologÃa Oriental en
1988; mis temas eran el Corán y la poesÃa. Creo que cualquiera que estudia
semejante materia en sus formas clásicas alcanza un punto en que ya no puede
conciliar el pasado con el presente. Y se convierte en una persona
completamente nostálgica. Claro que el pasado no fue sólo pacÃfico y
pintoresco. Sin embargo, en tanto que filólogo me enfrenté sobre todo a los
escritos de mÃsticos, filósofos, retóricos y teólogos. Y me maravilló, a todos
los estudiantes nos maravilló, la originalidad, la amplitud intelectual, la
fuerza estética y también la gran humanidad que encontramos en la espiritualidad
de Ibn ArabÃ, la poesÃa de Rumi, la historiografÃa de Ibn Jaldún, la teologÃa
poética de Abd al-Qahir al-Jurjani, la filosofÃa de Averroes, la crónica de
viajes de Ibn Battuta e incluso los cuentos de Las mil y una noches, que son
seculares, sÃ, seculares, eróticos, también feministas, por cierto, y al mismo
tiempo están imbuidos en cada página del espÃritu y los versÃculos del Corán.
No eran reportajes periodÃsticos, no; la realidad social de esa avanzada
civilización era como cualquier realidad más oscura y violenta. Y, sin embargo,
esos productos de su tiempo nos dicen algo de lo que antaño fue concebible e
incluso evidente en el islam. Nada de todo eso se encuentra en la cultura
religiosa del islam moderno, nada que sea ni siquiera remotamente comparable y
similar en fascinación o profundidad a los escritos que encontré durante mis
estudios. Por no hablar de la arquitectura islámica, el arte islámico o la
musicologÃa islámica: ya no existen.
Quisiera ilustrar la pérdida de
creatividad y libertad en el contexto de mi propio ámbito: existió un momento
en que fue concebible e incluso evidente que el Corán es un texto poético que
sólo podrÃa aprehenderse usando los medios y métodos de la poetologÃa, igual
que un poema. Resultaba concebible e incluso evidente que un teólogo era al
mismo tiempo un especialista en literatura y un conocedor de la poesÃa, y en
muchos casos él mismo un poeta. En nuestra época, Nasr Hamid Abu Zaid, mi
profesor en El Cairo, fue acusado de herejÃa, perdió su plaza en la universidad
y se vio incluso obligado a divorciarse de su mujer por entender que el estudio
del Corán formaba parte de los estudios literarios. Esto significa que ya no es
reconocida como concebible una aproximación coránica que se habÃa considerado
indiscutida y en la cual Nasr Abu Zaid podÃa recurrir a los más importantes
estudiosos de la teologÃa islámica clásica. Todo el que emprenda semejante
aproximación, por más que tradicional, se ve perseguido, castigado y declarado
hereje. Y, sin embargo, el Corán es un texto que no sólo contiene rimas, sino
que habla con imágenes perturbadoras, ambiguas y enigmáticas; no es tanto un
libro como una recitación, la partitura de un canto que conmueve a los oyentes
árabes por sus ritmos, sonidos y melodÃas. La teologÃa islámica no sólo tuvo en
cuenta las particularidades estéticas del Corán, sino que consideró la belleza
de su lenguaje como el milagro autentificador del islam. Hoy es posible ver en
todo el mundo islámico lo que ocurre cuando se hace caso omiso de la estructura
lingüÃstica de un texto, cuando ya no se lo comprende correctamente o se lo
reconoce. El Corán queda degradado a un manual del que extraer con el motor de
búsqueda una u otra consigna. La poderosa elocuencia del Corán se convierte en
dinamita polÃtica.
Leemos con mucha frecuencia que el islam
debe pasar por el fuego de la
Ilustración , o que la modernidad debe vencer a la tradición.
Se trata de una afirmación algo simplista si consideramos que el pasado del
islam era muchÃsimo más ilustrado, y sus escritos tradicionales a veces más
modernos, que el discurso teológico contemporáneo. Al fin y al cabo, Goethe,
Proust, Lessing y Joyce no padecieron un estado de enajenación mental por
quedar fascinados ante la cultura islámica. Vieron en los libros y los monumentos
algo que nosotros, tan a menudo enfrentados brutalmente a la presencia del
islam, ya no percibimos con facilidad. Quizá el problema del islam no sea tanto
la tradición como su casi ruptura con la tradición, la pérdida de memoria
cultural, su amnesia civilizacional.
Navid Kermani durante la ceremonia de entrega del Premio
de la Paz de los
Libreros Alemanes, el pasado 18 de octubre en Frankfurt Thomas Lohnes/Getty
(Getty)
Todos los pueblos de Oriente
experimentaron una modernización brutal impuesta desde arriba en forma de
colonialismo y dictaduras laicas. Las iranÃes, por mencionar un ejemplo, no abandonaron
el velo de modo gradual; en 1936, el sha sacó los soldados a la calle para
quitárselo por la fuerza. A diferencia de Europa, donde la modernidad –a pesar
de sus fracasos y crÃmenes— pudo experimentarse en última instancia como un
proceso emancipatorio y se consolidó poco a poco a lo largo de muchas décadas y
muchos siglos, en Oriente Medio constituyó en gran medida una experiencia
violenta. La modernidad no quedó asociada a la libertad, sino a la explotación
y el despotismo. Si imaginamos a un presidente italiano que llega en coche a la
basÃlica de San Pedro, se acerca hasta el altar manchándolo todo con sus botas
sucias y le cruza la cara al papa con una fusta, nos haremos una idea
aproximada de lo que significó que en 1928 Reza Sha entrara en el santuario
sagrado de Homs calzado con botas de montar y respondiera a la petición del
imán de que se descalzara como todos los demás fieles golpeándole la cara con
una fusta. Y es posible encontrar en muchos otros paÃses de Oriente Medio
momentos decisivos y acontecimientos similares que, en lugar de dejarlo poco a
poco atrás, destruyeron el pasado e intentaron borrarlo de la memoria.
HabrÃa cabido esperar que los
fundamentalistas religiosos que ganaron influencia por todo el mundo islámico
tras el fracaso del nacionalismo valoraran su propia cultura. Sin embargo,
ocurrió lo contrario: en su intento de regresar a un pretendido momento
originario, no sólo despreciaron la tradición islámica, sino que la combatieron
con encono. Nos sorprenden los actos de iconoclasia del Estado Islámico porque
no caemos en la cuenta de que apenas quedan monumentos antiguos en Arabia
SaudÃ. En La Meca ,
los wahabÃes destruyeron las tumbas y mezquitas de los allegados del Profeta e
incluso su casa natal. La mezquita histórica del Profeta en Medina fue
sustituida por un gigantesco edificio nuevo, y el lugar en el que se alzó hasta
hace no mucho la casa en
la que residió Mahoma con su esposa Jadifa alberga hoy unos aseos públicos.
la que residió Mahoma con su esposa Jadifa alberga hoy unos aseos públicos.
Además del Corán, mis estudios se
centraron principalmente en el misticismo islámico, el sufismo. Misticismo...
la palabra suena a algo marginal, como el esoterismo, como el arte underground.
En el contexto del islam, nada podrÃa distar más de la realidad. Hasta el siglo
XX, el sufismo formó la base de la religión popular casi en todas partes del
mundo islámico; en el islam asiático, todavÃa es asÃ. También la alta cultura
islámica (en especial, la poesÃa, las artes visuales y la arquitectura) estuvo
impregnada por el espÃritu del misticismo. En tanto que forma más común de
religiosidad, el sufismo era el contrapeso ético y estético de la ortodoxia de
los doctores coránicos. Al subrayar la misericordia divina y verla detrás de
cada letra del Corán, al buscar siempre la belleza y la religión, al reconocer
la verdad en otras formas de fe y adoptar expresamente el mandamiento cristiano
de amar a los enemigos, el sufismo infundió en las sociedades islámicas
valores, historias y sonidos que no podrÃan haber surgido de la simple devoción
a la letra. En tanto que islam vivido, el sufismo no invalidó el islam legal,
sino que lo aumentó e hizo su dÃa a dÃa más suave, más ambivalente, más
permeable, más tolerante y, sobre todo, por medio de la música, la danza y la
poesÃa, también lo abrió a la experiencia sensual.
Apenas nada de todo eso ha sobrevivido.
Siempre que los islamistas se han instalado en un lugar, desde el siglo XIX en
lo que hoy es Arabia Saudà hasta muy recientemente en Mali, lo primero que han
hecho ha sido acabar con las fiestas sufÃes, prohibir los escritos mÃsticos,
destruir las tumbas de los santos y cortar a los dirigentes sufÃes su larga
cabellera o matarlos directamente. Pero no sólo es el caso de los islamistas.
