martes, 31 de marzo de 2015

Mi sueño de universidad


Mi sueño de universidad

Un texto similar, pero mas reducido lo publicó DEIA y Noticias de Gipuzkoa el sábado 21 pasado
 

Es posible, incluso probable, que idealice, hoy, más de cuarenta años después, la universidad en la que me formé: la UCL, Université Catholique de Louvain, la Universidad de Lovaina. La viví, antes de su escisión, en la ciudad de Leuven, el nombre flamenco/neerlandés de Lovaina. Allí estudié Sociología y Ciencias Morales y Religiosas.

Estos últimos tiempos la universidad vuelve a estar en las noticias. La discusión de si la carrera universitaria debe consistir en cuatro años de grado más uno de master, o si de tres de grado y dos de master, ha ocupado muchas páginas de la prensa y muchas horas de radio y televisión. He seguido el tema desde la distancia. Me ha tocado, en mi vida profesional, estudiar y cambiar planes de estudios, tanto en Trabajo Social como en Sociología; que si tantas horas para esta materia, que si tantas para esta otra. He vivido varios planes de estudio. Es el cuento de nunca acabar. Pasa lo mismo en la enseñanza secundaria. Siempre pesé que era algo muy, muy secundario. Horas y horas de reuniones para nada.

Más recientemente, el 16 de marzo actual, nos enteramos, gracias a un Informe de la Fundación BBVA elaborado por el excelente Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE), de un nuevo ranking de “productividad” de un elevado número de universidades españolas: 11 de las 30 universidades privadas de España y 48 de los 52 campus públicos españoles. Luego un total de 59 Universidades. Para el trabajo emplea 25 indicadores y solo ha puntuado a aquellos centros que disponen de datos de al menos 18 de ellos.

Subrayo, de entrada, que se trata de medir la “productividad”, no el conocimiento, ni el aprendizaje, indicador evidente del mundo en el que vivimos. Pero no quiero detenerme en este el aspecto, pero tampoco pasarlo por alto. Según ese Informe, las universidades públicas son más productivas que las privadas en investigación y transferencia tecnológica frente a las privadas, que lo hacen en docencia. Las universidades de Deusto y de Navarra, encabezan el ranking de las mejores universidades en docencia. Habiendo estado treinta años en Deusto, como docente e investigador, me permitirán un par de comentarios al respecto.

No me extraña que Deusto se sitúe a la cabeza en el ranking de docencia, mientras se posicione en el puesto 7º en innovación y en el 14º en investigación, lo que tampoco está nada mal para ser una universidad que vive de las matrículas de los alumnos. Siempre he pensado que del profesorado de Deusto no saldrá nunca un Premio Nobel, o un candidato a serlo, lo que sí podría salir, por ejemplo, de la UPV (me atrevería a dar algún nombre), si no estuviera localizada en Euskadi (luego fuera de los lobbies de influencia para estos premios). Pero del alumnado de Deusto ya han salido figuras revelantes, particularmente, en el campo del empresariado y de la gobernanza. En Deusto el alumno conforma el centro de su actividad. El alumno es rey en Deusto. Deusto mima al alumno (hay organismos de orientación y seguimiento personalizados) y le exige (por ejemplo, jamás concede un crédito a un alumno por la mera asistencia a unos cursos, sin que haya una evaluación de su aprovechamiento). La verdad es que soy bastante reticente ante la utilidad de estos rankings de universidades (hospitales, paqrues naturales, hoteles, restaurantes etc.) así como de los controles de calidad, ISO, Q´s, y otro que pueda haber, Informes PISA, etc., etc., que pululan por doquier en nuestra sociedad. Aunque obviamente me alegro cuando leo que “mi” universidad de Deusto sale bien parada en una de esas clasificaciones.

Pero volvamos a mi “otra” universidad, la que me formó, la de Lovaina. De todas las que conozco es la más se acerca a mi ideal de universidad. Señalaría estas notas para mostrar mi ideal universitario.

