domingo, 20 de abril de 2014

Genocidio en Ruanda en 1994: ¡ay!, se decía cristiana


Genocidio en Ruanda en 1994: ¡ay!, se decía cristiana

20 de Abril de 2014

Introducción: Ruando, y otros genocidios

El genocidio ruandés, es un crimen de masas cometido, físicamente, por una masa de asesinos. Del 7 de abril de 1994 hasta finales de junio de ese mismo año, en cien días, del orden de 800.000 personas, la mayor parte de la etnia tutsi, fueron masacrados, muchos a golpe de machete, por centenares de miles de personas, de la etnia hutu. Se calcula que, entre 200.000 y 300.000 personas, participaron directamente en el genocidio. No puedo entrar aquí en el análisis de los motivos o circunstancias previas al genocidio. Señala unas pocas muy brevemente. Algunas próximas (el atentado contra el avión del presidente hutu Habyarimana el 6 de abril); legendarias (las rivalidades étnicas); o históricas (las relaciones - y complicidades en el genocidio con el poder en plaza en Kigali, la capital de Ruanda - de los países occidentales, Francia y Bélgica a la cabeza, con el régimen anterior al inicio del genocidio). Pero parece haber un acuerdo en señalar que el genocidio no es básicamente un conflicto étnico, sino un proyecto racista de eliminar a los tutsis. De ahí que quepa hablar de genocidio. Aunque, a diferencia del nazi, o de los gulags comunistas, en Ruanda los ejecutores materiales eran masas de hutus. Incluso en los campos de exterminio nazis, Auswitch por ejemplo el número de alemanes era muy escaso, lo que no aminora en absoluto su responsabilidad en el genocidio. Basta leer el, a mi juicio, imprescindible, libro del responsable del campo Rudolf Hoess[1] para comprobarlo.  Las leyes anti - judías de Nuremberg datan del 15 de Septiembre de 1935, dos años después de la llegada de Hitler al poder. En la antigua URSS las cosas son distintas. No hay que olvidar que la sociedad rusa, la actual incluida, no sabe lo que es vivir en democracia. Me permito recomendar la lectura de “Una mujer en Berlín” (Anagrama 2006), especie de dietario de la violación generalizada de las mujeres alemanas, de toda edad, cuando el ejército rojo entró en Berlín en abril de 1945[2].

Volviendo a Ruanda

Volvamos a Ruanda. Terminada la guerra, con el triunfo del Frente Patriótico Ruandés (FPR), con su actual presidente tutsi Kagamé a la cabeza, comienza otro infierno que, aunque no comparable en absoluto al “genocidio de los cien días”,ahora es un terrorismo genocida de Estado. A finales de 1998, luego más de cuatro años después del genocidio, había 130.000 personas en las cárceles en condiciones espantosas de detención, de las que apenas 1300 fueron juzgadas. Aunque, apenas terminado el genocidio, en noviembre de 1994, se crea el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, que juzgó a 75 altos responsables del régimen hutu y condenó a 49, responsables de primera fila. Sí, 75 y 49. Todos hutus, pero no condenó a un solo tutsi pese a los incontables crímenes que cometieron (y siguen cometiendo) con el amparo del poder en plaza, en manos de Kagamé. La razón que algunos esgrimen para esta justicia selectiva es conocida. Viene a decir que “juzgar en el mismo país los genocidas y los agentes del FPR, en el poder desde junio de 1994, crearía una confusión entre crímenes que no tienen nada que ver: un genocidio frente a exacciones aisladas”. Este argumento es particularmente utilizado cuando se trata de juzgar a la justicia instituida por el poder de Kagame que, no se olvide, lleva en el poder cerca de 20 años.

Para remediar en lo posible la necesidad de impartir justicia el Gobierno de Ruanda resucita el año 1998 los “garacas”, una justicia popular tradicional, especie de tribunal popular diríamos, cuyos magistrados son personas escogidas de entre la propia población sin conocimientos de derecho. Llegó a juzgar a dos millones de personas y, según los expertos, parece que esta justicia, pese a algunas brutalidades y sobornos, hizo un buen trabajo. En todo caso más imparcial que la justicia oficial ruandesa.

Por otra parte, imposible no decir dos palabras de la impunidad con la que muchos genocidas hutus han vivido en otros países donde se han refugiado. En realidad me refiero a los que tenían posibilidades para huir de su país lo que, a menudo se confundía con los que más responsabilidad tenían en el genocidio. Francia, por ejemplo, no ha condenado al primer genocida hutu hasta marzo del actual año 2014. De ahí, en parte, solo en parte, el conflicto que vive Francia con el gobierno ruandés, con motivo de las ceremonias a los veinte años del genocidio. El Presidente Kagamé ha declarado, en días pasados que Francia tuvo un gran papel en la preparación política del genocidio…en la participación al mismo…e incluso en la ejecución. (En una declaraciones a la revista “Jeune Africa”, reproducidas por la prensa y la Televisión francesas el 7 de Abril 2014). De hecho el gobierno francés anuló la prevista presencia de su Ministra de Justicia al acto de duelo en Kigali, y decidió enviar solamente a su embajador en Ruanda, pero el presidente Kagamé lo declaro, ipso facto, “persona non grata”. Luego Francia no tuvo representante en duelo. Se pueden leer opiniones diversas en la prensa francesa sobre el papel de Francia en el genocidio. No puedo entrar aquí en el detalle. En la pagina 16 de Le Monde se puede leer dos textos con valoraciones bien diversas, aunque ambas se pretenden objetivas y basadas en hechos. Lo dejo ahí.

La juventud ruandesa hoy

La mitad de la actual población de Ruanda está compuesta de jóvenes que no conocieron el genocidio porque nacieron después de 1994 o eran bebés durante los fatídicos 100 días de aquel año. En el reportaje de ocho paginas que Le Monde del pasado 7 de abril (datado 8 de abril) dedica al drama de Ruanda, hay dos dedicadas a los jóvenes. Lo hace titulando que “la juventud ruandesas quiere cerrar definitivamente el libro negro del genocidio” pero le añade este subtítulo: “la generación que nació después de 1994 está menos marcada por la identidades comunitarias, incluso si muchos sufren todavía las consecuencias de las masacres”. Leyendo el interior de las paginas, pienso que habría que titular el subtítulo, y subtitular como lo titulan. Los relatos que transcribe (aunque nada nuevo de lo que ya sabíamos por lecturas anteriores) no deja de estremecer hasta al lector más frío. No me resisto a transcribir unas breves frases, pensando más en el drama psicológico actual que en las tragedias físicas padecidas.

 “Mi padre ha participado activamente en el homicidio, dice un chico de 23 años. Fue condenado a treinta años de prisión. Aunque mi madre no me decía nada he vivido con ese complejo. Por su culpa nadie pagó mi escolaridad. En casa la situación era terrible. Con 15 años me escapé de casa, me drogué pues la vida no significa nada”. Según estudios recientes muchos jóvenes hutus, hijos de genocidas tienen serios problemas con el alcohol.

Una chica, con el precioso nombre de Marie Claire Bijou, es hija de una violación durante el genocidio. Pese a su insistente demanda sobre quién era su padre, su madre no le dijo nada hasta ya edad avanzada. Sufrió las sospechas y burlas de sus vecinos y compañeros de clase. “Me dicen que yo pertenezco, por mi madre, a la comunidad de “escapados” (los que lograron no ser masacrados) pero, por mi padre, soy de los genocidas. Yo no quiero volver a oír hablar de hutus y de tutsis; yo me siento, simplemente, ruandesa”


Un chico, Maximiliano Kolbe, piensa que “su generación va a cambiar el país. (La propaganda oficial sueña en una Kigali convertida en la Singapur del sur de África). Nosotros no tenemos en la cabeza los limites de Hutu y Tutsi” Pero añade que “no tendría ningún problema en casarse con una Hutu pero sé bien que esa decisión heriría profundamente a mi madre”.


Conviene saber que, veinte años después del genocidio, en las escuelas siguen sin hablar de la historia de Ruanda. Los jóvenes que quieran sabe qué pasó en su país hace 20 años tienen que recurrir a los cursos de ética (donde solamente se habla del genocidio cometido por los hutus pero se ocultan los crímenes de los tutsis en el poder); a lo que le cuenten en sus familias; al boca a boca o a la rumorología. Una chica estudiante, Alice, afirma que “con los mayores apenas hablamos. Están todavía en una fase de curación y nosotros queremos avanzar. Nosotros podemos escoger si vivir en el pasado, o  si tratar de construir el futuro”.


La historia pesa mucho en una sociedad donde las etnias tutsi y hutu (con sus relatos concretos) están entremezcladas y, lo que complica aún más las cosas, genocidas y victimas (o escapados del genocidio, que han vuelto), se encuentran en los mismos inmuebles, beben sus cervezas en los mismos bares, sus niños juegan en los mismos lugares…procurando no hablar de lo que pasó hace veinte años. El anecdotario es enorme. “En nuestro barrio, dice un joven, teníamos la costumbre de jugar con los hijos de un genocida que acaba de salir de la cárcel. Somos buenos vecinos. Los hijos del genocida se han integrado bien en la sociedad, pero nunca hemos hablado de su padre, ni de lo que hizo”. El relator de Le Monde comenta que Ruanda se está edificado sobre pesados silencios. Seguro que al lector de estas líneas se le ocurren otros ejemplos más próximos a nuestra vida.