También para los reformadores y los ilustrados religiosos del siglo XIX y
principios del XX, las tradiciones y costumbres del islam popular representaron
algo atrasado y anticuado. No fueron ellos quienes se tomaron en serio la
literatura sufÃ, sino los estudiosos occidentales, orientalistas como la
ganadora del Premio de la Paz
de 1995, Annemarie Schimmel, quien editó los manuscritos sufÃes y los salvó con
ello de la destrucción. E incluso hoy apenas un puñado de intelectuales
musulmanes se interesan por las riquezas contenidas en su tradición. Los cascos
antiguos de las ciudades de todo el mundo islámico, destruidos, abandonados,
llenos de porquerÃa, con sus monumentos en ruinas, representan el declive del
espÃritu islámico de forma tan simbólica como el mayor centro comercial del
mundo, construido en La Meca
justo al lado de la Ka ’aba.
Imaginémoslo, también puede verse en imágenes: el lugar más santo del islam,
ese edificio sencillo y a la vez magnÃfico, se encuentra literalmente eclipsado
por Gucci y Apple. Quizá deberÃamos haber atendido menos al islam de nuestros
grandes pensadores y más al islam de nuestras abuelas.
Es cierto que se ha empezado a restaurar
casas y mezquitas en algunos paÃses; sin embargo, eso sólo ha ocurrido después
de que los historiadores del arte occidentales o algunos musulmanes
occidentalizados (como es mi caso) reconocieran el valor de la tradición. Y,
por desgracia, llegamos con un siglo de retraso, cuando los edificios ya se
habÃan desmoronado, las técnicas arquitectónicas se habÃan olvidado y los
libros se habÃan borrado de las memorias. Pero al menos nos parecÃa que
disponÃamos de tiempo para estudiar las cosas a fondo. Ahora, como lector, casi
me siento igual que un arqueólogo en una zona de guerra, reuniendo reliquias a
toda prisa y sin método para que las generaciones futuras puedan al menos
contemplarlas en los museos. Por supuesto, los paÃses musulmanes siguen
produciendo obras destacadas como vemos en bienales, festivales de cine y
también en la Feria
del Libro de este año, aquà en Frankfurt. Sin embargo, esa cultura apenas tiene
nada que ver con el islam. Ya no hay una cultura islámica, al menos no de
calidad. Lo que encontramos volando en torno a nosotros y sobre nuestras
cabezas son los restos de una masiva implosión intelectual.
¿Hay esperanza? Hay esperanza hasta el
último suspiro: eso es lo que nos enseña el padre Paolo, fundador de la
comunidad de Mar Musa. La esperanza es el motivo central de sus escritos. Al
dÃa siguiente de que su discÃpulo y representante fuera secuestrado, los
musulmanes de Qariatain llenaron espontáneamente la iglesia y rezaron por su
padre Jacques. Semejante comportamiento alimenta nuestra esperanza de que el
amor es capaz de salvar las fronteras de las religiones, las etnicidades y las
culturas. La conmoción provocada por las noticias y las imágenes del Estado
Islámico es enorme y ha liberado fuerzas contrarias. Por fin está creciendo
también en la ortodoxia islámica una resistencia a la violencia ejercida en
nombre de la religión. Y desde hace ya varios años (no tanto en el núcleo árabe
del islam como en las periferias, en Asia, Sudáfrica, Irán, TurquÃa y de forma
no menos importante entre los musulmanes de Occidente) asistimos al desarrollo
de un nue- vo pensamiento religioso. También Europa se reinventó tras las dos
guerras mundiales. Y dada la displicencia, el desprecio y la absoluta
indiferencia que no sólo nuestros polÃticos, no, sino también nosotros mismos
en tanto que sociedad hemos mostrado hacia el proyecto europeo de unificación,
el proyecto polÃtico más valioso emprendido por el continente, quizá deberÃa
mencionar ahora cuán a menudo en mis viajes la gente menciona el tema de
Europa: como modelo, casi una utopÃa. Todo el que haya olvidado por qué es
necesario que exista una Europa deberÃa contemplar las caras demacradas,
exhaustas y asustadas de los refugiados que lo han dejado atrás todo, que lo
han abandonado todo, que han arriesgado su vida por esa promesa que Europa
todavÃa representa.