La primera y fundamental es que Lovaina no era un centro de estudios superiores, lo que a mi juicio es, básicamente, la universidad española (y la vasca no es excepción), sino una universidad. Entre nosotros las clases son, digamos, de 8 a 14 horas, de 15 a 21 horas etc. Una tras otra, estando los alumnos normalmente todo el año en el mismo aula, por donde pasábamos los profesores. Durante tres años fui Decano en Deusto lo que de verdad se me exigía era que organizara bien el horario de clase de los profesores y el de los alumnos y los exámenes de estos.

Durante más de 25 años he explicado, en Deusto, Técnicas de Investigación Social, los jueves y los viernes a las 11,30. No es mala hora. Los jueves con clase llena, o bastante llena (era muy raro que pasara lista, una de mis herencias de Lovaina) y los viernes, poco más de media clase, especialmente los últimos años.

Nada de eso en Lovaina. Para empezar la carga de horas de clase era notoriamente inferior a la española. En segundo lugar el horario lectivo empezaba a las 8 de la mañana y terminaba a las 8 de la tarde y las clases tenían lugar en edificios diferentes. Lo que hacía que un día podía tener tres clases, por ejemplo, una a las 9 de la mañana, otra a las 12,00 y la tercera a las 5 de la tarde. El resto del tiempo en casa, en la biblioteca, reunido con compañeros haciendo un trabajo en común, o en consulta con algún profesor. La diferencia es brutal. Más trabajo personal, más contacto con profesores, más trabajo en común en lugar de la universidad española donde, el horario de los autobuses que llevan alumnos que no residan en la propia ciudad (por ejemplo autobuses de Vitoria a Bilbao, o incluso de Bilbao a San Sebastián) y la concentración horario impedía un intercambio, ya entre alumnos, y no digamos entre alumnos y profesores.

Los profesores teníamos horas de presencia obligatoria para atender alumnos. Pero era rarísimo que los alumnos pasaran por nuestros despachos. O bien estaban en alguna clase o bien entrando o saliendo del edificio universitario. Si, esa es una nota que diferencia un Centro de Estudios Superiores de una Universidad.

Los curricula escolares que ya viví en España entre asignaturas troncales, optativas y de libre elección eran inaplicables por el corsé horario y, de hecho, apenas se llevó a la práctica. No así en Lovaina donde la carga lectiva, ya lo he dicho, era menor. También la troncal, lo que permitía, de verdad, una libre elección. En mi licenciatura en sociología, escogí materias de psicología, historia, antropología y hasta teología. Eso si, lo repito: el horario de 8 de la mañana a 8 de la tarde y, obviamente en edificios distintos. Yo tenía un tutor con quien al comienzo de curso organizaba mi carga lectura y con que debía ponerme de acuerdo por si a lo largo del mismo deseaba cambiar alguna materia. De hecho durante el primer mes teníamos prácticamente opción para modificar nuestro plan de estudios, siempre de acuerdo con el tutor. ¡Ah!, y no había informática y todo se hacia a mano, por el estudiante, y en una maquina de escribir la administración. Era todo mucho más sencillo y eficiente que ahora que estamos atiborrados de papeles que vomitan, sin cesar, los artilugios informáticos que, en nombre del progreso y a favor de la despersonalización de la enseñanza, nos hemos impuesto. Mis colegas se dedican a rellenar papeles, como me dicen unánimemente, cuando me encuentro con ellos. Eso si, ranking de mejores universidades, controles de ISO y Q´s de calidad, Informes PISA, etc., etc., por doquier. Papel mojado, zarandajas de una sociedad decadente, que solo sirve para llenar hojas de periódicos y controles y más controles. Ya lo dijo Foucault: “Surveiller et punir”.

