La
locura de la Navidad
En la vida de las personas hay momentos
fuertes, momentos intensos que se mantienen a lo largo de su existencia: la
fecha de nacimiento, el aniversario de bodas por ejemplo... cuando ha ido
bien. Lo mismo sucede con las sociedades:
las fiestas del pueblo, la tamborrada en Donosti, las Semanas Grandes aquí y
allá, la Mare de
Déu de la Mercè
en Barcelona, San Isidro en Madrid, etc., etc. Pero algunas fechas van más allá
de las personas, de las sociedades locales, y hasta de los estados. En el mundo
occidental una de esas fechas es la Navidad. Todo ese mundo celebra la Navidad. Las fechas
de Semana Santa no alcanzan tanta extensión, salvo en Andalucía. Quizás quepa
equipar el Carnaval a la
Navidad aunque tampoco creo que llega a tanta gente. Pero, ¿qué
celebramos en Navidad? ¿Es simplemente una rutina, una costumbre o es algo
más?. Porque hay rutinas y costumbres que desaparecen y otras, como la Navidad , que se mantienen
a lo largo de los siglos y en todo el mundo occidental.
Navidad y Carnaval. La primera explicación que me viene a la cabeza tiene que ver
con algo que me parece elemental: la
Navidad es una fiesta amable. Es un periodo en el que todos
hemos interiorizado que hay que manifestarse amables, que hay que procurar
aparcar nuestras diferencias, nuestros cabreos, nuestros problemas y ofrecer
nuestra mejor cara. Es como un alto en nuestra vida en el que parece que
decimos: ahora vamos a ser buenos, vamos a hacer eso que sabemos que le va a
gustar a mi pareja, a mis hijos, a mis padres, a mis amigos, al vecino, al
compañero de trabajo. Y nos juntamos a comer, nos hacemos regalos, nos deseamos
felices fiestas y próspero año.
Pero también hay quienes piensan que la Navidad es un periodo de
hipocresía en el que olvidamos nuestras desavenencias y, si es posible,
escamoteamos hasta nuestros odios. Hay quienes piensan que la Navidad es el periodo de
la falsedad por excelencia. No niego que algo de eso pueda haber pero ¿no es
acaso la manifestación, como el Carnaval, de que queremos ser de otra manera,
de que deseamos que nuestra sociedad sea de otra manera, que nuestras
relaciones sean de otra manera? Aunque la diferencia con el Carnaval es capital:
en la Navidad
actuamos a cara descubierta, sin más fachada que la cara que sepamos poner. No
nos enmascaramos, como en Carnaval. Queremos ser de otra manera, sin caretas.
En la Navidad gastamos en manjares que sabemos que
estarán más baratos pocos días después, penaremos para subir la cuesta de
enero, los obsesos de la línea se la saltarán por unos días haciendo, en enero,
el agosto de los gimnasios, de los médicos expertos en desengordamientos.
Navidad
y Familia. Pero
la navidad es más que comilonas, caras bonitas, fiestas y regalos. La Navidad es, todavía, una
fiesta familiar. El anuncio televisivo de “vuelve a casa por Navidad” nos lo
muestra. Los vascos, si podemos desanudar la garganta, cantamos en Navidad el
entrañable “Hator, hator mutil etxera gaztaina
ximelak jatera, Gabon gaua ospatutzeko aitaren eta amaren ondoan. Ikusiko duk aita
barrezka amaren poz ta atseginez”[1].
Yo creo que mientras haya familia habrá
Navidad. Se habla mucho de la crisis de la familia. Pero si crisis hay es
crisis de éxito, de exigencia. Porque somos seres sociables y queremos
compartir nuestra vida con otra persona. No queremos vivir solos. Queremos
vivir con otra persona. Y queremos vivir felices con otra persona. Y queremos
que nuestro amor, no sólo perdure sino que se traslade a nuestros hijos. Lo que
sucede es que, en una sociedad que cada día es más agresiva, donde la
intemperie, fuera del hogar familiar, se hace a menudo hostil, pedimos más y
más a la familia. De ahí su éxito, de ahí su fragilidad. De ahí que muchas
veces no logremos lo que nos hemos propuesto. El amor se marchita, se rompe y
lo que se pensó como un espacio de cariño y ternura se convierte en flor
mustia, cuando no en corona de espinas. La separación se hace inevitable. Se
ponen tantas esperanzas en la familia, que no podemos soportar que nos hayamos
equivocado. La familia se rompe a nuestro pesar, hasta con alivio cuando la
situación se hace insoportable.