En Ruanda también se habla de perdón y reconciliación. La reconciliación, incluso, forma parte del discurso oficial del gobierno de Kagamé. Un hombre de 63 años, que perdió su mujer y cuatro de sus siete hijos en una de las matanzas de 1994, exclama indignado que “en los (genocidas) que han vuelto, yo veo que su perdón no viene del corazón. Es para salir de la cárcel” y añade: “nosotros vivimos forzados a su lado. Las autoridades así nos los han mandado y nada podemos hacer”.


Hay ejemplos de reconciliación. Escasos. Voy a trasladar, resumida, una historia real.


Emilio un huérfano, se encuentra, a petición de un periodista de Le Monde, cara a cara, con Juan, el asesino de sus padres, en el cabaret “Chez Pascal” que aun mantiene el nombre de su su padre asesinado en la matanza. Cada uno pide una cerveza. Juan ha salido de la cárcel hace tres años y cuenta así los hechos, mientras Emilio calla: “En 1994 tuvieron lugar la guerra y las matanzas. Fuimos obligados a amenazar a nuestros amigos, que fueron asesinados. Los soldados nos pedían encontrar al enemigo. Los hemos encontrado refugiados en las cárceles y los hemos matado. Yo obedecía órdenes, yo era joven. Yo hice aquello porque si no éramos marginalizados; matados o teníamos que pagar una multa. (…) No sé cuantas personas he matado. En la casa de Emilio, con mis amigos, matamos a tres personas. Era una acción bárbara. Lo confesé en los “gabacas” (tribunales populares tradicionales). Mi vergüenza terminó cuando pedí perdón a la audiencia. Pienso que Emilio puede perdonarme”.

Juan se levanta, y se va del cabaret. Emilio que no había dicho nada toma entonces la palabra y dice: “La vida que llevo no es buena, es consecuencia de lo que Juan hizo a mis padres. Nos cruzamos en la calle. Nos saludamos. Mi corazón lo ha excusado, pero él, Juan, jamás ha venido a pedirme perdón, mientras es él quien tiene necesidad de la reconciliación”.

 
¿Qué añadir que no se haya dicho, que no haya dicho ya en este blog?. El perdón, pedir perdón, o es sincero, o no es petición de perdón. Y, ¿quién juzga la interioridad de las personas, máxime cuando de una petición de perdón se espera obtener la salida de la prisión?. También pienso, por otra parte que, quien perdona de corazón, sale de la situación de duelo y lleva mejor la del sufrimiento. Aunque el daño no se olvide y en el fondo de uno mismo, tenga que luchar contra el rencor, rencor imposible de borrar del incontrolado inconsciente con el que todos tenemos que apechugar. Rencor que, si se transforma en odio, le impedirá, por siempre jamás, liberarse del duelo y vivirá ahogado en el sufrimiento. Es una doble victimación.

Y Ruanda era cristiana

 
“Ruanda, escribe Olivier Le Gendre en “Confessión d´un cardinal”, (JC Lattés, 2007)[3], constituía, pensábamos nosotros, en un ejemplo del éxito, del acierto de la evangelización en África. Fieles activos, religiosas del país en gran número, un clero local bien formado, numerosas instituciones de caridad, escuelas…Un modelo del injerto exitoso de la fe cristiana en un país recientemente evangelizado. Y, de pronto, el genocidio. Descubrimos que el horror puede coexistir con una práctica religiosa envidiable. Nos dimos cuenta que los valores evangélicos quedaban completamente arrinconados con una rapidez espantosa para dejar el campo libre a la barbarie”. (….)


“Sí, hay que decirlo, porque es cierto: fue un genocidio cometido por cristianos. Fue para nosotros, gentes de Iglesia, un golpe terrible. Sí, antes del genocidio, verdugos y víctimas, tenian el hábito de rezar juntos. Sí, participaban en las mismas misas, en la iglesia de su pueblo. Sí, estaban invitados a los mismos matrimonios, se confesaban con los mismos curas, recibían la visita del mismo obispo. Sí, verdugos y víctimas pertenecían a las mismas iglesias, celebraban los mismos cultos. Ninguna confesión cristiana puede reivindicar que no haya tenido algún sacerdote o un pastor que no se haya implicado en los genocidios”.

