domingo, 6 de octubre de 2013

Tras leer "Un gesto que hizo sonar el silencio".


Tras la lectura de “Un gesto que hizo sonar el silencio” de Ana Rosa Gómez Moral
(edita Gesto por la Paz. 2013)

He leído, con detalle y, en muchos momentos, emoción, el texto de Ana Rosa. Lo he leído en Kindle, subrayándolo. Me salen once páginas de subrayados en simple espacio. Merece un comentario más largo que el que aquí voy a dar. Podría llenar páginas y páginas de comentarios. Me limito a unas pocas pinceladas

Es obvio mi acuerdo con la línea argumental de Ana Rosa como lo ha sido con Gesto. He colaborado con Gesto participando en no pocas concentraciones, con algunos artículos en Bake Hitza y también con algunas conferencias. Siempre he dicho que es la organización no política con cuya política (valga la redundancia) en el contencioso vasco, me he sentido más próximo. La lectura del libro de Ana Rosa, además de confirmarme en mis ideas, me ha recordado vivencias muy profundas –algunas dolorosas- lo que no me ha impedido disfrutar en la lectura de un libro de soberbia factura redaccional con unas superlativas citas de autores.

Mi máxima coincidencia con Ana Rosa y con Gesto es su rechazo a toda manifestación de violencia ilegítima, venga de donde venga, incluso cuando el muerto es un terrorista manipulando una bomba que, ciertamente es lo que más costó que entendiera la ciudadanía. Junto a ello, si es posible separarlo, una apuesta radical por la paz. De ahí que Ana Rosa termine su libro con el interrogante de ¿Por qué no la paz?.

Ana Rosa escribe, ya avanzado el texto (como leo en Kindle no puedo poner la página) que “la firma del Pacto de Lizarra había dividido profundamente a los partidos políticos en dos bloques, cuya frontera de separación ya no era, como en tiempos del Pacto de Ajuria Enea, la de democráticos y violentos, sino la de nacionalistas vascos y no nacionalistas o nacionalistas españoles. Esa división se plasmó materialmente en la manifestación de repulsa por el asesinato de Fernando Buesa y Jorge Díez. En la cabecera, iban el Lehendakari de entonces, Juan José Ibarretxe, y todos los representantes de partidos nacionalistas vascos y, por detrás, las familias de las víctimas, acompañadas por los representantes del resto de partidos. Cada bloque tenía su pancarta y sus consignas, muchas de ellas de calado político. Por lo menos para quienes integrábamos Gesto por la Paz, resultó, sin lugar a dudas, la manifestación más triste en contra de un acto terrorista que se puede recordar en el País Vasco”.

Ese es uno de los puntos de coincidencia con Ana Rosa (no el más importante y primigenio que ya he expresado en otro párrafo anterior) y que, además coincide, como ella misma señala con el declive de de aceptación social de Gesto. Escribe Ana Rosa “A partir de entonces y hasta su final, se inició el largo desolato de Gesto por la Paz. Más que en sus orígenes, esa fue la verdadera travesía en solitario de su historia. El filtro de los acontecimientos fue reduciendo la adhesión activa a su mensaje hasta quedar en manos de muy pocos que, no obstante, seguimos sosteniéndolo hasta el final, porque creíamos seriamente en su inconmensurable valor para el devenir de nuestra sociedad”.

La historia de Gesto, en efecto coincide en sus momentos álgidos, en el “alegro” como escribe Ana Rosa” durante la vigencia de Pacto de Ajuria Enea y sus momentos de “adagio” con el fin del pacto de Ajuria Enea. Entonces la fractura del País Vasco se desplaza del de “ demócratas frente a violentos” al de “nacionalistas vascos frente a no nacionalistas o nacionalistas españoles”. Así sucede con el advenimiento del Pacto de Lizarra (propugnando una solución dejando a un lado a los no nacionalistas, como señalé en un artículo crítico en El Correo a los tres o cuatro días de presentado el Pacto) y con los movimientos Basta Ya, Foro de la libertad, El Foro de Ermua etc., alguno de los cuales pretendieron mi adhesión a lo que me negué arguyendo que no aceptaba que nacionalismo equivalía a terrorismo, aunque siempre estuve en contra del terrorismo. Siempre.

Quiero recordar del libro la  evocación  de Ana Rosa del lanzamiento del lazo azul que “se posó en las solapas de miles y miles de personas que quisieron unir el deseo de su propia libertad al de la libertad de Julio Iglesias Zamora. El lazo azul supuso el ascenso de un escalón más en el compromiso personal de cada uno. Ya no se trataba de diluir nuestra presencia en una gran manifestación, ni siquiera en cualquier concentración de Gesto, sino de portar, permanente y visiblemente, la pancarta de la libertad sobre nuestro propio cuerpo”.  Aunque con el secuestro de Aldaia, continua Ana Rosa, “el lazo azul y las concentraciones que se convocaron todos los lunes fueron objeto de tal hostigamiento que la campaña exigió un auténtico doctorado en pacifismo y unas altas dosis de coraje cívico para poder mantenerse en esa calle de la que (las gentes de la izquierda abertzale) nos querían hacer desaparecer”.

¡Como olvidar aquellas concentraciones, los de Gesto en silencio, y en frente, con una Ertzaintza meramente notarial, como definió su actuación en aquellas concentraciones un amigo mío nacionalista, cuando nos gritaban a voz en grito, a un palmo de nuestra narices, aquello de ‘los asesinos llevan lazo azul’, ‘hoy, tú de negro; mañana, tu familia’, ‘zuek ere txakurrak zarete’  y sobretodo el terrorífico ‘ETA, mátalos’ sin que todavía se hayan desdicho y, sobretodo no hayan pedido perdón a la ciudadanía vasca por haber ensuciado de este modo la historia y la convivencia de este pueblo.

¡Cómo no recordar que asociaciones judiciales que ponían pegas para grabar a los energúmenos que las tardes de los viernes – o ¿eran sábados?- desfilaban por el boulevard donostiarra, ufanos, orgullosos de gritar ¡gora ERA militarra! y toda la retahíla de eslóganes que en el párrafo de arribo reproduzco!. Aquello sí que era apología del terrorismo y con cuantos tiquismiquis se movía entonces la fiscalía y la judicatura, mientras ahora ponen la lupa, ya ETA militarmente derrotada, en cualquier frase de un chaval, al fin acojonado.

¡Como olvidar la portada de Egin al día siguiente de la liberación por la Guardia Civil (a quien tanto debe agradecer el pueblo vasco su lucha contra el terrorismo de ETA, pero que tiene que tener el coraje de reconocer sus torturas y, ellos también, pedir perdón) como olvidar, decía, la portada de Egin de aquel día, ya José Antonio Ortega Lara libre de 532 días encerrado en un “zulo”, portada que decía “Y Ortega Lara volvió a la cárcel”!. ¡Es verdad que la inhumanidad no tiene limites!. Esa frase de EGIN, es un reflejo, un ejemplos de los tantos, de lo que “uno de nosotros”, “muchos de los nuestros” hicieron y dijeron, precisamente en nuestro nombre, pretendidamente para liberarnos.

ETA y su mundo han escrito la página más negra de la historia del Pueblo Vasco. Y siguen sin reconocerlo. ¿Que digo?. Incluso ahora muchos de aquellos se quieren presentar como pacificadores del pueblo. Desgraciadamente para ellos, la historia no se puede borrar. Se puede pretender cambiar la memoria (Ricoeur ha escrito textos soberbios sobre la memoria y sus abusos), se puede construir un relato para “los suyos” pero, al final, la historia se impone, siempre, y el relato construido “entre los suyos”, por mucho que quieran airearlo, quedara solamente para “los suyos”, y como no la confronten con la verdad, perseguirá a sus hijos, sus nietos y todos sus descendientes sin que sus nombres desaparezcan en la memoria de la Historia. Lo que aflora ya, a poco que se escrute, en los dramas que se alojan en la recámara de la memoria y que, ningún pensamiento, por mucho tiempo que pase, podrá borrar. Tampoco las amnesias. Ni las amnistías. Es la estela de las Euménides de Esquilo que actualiza Jonathan Littell en su extraordinaria novela “Les bienveillantes”, que tan poco eco ha tenido entre nosotros.

Quiero agradecer a Ana Rosa este libro que nos permite ver, lo que era Gesto desde dentro: sus ilusiones, su modo de trabajar, sus miedos, inquebrantable independencia política, aunque sospecho que, entre sus miembros, había más de una afinidad política que de otra, lo que valoriza aún más su independencia como Gesto.  

Entiendo que Gesto esté contento con lo logrado, aunque tenga mis reparos al “Lortu dugu”. Se ha logrado gracias a muchos esfuerzos de mucha gente y, en primera fila está Gesto, que ETA deje de matar, que no es poco. Pero todavía hay gente con escolta, aun quedan terroristas sueltos que no han rendido cuentas a la justicia, todavía no hay acercamiento de presos, hay torturadores paseándose por la calle, sin haber sido juzgados o sancionados con penas ridículas… Cuando el pasado 1º de julio despedíamos en la Plaza Circular de Bilbao a Gesto me decía que el trabajo ahora es de lo que yo llamo reconciliación, otros encuentro (o reencuentro), pacificación, convivencia…

Habría mucho más que escribir sobre Gesto y sobre el libro. Gracias por todo lo logrado a Gesto por la Paz. Gracias por su gran libro a Ana Rosa Gómez Moral.

Javier Elzo

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