Las clases en Lovaina, especialmente a partir del tercer año, eran ya de especialización. Recuerdo que en una asignatura, titulada “El cambio social”, más de la mitad del tiempo lo consagramos a la revolución de Mao. (Y no se olvide que estaba en una universidad católica). No se trataba de explicarnos, una detrás de otra, todas las teorías de cambio social, sino tras un sucinto repaso de las más importantes (con bibliografía incluida pues en Lovaina se leía), trabajar en la de Mao, mediante una corta introducción del profesor y después en grupos de trabajo, con asistencia del profesor varias veces durante el periodo lectivo. Es el sistema que después utilicé en Deusto cuando explicaba Sociología de los Valores (aunque ya mis alumnos no leían libros). El examen consistía, en una defensa individual, oral, del trabajo realizado en correlación con la información más teórica impartida. En muchos casos, ni hacía falta examen, pues había visto trabajar a mis alumnos.

 
La calificación final, en la primera semana de julio, era global. No había septiembre salvo caso excepcional de una materia realmente muy desconocida por el alumno. Se llamaba el “examen de paso”, que habitualmente se superaba. Pues era el Claustro de profesores, reunido, quien decidía si tal alumno, visto su aprovechamiento total, podía o no podía pasar de curso, y en la primera de las hipótesis la calificación que se le otorgaba, que aún recuerdo: “Suficiente”; “Suficiente con distinción”, “Gran distinción” y “La más grande distinción”. Recibíamos un papel donde cada materia cursada era puntuada pero con una calificación global. Un estudiante podía suspender una materia (fue mi caso en Demografía, en Sociología, y en Derecho Canónico, en Ciencias Morales y Religiosas) y sin embargo recibir un “Suficiente con Distinción” en una de ellas  y “Gran Distinción” en otra, no recuerdo en cual de ellas, habida cuenta la totalidad de mis prestaciones académicas. Era un Cuerpo Profesoral, en su conjunto, quien juzgaba la totalidad de nuestro trabajo durante el curso académico y quien se comprometía, como tal Claustro de profesores, ante la sociedad, que tal estudiante podía o no podía pasar de curso. No veíamos el caso de alumnos que dejaba un año tal universidad para cursar tal asignatura, en la que era particularmente exigente un profesor que hacía una escabechina entre los alumnos aunque hubiera pasado bien el resto de materias, y se iba a otra universidad para superar esa asignatura y, después, volver a la universidad de origen. O incluso llegaba al último año de carrera teniendo pendiente una materia, la hueso, de 2º de carrera. O, cosa aún más estúpida, un alumno que había aprobado, digamos, Estadística II (y el profesor le guardaba la nota) hasta que aprobara Estadística I que se le había atragantado. En fin podría multiplicar los ejemplos. Esa forma de organizar la enseñanza ha hecho que la carrera universitaria sea una carrera de obstáculos donde las vallas son las materias a superar. Y esto depende de cada profesor y de determinadas especialidades. Así, por ejemplo, algún día, alguien que sea de esas especialidades, explicará qué necesidad tienen las ciencias físicas y matemáticas, de torturar a sus alumnos en los primeros cursos, para considerarse superiores. 

 
Una universidad es un espacio de estudio, investigación, (de ahí mi preferencia por las ciudades universitarias, Lovaina, Salamanca, Santiago, Coimbra, Oxford, etc.) donde hay un intercambio continuo entre docentes y alumnos, haciendo estos, dentro de un amplio marco, y con la asesoría de un tutor, su propio plan de estudios. Y un equipo profesoral que, en los cursos superiores, tenía a gala modificar la materia que iba a impartir, si no cada año, sí cada dos o tres años. ¿Cómo olvidar el curso de Jean Marie Aubert sobre la crisis modernista del comienzo del siglo XX?. O a Paul M. G. Levy su curso de “Sociología de la paz y de la guerra” centrado en la polemógena pretensión de buscar la única verdad en situaciones conflictivas que aun, hoy en día, tanto me sirve para entender el contencioso vasco?. ¿Cómo olvidar a Jean Giblet en un curso magistral sobre el movimiento zelotista en tiempos de Jesús y su incidencia en los textos lucanos?. O Julien Freund, profesor invitado a mostrarnos en profundidad la figura y sociología de Max Weber?. Sí, aquello era una Universidad

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