Esto me lleva a la segunda frase del
padre Jacques, que encuentro notable; a su afirmación acerca del mundo
cristiano: “No significamos nada para ellos”. Como musulmán no me corresponde
reprochar a los cristianos del mundo mostrar indiferencia no ya ante el pueblo
sirio e iraquÃ, sino ante sus propios correligionarios. Y, sin embargo, pienso
a menudo en ello cuando experimento el desinterés de nuestra opinión pública
por el auténtico desastre apocalÃptico que tiene lugar en Oriente y que
intentamos mantener a raya con alambradas, buques de guerra, percepciones
distorsionadas y anteojeras mentales. A sólo tres horas de vuelo de Frankfurt, grupos
étnicos enteros son exterminados o expulsados, las muchachas esclavizadas,
muchos de los más importantes monumentos culturales de la humanidad demolidos
por bárbaros, las culturas están desapareciendo y con ellas una antigua
diversidad étnica, religiosa y lingüÃstica que, a diferencia de lo ocurrido en
Europa, habÃa perdurado en cierta medida hasta el siglo XXI; pero sólo nos
congregamos y los alzamos cuando nos golpea una de las bombas de esa guerra,
como ocurrió el 7 y el 8 de enero en ParÃs, o cuando quienes huyen de esa
guerra llaman a nuestra puerta.
Es positivo que, a diferencia de lo
ocurrido tras el 11-S, nuestras sociedades se hayan opuesto al terror con la
libertad. Es reconfortante ver cuántas personas en Europa y en especial en
Alemania apoyan a los refugiados. Sin embargo, con demasiada frecuencia esas
protestas y esta solidaridad permanecen apolÃticas. No tenemos en nuestra
sociedad un amplio debate sobre las causas del terror y el movimiento de
refugiados, sobre cómo nuestras polÃticas pueden estar exacerbando el desastre
que tiene lugar ante nuestras fronteras. No preguntamos por qué nuestro
principal socio en Oriente Medio es precisamente Arabia SaudÃ. No aprendemos de
nuestros errores cuando le colocamos una alfombra roja a un dictador como el
general Al Sisi. O aprendemos las lecciones equivocadas cuando de las
desastrosas guerras de Iraq o Libia concluimos que lo mejor es mantenerse al
margen del genocidio. No hemos dado en los últimos cuatro años con ningún modo
de impedir la matanza cometida por el régimen sirio contra su pueblo. También
hemos aceptado la existencia de un nuevo fascismo religioso cuyo dominio se
ejerce sobre un territorio equivalente más o menos al de Gran Bretaña y se
extiende desde la frontera iranà hasta casi el Mediterráneo. No es que haya
respuestas sencillas a preguntas como, por ejemplo, el modo de liberar una
ciudad de más de un millón de habitantes como Mosul; pero el caso es que ni
siquiera las planteamos seriamente. Una organización como el Estado Islámico, con
unos 30.000 combatientes estimados, no es invencible para la comunidad mundial;
no podemos permitirnos que lo sea. “Hoy están ante nuestras puertas”, dijo
Yohanna Petros Mouche, obispo católico de Mosul, cuando pidió a Occidente y a
las potencias mundiales ayuda para expulsar al Estado Islámico de Iraq. “Hoy
están ante nuestras puertas. Mañana estarán ante las vuestras”.
No quiero ni imaginar lo que tendrÃa que
ocurrir para que acabáramos teniendo que dar la razón al obispo de Mosul. Forma
parte de la lógica propagandÃstica del Estado Islámico producir con sus
imágenes grados de horror cada vez mayores para penetrar en nuestra conciencia.
Cuando ya no nos afectó ver rehenes cristianos individuales rezando el rosario
antes de ser decapitados, el Estado Islámico empezó a decapitar a grupos
enteros de cristianos. Cuando desterramos esas decapitaciones de nuestras
pantallas, quemó los cuadros del Museo Nacional de Mosul. Cuando nos
acostumbramos al espectáculo de las estatuas destruidas, empezó a arrasar los vestigios
de ciudades antiguas como Nimrod y NÃnive. Cuando ya no nos preocupó la
expulsión de los yazidÃes, las noticias de violaciones masivas nos sacudieron
brevemente de nuestro sopor. Cuando pensábamos que los horrores se limitaban a
Iraq y Siria, empezaron a llegarnos vÃdeos de Libia y Egipto. Cuando nos
acostumbramos a las decapitaciones y las crucifixiones, las vÃctimas fueron
primero decapitadas y luego crucificadas, como ocurrió hace poco en Libia. No
están destruyendo Palmira de una sola vez, sino edificio por edificio a
intervalos de varias semanas con objeto de producir una noticia nueva cada vez.