Pero esta situación no supone en absoluto
la muerte de la familia. Lo que puede acabar con la Navidad (o dejarla
exclusivamente en manos de los publicistas, y habría que ver cuanto duraría,
entonces) es la muerte de la familia y la familia puede morir cuando ésta se
agote en la pareja. Entonces no habría nadie a quien desear ver en casa por
Navidad. La cosa será inevitable cuando, de forma mayoritaria -pues siempre
habrá circunstancias y casos particulares- la pareja no se constituya como un
proyecto de vida en común, abierta a la educación de hijos, propios o
adoptados, sino como una mera unión de dos personas que deciden vivir juntos, a
veces sin convivir, y ello mientras el otro o la otra me ayude a seguir
viviendo. En el fondo, “mi” pareja solo me interesa en función de que me sirva
a “mí”. Es una pareja instrumental. Es como una prótesis psicológica que, si
falla, o ya no es necesaria, se tira.
Tras una lectura de Karl Rahner. Hace unas semanas, tomándome un café en la peatonalizada plaza
del Callao madrileño, en este invierno veraniego que nos acompaña, devoré un
librillo del inmenso Karl Rahner, a decir de muchos el mejor teólogo católico
del siglo XX, sobre “El significado de la Navidad ”. (Herder 2015). ¡Qué delicia de libro!.
Eso sí, hay que leerlo dos veces. Contiene dos brevísimos textos. Del segundo,
titulado “La respuesta del sosiego. Carta a un amigo” con motivo de la Navidad (publicado en un
diario vienés en 1962), traslado estas líneas: “Jesús es un hombre verdadero,
es decir, un hombre como tú y como yo; un hombre que asume obedientemente el
insondable misterio de su existencia. (…) Así fue también aquel cuyo comienzo
quieres celebrar y festejar. Lo que él aceptó como hombre, también tú puedes
atreverte a hacerlo: decir sosegada y creyentemente “Padre” a lo insondable y
aceptarlo no como una lejanía matadora sino como una proximidad sin medida y
perdonadora. (….). Por tanto, convendría conjurar la experiencia de nuestro corazón
para vislumbrar venturosamente lo que se quiere decir con la encarnación del
Dios eterno. Convendría que esto ocurriera en medio del sosiego en el que el
hombre se halla consigo mismo, buscando el conocimiento de sí mismo. Este
sosiego bien entendido en la fe del mensaje de Navidad es una experiencia
existencial del hombre infinito, una experiencia que nos dice algo que solo es
así porque el propio Dios se ha vuelto hombre. Si nos experimentáramos de otra
manera, Dios no habría nacido como hombre”. Sí. Si nos experimentáramos de otra
manera, Dios no habría nacido como hombre. Insondable misterio. Un Dios humano.
El
Dios cristiano es el único Dios que se hace hombre divinizando así, de alguna
manera, los hombres y mujeres, todos unidos en una fraternidad que va más allá
de nuestras diferencias. Eso es la
Navidad desde la perspectiva cristiana. En nuestras
categorías le decimos Hijo de un Dios, Padre de todos y, para los que le
llamemos padre, anhelante demanda de sosiego de nuestra finitud. Ese niño es
Hijo de Dios, es la manifestación de un Dios nacido hombre. De tanto oírlo no
nos damos cuenta de ello, resbala en nuestra cotidianidad. Pues, ¿hay
insensatez mayor que esa?.¿Hay locura mayor que esa?. ¡Bendita locura!
Feliz Navidad. Mis mejores deseos para
2016
(Una redacción reducida de este texto se publicó el 26 de
diciembre en DEIA y en Noticias de Gipuzkoa)
(1) Texto en castellano del “Hator, hator” que
muchos escriben “Ator, Ator”.“Ven, muchacho, ven a casa, a comer castañas
pilongas, a celebrar la
Nochebuena , junto al padre y la madre...Verás al padre reír,
verás la alegría y dicha de la madre.//Muchacho, empuja ese tamboril mientras
se tuestan las castañas, mientras se tuestan las castañas...¡txipli txapla...
pum!//¡¡Que pasemos una feliz Nochebuena!!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario