domingo, 1 de septiembre de 2013

Hanna Arendt, Eichmann, Hoss, ETA y +


Hanna Arendt, Eichmann, Hoss, ETA y +

 
(Respecto de lo que digo de Euskadi agradecería alguna opinión, particularmente si es crítica, en este blog o en mi correo javierelzo@telefonica.net. Gracias)

 

Hanna Arendt al final del post- scriptum, a modo de respuesta a las criticas recibidas por su célebre y polémico ensayo “Eichmann en Jerusalén”, escribe que “en la actualidad, son muchos los que están dispuestos a reconocer que la culpa colectiva, o, a la inversa, la inocencia colectiva, no existe, y que si verdaderamente existieran no habría individuos culpables o inocentes”. Con ello, quiere dejar claro que, más allá de condicionantes colectivos, cada persona es responsable de sus actos, que hay una responsabilidad individual que no cabe diluir en supuestas responsabilidades colectivas. (Prefiero el término responsabilidad al de culpa). Según dijo Eichmann en el juicio, el factor que más contribuyó a tranquilizar su conciencia fue el simple hecho de no hallar a nadie, absolutamente a nadie (salvo una excepción), que se mostrara contrario a la Solución Final (de exterminio de los judíos). Pese a ello Hanna Arendt defendió la condena a muerte de Eichmann.

Añado como un inciso (y más que un inciso) una reflexión de Rudolf Hoess acerca de Eichmann, en un libro cuyo título describe su contenido “El Comandante de Auschwitz habla”. Tras indicar que tuvo ocasión de hablar muchas veces con Eichmann sobre la solución final, y manifestar Hoess sus escrúpulos internos anta la barbaridad cuya ejecución él mismo supervisaba, (escrúpulos de cuya veracidad y sinceridad podemos argüir, como poco, la hipótesis de la duda pues nunca los manifestó en público ni a su propia mujer), sostiene que Eichmann no tenía duda alguna ni siquiera cuando lograba Hoess que bebiera mucho, ni cuando podía hablar con seguridad sin oídos ajenos a los del propio Hoess. Este escribe que “con una obstinación demente, Eichmann propugnaba la aniquilación total de todos los judíos que se pudieran capturar. Había que proseguir la exterminación con toda la rapidez posible, sin piedad, añadía Eichmann”. A continuación Hoess escribe que “en tales circunstancias debía enterrar los escrúpulos de su corazón. Incluso debo confesar que tras una conversación con Eichmann, esos escrúpulos, aunque tan humanos, adoptaban en mi mente el aspecto de una traición hacia el Führer”. Aspecto este de la lealtad a Hitler (las SS juraban lealtad al Führer) fue capital en la determinación de las acciones mas horribles de los nazis. (El libro de Hoess lo he leído en francés y las referencias que cito están en las páginas 189-190. Ed. La Découvert 2005. Hay una edición en castellano de este libro con un prólogo, que parece ser muy bueno, de Primo Levi que no he leído. (Rudolf Hoss. “Yo comandante de Auschwitz” Ediciones B, 2009). El libro de Hoss (o Hoess) me parece tan escalofriante, al par que esclarecedor, que espero consagrarle una entrada en este blog próximamente.

Pero volvamos a Hanna Arendt. A renglón seguido del texto que arriba trascribo, añadió que, “desde luego, esto no implica negar la existencia de la responsabilidad política, la cual existe con total independencia de los actos de los individuos concretos que forman el grupo, y, en consecuencia, no puede ser juzgada mediante criterios morales, ni ser sometida a la acción de un tribunal de justicia. Todo gobierno asume la responsabilidad política de los actos, buenos y malos, de su antecesor, y toda nación la de los acontecimientos, buenos o malos, del pasado. Cuando Bonaparte, tras la revolución, al acceder al poder en Francia, dijo: «Asumiré la responsabilidad de todo lo que Francia ha hecho, desde los tiempos de San Luis a los del Comité de Salud Pública», se limitó a manifestar, con cierto énfasis, una de las características básicas de la vida política. Hablando en términos generales, ello significa, ni más ni menos, que toda generación, debido a haber nacido en un ámbito de continuidad histórica, asume la carga de los pecados de sus padres, y se beneficia de las glorias de sus antepasados. Pero aquí, en esta hora, no nos hemos referido a este tipo de responsabilidad que no es personal, ya que únicamente en sentido metafórico puede uno decir que se siente culpable, no por lo que uno ha hecho, sino por lo que ha hecho el padre o el pueblo de uno. (Moralmente hablando, casi tan malo es sentirse culpable sin haber hecho nada concreto como sentirse libre de toda culpa cuando se es realmente culpable de algo.) Cabe concebir que llegue el día en que ciertas responsabilidades políticas de las naciones sean sometidas a la autoridad de un tribunal internacional; pero es inconcebible que tal tribunal sea un tribunal de lo penal que se pronuncie sobre la culpa o inocencia de individuos determinados”. (“Eichmann en Jerusalén”. Ed. Debolsillo, 2009, pp.432-433).