Esto no se detendrá. El Estado Islámico seguirá dosificando el horror hasta que
veamos, oigamos y sintamos en nuestra vida europea cotidiana que ese horror no
se detendrá por sà mismo. ParÃs habrá sido sólo el principio, y Lyon no será la
última decapitación. Y, cuanto más esperemos, menos opciones tendremos. En
otras palabras, ya es demasiado tarde.
¿Puede un galardonado con el Premio de la Paz hacer un llamamiento en
favor de la guerra? No estoy haciendo un llamamiento en favor de la guerra.
Sólo señalo que hay una guerra; y que también nosotros, como vecinos cercanos,
debemos responder a ella, es posible que con medios militares, sÃ, pero por
encima de todo con una determinación mucho mayor que la mostrada hasta ahora
por los diplomáticos y la sociedad civil. Porque a esta guerra ya no se le
puede poner fin sólo en Siria e Iraq. Sólo le pueden poner fin las potencias
que están detrás de las milicias y los ejércitos combatientes: Irán, TurquÃa,
los stados del Golfo, Rusia y también Occidente. Y los gobiernos sólo
reaccionarán cuando las sociedades dejen de aceptar la locura. Hagamos lo que
hagamos en este punto, es probable que cometamos errores. Sin embargo, nuestro
mayor error serÃa no hacer nada o muy poco frente a los asesinatos en masa
perpetrados por el Estado Islámico y el régimen de El Asad a las puertas de
Europa.
“Acabo de volver de Alepo”, proseguÃa el
padre Jacques en el correo electrónico que escribió pocos dÃas antes de su
secuestro, el 21 de mayo, “esa ciudad que duerme con orgullo junto al rÃo, que
reposa en el centro de Oriente. Es hoy como una mujer consumida por el cáncer.
Todo el mundo huye de Alepo; sobre todo, los cristianos pobres. Sin embargo,
estas matanzas no afectan sólo a los cristianos, afectan a todo el pueblo
sirio. Nuestra determinación es difÃcil de poner en práctica, en especial en
estos dÃas en que ha desaparecido el padre Paolo, el maestro e iniciador del
diálogo en el siglo XXI. Vivimos en estos dÃas el diálogo como un sufrimiento
común, comunitario. Nos entristece este mundo injusto, que tiene para las
vÃctimas de la guerra una parte de responsabilidad; este mundo del dólar y el
euro, que sólo se ocupa de sus propios pueblos, su propia riqueza, su propia
seguridad, mientras el resto del mundo muere a causa del hambre, la enfermedad
y la guerra. Parece que su única meta sea encontrar regiones en las que librar
guerras y aumentar aún más su comercio de armas y aviones. ¿Cómo se justifican
estos gobiernos que, pudiendo poner fin a las matanzas, no hacen nada? No temo
por mi fe, pero temo por el mundo. La pregunta que nos hacemos es esta:
¿tenemos o no derecho a vivir? La respuesta ya se ha dado, porque esta guerra
es una respuesta clara, clara como la luz del sol. Asà que el verdadero diálogo
que vivimos hoy es el diálogo de la compasión. Valor, querida amiga, estoy
contigo y te mando un fuerte abrazo, Jacques”.
Dos meses después del secuestro del
padre Jacques, el 28 de julio del 2015, el Estado Islámico se apoderó de la
pequeña ciudad de Qariatain. La mayor parte de la población logró escapar en el
último momento, pero dos centenares de cristianos fueron capturados. Un mes más
tarde, el 21 de agosto, el monasterio de Mar Elian fue destruido por las
excavadoras. En las imágenes colgadas en internet por el Estado Islámico puede
apreciarse que no quedó en pie ninguna de aquellas piedras de mil setecientos
años de antigüedad. Otras dos semanas más tarde, el 3 de septiembre, un sitio
web del Estado Islámico publicó fotos de algunos de los cristianos de Qariatain
sentados en las primeras filas de lo que parecÃa una gran aula escolar o un
salón de fiestas, con el pelo rapado, algunos apenas poco más que piel y
huesos, con las miradas perdidas, todos ellos marcados por el cautiverio. En
las fotos es posible distinguir al padre Jacques, con ropa de seglar,
igualmente demacrado y con la cabeza rapada, la desesperación claramente
visible en sus ojos. Se cubre la boca con la mano, como resistiéndose a creer
lo que está viendo. Sobre el escenario de la sala vemos a un hombre ancho de
hombros, con barba larga y vestido con uniforme militar, firmando un contrato.
