sábado, 22 de marzo de 2014

No basta denunciar. Hay que proponer y construir otra sociedad


No basta denunciar. Hay que proponer y construir otra sociedad

(21 de Marzo de 2014)

En la presentación del trabajo L'acció social des de les entitats d'Església. El seu paper en la cohesió social a Catalunya” en Barcelona el día 20 de marzo de 2014, promovido por la Fundación Pere Tarrés, pronuncié una conferencia sobre el papel de los cristianos en la sociedad actual que publicará íntegramente la Fundación Pere Tarrés, próximamente. Traslado aquí la tercera parte de mi texto cuya idea central resumo en el título de esta entrada a mi blog.

 
3. La acción del cristiano en tiempos de crisis mundial: el papel de la acción social de las entidades de Iglesia


Creo que hay abordar el tema desde cuatro dimensiones. Insistiré, particularmente, en la última

-        La dimensión personal

-        la dimensión caritativa directa de ayuda a los más necesitados

-        la dimensión denunciativa de las injusticias, particularmente las estructurales

-        la dimensión propositiva, el denodado esfuerzo de proponer y trabajar por otra sociedad, otra gobernanza. Ahí veo yo la aurora de una nueva humanidad, donde el ADN del cristiano debe ayudarnos para no desviarnos del objetivo central.    

1. La dimensión personal

Es la oración de escucha, la apertura a lo absolutamente Otro que se manifiesta en los “otros”. El cristiano tiene que estar abierto al Misterio del Dios mostrado en Jesús, valorando como un enriquecimiento otras manifestaciones de Dios en otras culturas y religiones. Creo que tenemos que abandonar la idea de pretender cristianizar el mundo, acomodarlo a la pretendida moral católica, a la única salvación en la iglesia católica, (extra ecclesia nulla salus);  incluso a la única mediación de Jesús como único salvador, para evangelizarlo, esto es, mostrar (termino muy ratzingiano) a Jesus, ajusticiado por los hombres y resucitado por Dios, con la vida y doctrina que sus primeros seguidores nos trasmitieron: desde el frescor e inocencia iba a decir de las primeras cartas de Pablo de mediados de los cincuenta del primer siglo, al magnifico evangelio de Juan, construido más de cincuenta años después, ya la primera generación de seguidores de Jesús desapareciendo. Comprendo que Luc Ferry, que se declara no creyente, pero que no puede no hablar y escribir del cristianismo, (como Comte-Sponville, Julia Kristeva, Marcel Gauchet, etc.), diga que si hubiera de llevarse un solo libro a la isla desierta sería el evangelio de Juan.

Necesitamos transitar de la iglesia heredada a la iglesia innovada e innovadora, adaptada al tiempo y espacio en el que está implantada. De Iglesia constantiniana (Estados cristianos) y post-constantiniana (imposición de la moral cristiana), a la iglesia encarnada en un tiempo y lugar determinado, como concreción de la iglesia universal.  Y ¿si el Papa Francisco fuera un signo de los tiempos de los que hablaran, además del evangelio (Mt 16,4; Lc 12,54-56), Juan XXIII, el teólogo Chenu y otros, en los años 50 y 60 del siglo pasado?. Pero sin fiarlo demasiado en una sola persona. He leído y releído su encíclica “Lumen fidei” que prácticamente sale de la mano de Benedicto XVI y hace suya el papa Francisco y su Exhortación Pastoral Envangelii Gaudium de la que diré algo más adelante. Pero como dice Francisco él no es Superman. Y los católicos dependemos en exceso de la figura del papa[1]. Necesitamos otro modelo de Iglesia: menos piramidal y más en red con un núcleo central, que no centralizador, en Roma.

2. la dimensión caritativa directa ayuda a los más necesitados

Es a lo que está abocada la dimensión personal que acabo de mencionar. Está en el ADN del cristianismo. Ya lo he señalado más arriba citando los evangelios de Juan y de Mateo. Y cabe citar toda la historia de la Iglesia en lo que tiene de más positiva.

“Ser cristiano, no es solamente creer que existe un Dios. No es solamente creer en un Dios de amor ni tampoco aquiescer a los artículos de un credo. Es aceptarse como las manos de Dios en el mundo. Es ponerse a la disposición del plan de Dios para el mundo, es sentirse como los continuadores del acto de creación divino. (…) Si nosotros no manifestamos concretamente la presencia de Dios aquí, en el mundo, si no emergemos como continuadores de la acción llevada a cabo por el Hijo hace dos mil años, desapareceremos pues no serviremos para nada”[2].

          3. la dimensión denunciativa de las injusticias, particularmente las estructurales.

El Papa Francisco lo señala con fuerza. Valga esta cita, como ejemplo. “La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar… Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo”. (Evangelii Gaudium, 202).

Pero ya antes, en diciembre de 1985, los Obispos de Catalunya en su esencial texto “Raices cristianas de Catalunya” escribían que “el logro de una sociedad justa, que elimine contrastes odiosos y permita a toda la población sentirse ciudadanos libres de este país, ha de ser un objetivo absolutamente prioritario en la Cataluña actual”.