Este ensayo de Hanna Arendt es de 1963. Tiene cincuenta años y desde entonces ya empezamos a tener, aunque con limitaciones, instancias internacionales de justicia. Por ejemplo, y no es el único, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Creo que en Euskadi tenemos que saber deslindar, y asumir, las responsabilidades personales y las que algunos colectivos (de más de un signo) han cometido, tanto en la post-guerra civil como en los cincuenta años de ETA. Hay responsabilidad colectiva por parte de Herri Batasuna como organización cuando durante tantos años legitimó a veces afirmativamente (la violencia de ETA era consecuencia de una violencia primigenia, cuando se gritaba en sus manifestaciones “ETA mátalos”, lo que algunos hemos soportado a escasos metros, con una Ertzaina que se limitaba a ejercer de notario);  veces, encubriéndola (son las consecuencias no deseadas de un conflicto que los “otros” no quieren resolver); sea mirando a otro lado sin más. Hace años escribí que HB es quien debe pedir perdón a las víctimas de ETA, al pueblo vasco y, por la parte que les ha tocado padecer, al pueblo catalán y al pueblo español. Herri Batasuna, bajo todas las denominaciones que ha adoptado es colectivamente responsable de la violencia que durante tantos años ha ejercido ETA. Evidentemente también lo es ETA. Como organización, es colectivamente responsable, así como cada uno de sus militantes individualmente considerados, que salvo casos excepcionales (que los hay, véase la vía Nanclares, que hay que reconocer con agrado, proteger y ayudar) no sienten arrepentimiento alguno por el mal causado. Pero de ETA, como organización, espero tan poco como cabía, o cabe, esperar de las SS, o de la policía secreta soviética, china, cubana o de Corea del Norte).

Pero, sin simetrías ni ocultaciones, los responsables de las fuerzas de seguridad del Estado español y algunas asociaciones de jueces pues hubo juicios que condenaron a miembros de ETA con la sola base de las declaraciones de la policía, muchas veces arrancadas bajo la tortura, son también colectivamente responsables de la forma como se trató a miembros de ETA, una vez detenidos. Junto al agradecimiento a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, así como a muchos jueces y fiscales que se jugaron la vida para liberarnos de ETA, hay que añadir que tanto individualmente (por practicar la tortura y por emitir juicios con la sola base de confesiones arrancada bajo la tortura) como colectivos, en muchas ocasiones, no estuvieron a la altura requerible ante los evidentísimos casos de tortura que, en muchos momentos, fueron sistemáticos y no aclarados, ni perseguidos pese a las denuncias, nada sospechosas de imparcialidad como, entre otros organismos, Amnistía Internacional. La prensa que, justamente, condenó el terrorismo de ETA, fue en general laxa ante las torturas. La historia será implacable con ETA. Pero también contra quienes, luchando contra ella, utilizaron la tortura y emitieron duras condenas sin pruebas suficientes. Sin hablar del constante aumento de las penas en el Código Penal y su diferente administración penitenciaria según fueran los victimarios miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado o miembros de ETA. Y como escribe bien Hanna Arendt en Jerusalén se juzgaban personas. Como en España. Pero con pesos diferentes.

No es tarea fácil. No es fácil, en efecto, reconocer que “los nuestros” también han cometido atrocidades. Hanna Arendt, judía, y que vivió la represión nazi, sin falsas simetrías pero sin ocultamientos ideológicos, no dudó en señalar el infame comportamiento de determinados judíos. He aquí unos ejemplos de su texto: “Para los judíos, el papel que desempeñaron los dirigentes judíos en la destrucción de su propio pueblo constituye, sin duda alguna, uno de los más tenebrosos capítulos de la tenebrosa historia de los padecimientos de los judíos en Europa.(…) En Amsterdam al igual que en Varsovia, en Berlín al igual que en Budapest, los representantes del pueblo judío formaban listas de individuos de su pueblo, con expresión de los bienes que poseían; obtenían dinero de los deportados a fin de pagar los gastos de su deportación y exterminio; llevaban un registro de las viviendas que quedaban libres; proporcionaban fuerzas de policía judía para que colaboraran en la detención de otros judíos y los embarcaran en los trenes que debían conducirles a la muerte; e incluso, como un último gesto de colaboración, entregaban las cuentas del activo de los judíos, en perfecto orden, para facilitar a los nazis su confiscación”. (Eichmann en Jerusalén pp. 173-174).

Obviamente, Hanna Arendt perdió muchos amigos. Amigos judíos. Dijeron que exageró el comportamiento de algunos dirigentes judíos. Hoy la tacharían de equidistante. La película que lleva su nombre lo muestra bien.

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