Y continúa Le Gendre “La gran lección de Ruanda es esta: la fe cristiana, nuestra fe cristiana, no ha impedido que se produjeran atrocidades inimaginables en grandes proporciones. De ahí la cuestión que aflige a todo responsable de le Iglesia, como me aflige a mi y al propio Papa (Juan Pablo II que se quedó sin palabra durante horas cuando supo la noticia): Ruanda de los año 99, la Alemana de antes de la guerra, ¿no son el signo de un fracaso cristiano?. ¿Del fracaso cristiano?”
 

“Es irrisorio, continua Le Gendre, focalizar la mirada en cuantos jóvenes han entrado al seminario el año pasado, en la tasa de la práctica dominical, el número de jóvenes que han asistido a las últimas JMJ, el de matrimonios cristianos celebrados, el de bautizos, la cantidad de miembros que reclaman pertenecer a tal o cual movimiento frente al drama de saber que en el Holocausto nazi hubo muchos cristianos y que en las matanzas de Ruanda había una mayoría de cristianos. Es tomar lo secundario por lo esencial. El Holocausto y Ruanda, y tantos ejemplos más, aunque los citados sean los más espeluznantes del siglo pasado en el que han participado los cristianos, nos obliga a hablar de un fracaso, de una quiebra, en la misión, en la labor de la Iglesia, de los cristianos en el mundo. Esto no significa, por ejemplo, que la baja presencia de candidatos al sacerdocio o a la vida religiosa sea un problema menor. En absoluto, siempre he pensado que es uno de los mayores retos para las Iglesias cristianas de Occidente y que exige un análisis, con la ayuda de las ciencias sociales, que no se ha realizado, en absoluto. Pero no es ese el principal desafío del cristianismo en el mundo de hoy que reside es su inexistencia como humanizadora y en su invisibilidad como testigo del amor de Dios a todos los hombres, a salvo de las excepciones y pequeños núcleos de cristianos (más cristianas que cristianos) que los hay, englutidos en un mundo en el que apenas queda espacio para ser testigos de lo invisible”. 

 

Es legítimo que el mundo nos interrogue para qué servimos, nosotros, los cristianos, añado yo con Le Gendre. La única respuesta valida que encuentro es la de decir que tenemos que encontrar en la fe que proclamamos en el Dios de Jesús, la energía para, allí donde estemos, crear un mundo más humano, mas convivial, más fraterno, más justo. En compañía de todos los que buscan ese mundo humanizado. La religión que instauró Jesús, por la primera vez en la humanidad, es una religión universal. No la religión de un pueblo, de una raza, de una etnia, una cultura, un momento de la historia. Es una religión de hombres y mujeres libres que, ciertamente (es la condición humana, que diría Malraux) a lo largo de la historia han sido capaces de lo mejor y de lo peor. Por eso los cristianos no siempre hemos sido testigos de lo invisible del Dios del amor (nuestra labor en la tierra) y muchas veces en la historia, demasiadas veces, hemos hecho de lo invisible el Dios del Terror y del Horror para nuestro provecho, o como coartada a nuestras quimeras políticas, sociales…Del poder en suma. Ruanda, quizás, es un trágico ejemplo de ello. 


[1] Rudolf Hoess: “Yo comandante de Auswitch”, Ediciones B, 2009
[2] Dos libros más sobre la barbarie rusa. De Giles MacDonogh “Después del Reich. Crimen y castigo en la posguerra alemana” Galaxia Gutenberg 2010 (aunque los rusos no fueron los únicos que utilizaron la injusticia vengativa contra los derrotados alemanes y, aunque en francés, un librillo de Mikhail Khodorkovski, liberado de la noche a la mañana por el dictador Putin para lavar la cara (con la complicidad silente de Occidente) con motivo de los Juegos de Sochi. El libro titulado  “Un prisonier russe”, en una pequeña editorial Steinkis, Paris 2012, no narra como podría inferirse del titulo del libro, la historia del multimillonario opositor a Putin, sino diez  y siete historias breves y verídicas de otros tantos presos que encontró en el actual Gulag ruso. Si leen francés no se lo pierdan
[3] El cardenal es ficticio, pero la información del autor está tomada de boca de varios eclesiásticos de alto rango. Cardenales incluidos. La rumorología habla, en concreto, del cardenal Silvestrini, como principal informador de Le Gendre. Sobre el genocidio de Ruanda, véanse las páginas 195, 201, 203, 204-205
 

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