            4. La dimensión propositiva de otra sociedad más justa y humanizadora.

Estamos en unos momentos en los que debemos superar, de una vez por todas, la crisis modernista que tuvo su momento álgido ahora hace un siglo. Superar la división del mundo de cristiandad con el mundo secular. Lo digo con las palabras de Alain Touraine al comienzo de un reciente estudio suyo cuando propugna que “los derechos son superiores a las leyes”. Y añade que es lo que “con la mayor de sus fuerzas se ha afirmado, tanto desde la tradición cristiana del derecho natural, como desde el “Espíritu de las Luces”[3].  Lo concreta Olivier Le Gendre (quizás con algo de exageración), cuando afirma que “solamente una entidad realmente mundial (como la Iglesia, n. p.) puede equilibrar la mundialización del mercado a condición de que cumpla dos condiciones: la primera que sea realmente mundial y no aparecer infeudada en una parte del mundo y, la segunda, es ponerse al servicio de los más pobres…También el Islam puede contribuir a ese empeño “si sabe distinguirse de los extremismos que florecen en sus márgenes” [4]

“El mundo (continúa Le Gendre) ya no tiene los medios para regular esta mundialización salvaje. Nuestra Iglesia es la única potencia espiritual centralizada de ámbito mundial. En lugar de volverse hacia la restauración de su pasado, pretendidamente glorioso, la Iglesia está llamada a jugar un papel preponderante para tratar de proponer, con otros, una alternativa a la mundialización de los mercados. Esta alternativa consiste en humanizar una mundialización que deshumaniza con todas sus fuerzas.

La Iglesia en su conjunto, aun no ha tomado conciencia de su estado real, ni del estado del mundo, ni del papel que está llamada a jugar para ser fiel a su vocación. Derrocha mucha energía en combates secundarios perdidos de entrada.

La lectura del documento que hoy se presenta aquí, “La acción social de las entidades de Iglesia y su papel en la cohesión social en Catalunya” me parece un ejemplo de lo que realmente debe ser la acción social de un cristiano en el mundo de hoy. Esta labor no es exclusiva del cristiano. Menos aun debe pretenderse exclusivista de los cristianos. Pero un cristiano que pretenda serlo no puede no estar en esta labor de humanizar la sociedad, con una acción prioritaria hacia los más necesitados, denunciando las injusticias de la sociedad del Mercado y trabajando, con otros, creyentes o no creyentes, para que la nueva sociedad no sea una quimera sino una utopia.

Ya no basta con denunciar las injusticias. Las posturas meramente reivindicativas y condenatorias del ultraliberalismo financiero que nos domina, no solamente no bastan. Incluso pueden ser adormideras. De conciencias inquietas si, perezosas también. Es más fácil y cómodo criticar que construir. Ya no es suficiente criticar sin proponer alternativas, pero que sean viables y sostenibles.

La utopía forma parte del ámbito de lo plausible, de lo racionalmente plausible teniendo en cuenta los condicionamientos reales en los que tenemos que vivir. La quimera se asemeja más a un cuento de hadas en la que la sociedad, o algunos miembros de la sociedad, sueñan con algún paraíso inexistente e inalcanzable. La utopía, amén de unos objetivos a conseguir, una ilusión a alcanzar, unos ideales por los que luchar, presupone la toma de conciencia del camino a recorrer, del esfuerzo a invertir, de las inercias a superar, de los conciudadanos a convencer. La utopía exige racionalidad en los juicios y competencia en los promotores.

El espíritu innovador es clave en un mundo globalizado y viviendo una profunda y acelerada mutación histórica. La innovación es básicamente una actitud de apertura para no anquilosarse en lo de siempre. Pero la innovación sin más no basta. Puede ser, incluso, regresiva. Exige un objetivo: promover una sociedad mejor, más justa, más solidaria, más responsable, más convivial, más fraterna. De ahí que no vale cambiar por cambiar. No todo cambio es un valor, lo que quiere decir que no toda innovación, será automáticamente positiva. La innovación debe mirar a la utopía, nunca a la quimera, camino directo al desastre.

Tanta universidad, sea de Iglesia o laica, tantas entidades del Tercer Sector, sean laicas o religiosas, que tengan en su ideario el bien común, debieran ser capaces de prolongar las meras aunque justas reivindicaciones, trabajando, con realismo utópico, por otra sociedad más justa y humanizadora. Es urgente e importante. Molt gràcies.

Donostia San Sebastián 19 de marzo de 2014
Javier Elzo
Catedrático Emérito de Sociología. Universidad de Deusto



[1] Olivier Bobineau. “L´Empire des papes: une sociologie du pouvoir dans l´Eglise” CNRS editions. Paris  2013
[2] Olivier Le Gendre. “Confession d´un Cardinal JC Lattés Paris 2007, páginas 312 y 377.
[3] Alain Touraine, “La fin des societés”, Le Seuil. Paris 2013, pagina 14.
[4] Olivier Le Gendre. O. c. p. 360
 

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