Es lo que se conoce como dhimmi, que somete a los cristianos bajo dominio
musulmán. Se les prohÃbe construir iglesias o monasterios, llevar consigo una
cruz o una Biblia. Sus sacerdotes no pueden portar hábito. No se permite a los
musulmanes escuchar las plegarias de los cristianos, leer sus escritos o entrar
en sus iglesias. Los cristianos no pueden llevar armas y deben someterse
incondicionalmente a los mandatos del Estado Islámico. Deben agachar la frente,
soportar todas las injusticias sin ninguna queja y pagar un impuesto especial,
la jizya, y a cambio podrán vivir. La lectura del contrato provoca desolación:
divide claramente a las criaturas de Dios entre seres humanos de primera y de
segunda clase, y deja claro que hay también seres humanos de tercera clase,
cuyas vidas valen aún menos.
La mirada del padre Jacques que vemos en
la foto mientras se cubre la boca con la mano es una mirada tranquila pero
totalmente abatida e impotente. HabÃa considerado su martirio. Ahora bien, ver
a su parroquia tomada como rehén (los niños que habÃa bautizado, los novios que
habÃa casado, los ancianos a los que habÃa prometido la extremaunción) debÃa de
bastar para sumirlo en la desesperación, para hacer que se desesperara por
completo incluso un hombre con tanta fuerza interior y tan consagrado a Dios
como el padre Jacques. Por él habÃan permanecido los demás rehenes en Qariatain
en lugar de huir de Siria como tantos otros cristianos. No cabe duda de que el
pa- dre Jacques pensarÃa que era por su culpa; pero Dios, lo sé, lo juzgará de
otro modo.
¿Hay esperanza? SÃ, hay esperanza,
siempre hay esperanza. Ya habÃa escrito este discurso cuando, hace cinco dÃas,
el martes, recibà la noticia: el padre Jacques Mourad está libre. Los
habitantes de la ciudad de Qariatain lograron liberarlo de su cárcel. Lo
disfrazaron y lo sacaron del territorio controlado por el Estado Islámico con
la ayuda de algunos beduinos. Ahora se ha reunido con sus hermanos y hermanas
de la comunidad de Mar Musa. Al parecer, muchas personas participaron en la
operación de rescate, todas ellas musulmanas, y todas y cada una de ellas
arriesgaron su vida por un sacerdote cristiano. El amor ha prevalecido por
encima de las fronteras de las religiones, las etnicidades y las culturas. De
todos modos, por estupenda que sea esta noticia –por maravillosa, en el sentido
literal de la palabra –, nuestra preocupación oscurece nuestra alegrÃa, y sobre
todo nuestra preocupación por el propio padre Jacques. En realidad, es probable
que la vida de los doscientos cristianos de Qariatain corra más peligro que
antes de su liberación. Y seguimos sin rastro de su maestro, el padre Paolo, el
fundador de la comunidad cristiana que ama el islam. Hay esperanza hasta el
último suspiro.
El ganador de un Premio de la Paz no deberÃa hacer un
llamamiento en favor de la guerra. Pero puede hacer un llamamiento en favor de la
oración. Señoras y señores, quisiera hacer una petición poco habitual, aunque
no sea en verdad tan poco habitual en una iglesia. Me gustarÃa que se
abstuvieran de aplaudir al final de mi discurso y que, en vez de eso, rezaran
por el padre Paolo y los doscientos cristianos de Qariatain secuestrados, por
los niños bautizados por el padre Jacques, por los novios que casó, por los
ancianos a los que prometió la extremaunción. Y, si no son creyentes, que sus
deseos estén con quienes han sido secuestrados, y con el padre Jacques, que
debe enfrentarse al hecho de que sólo él ha sido liberado. Porque ¿qué son las
oraciones si no deseos dirigidos a Dios? Creo en los deseos y creo que tienen
un efecto sobre nuestro mundo, con o sin Dios. Sin deseos, la humanidad nunca
habrÃa colocado una sobre otra las piedras que luego tan a la ligera destruye
en las guerras. Y por eso les pido, señoras y señores, que recen por Jacques
Mourad, que recen por Paolo Dall’Oglio, que recen por los cristianos de
Qariatain secuestrados, que recen o que deseen la liberación de todos los
rehenes y la libertad de Siria e Iraq. Les pido que se levanten para responder
a los espantosos vÃdeos de los terroristas con la imagen de nuestra
fraternidad.
Muchas gracias”.
© Börsenverein des
Deutschen Buchhandel e.V. & Navid Kermani
Traducción: Juan Gabriel
López Guix
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