lunes, 27 de mayo de 2013

Los cristianos, ¿en la sacristia o tras la pancarta?


LOS CRISTIANOS,

¿EN LA SACRISTÍA

O TRAS LA PANCARTA?

reflexiones de un sociólogo

 

Javier Elzo

 

PPC


[créditos]

 

Diseño: Estudio SM

 

© 2013, Javier Elzo

© 2013, PPC, Editorial y Distribuidora, S.A.

Impresores, 2

Parque Empresarial Prado del Espino

28660 Boadilla del Monte (Madrid)


www.ppc-editorial.com

 

ISBN 978-84-288-2565-8

Depósito legal: M-

Impreso en la UE / Printed in EU

 

 
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Introducción

Con la de libros que se editan todos los años, no es fácil justificar este. Nace de la «necesidad» interior de un jubilado. De un jubilado de dar clases y, en gran medida, jubilado también de producir, dirigir, participar y redactar algunas decenas de investigaciones empíricas. Sobre la juventud, las drogas, el alcoholismo juvenil, los valores en la sociedad española, vasca, catalana, europea, los cambios familiares, la violencia en los adolescentes y jóvenes, sin olvidar –¿cómo podría olvidarla?– la «cuestión vasca», con tantos asesinatos, tantas violencias injustificables, tanto dolor, tanto odio, tanta necesidad de convivencia y reconciliación. Más de doscientos títulos en libros y artículos en revistas, excluyendo las generalistas y sin contar mis artículos en la prensa cotidiana. Hay ciertamente bastantes repeticiones. Pero Bach también se repetía. Claro que uno no es Bach.

De ahí que nadie espera de mí que escriba un libro de contenido nítida y exclusivamente religioso. De ahí que, lógicamente, pocas personas lo leerán, pero esto es problema de mi editor.

Este libro nace de mil preguntas, de signo religioso, que a lo largo de la vida me he ido formulando, preguntas sobre las que me he informado en la medida que mi trabajo laboral me lo permitía, preguntas que han suscitado reflexiones, algunas publicadas aquí y allá, otras duermen en los archivos de mi ordenador o en mis cuadernos de apuntes.

No tengo ninguna tesis que sostener. Quizá alguna rabieta que expresar, pero una rabieta no justifica un libro. En el libro hay reflexiones que he ido hilvanando a lo largo de mi vida sobre qué supone ser cristiano, cómo vivir en una Iglesia, en gran parte escindida, cómo recuperar la ilusión perdida tras el Concilio Vaticano II con la involución del pontificado de Juan Pablo II, con la mediocridad de gran parte de la jerarquía de la Iglesia en España y, residiendo en Euskadi, con los batacazos que la Iglesia vasca ha padecido con algunos nombramientos episcopales, que más parecían de castigo que de estímulo. Cómo continuar siendo católico cuando, desde la jerarquía, se vive en el reino del no, de la desconfianza ante la ciencia, ante los progresos de la medicina, la nueva conciencia social ante el amor homosexual, la ceguera ante el sida, ante el sufrimiento de tantos divorciados católicos que volvieron a contraer matrimonio, ante tanta gente que sufre… Una Iglesia que, pese a Cáritas, algunos obispos, muchos curas, religiosos y religiosas, laicos, organismos religiosos y tanta gente silenciosa, y habitualmente silenciada, que vive la caridad, quintaesencia del cristiano… una Iglesia que aparece demasiado frecuentemente como inhumana, que es lo peor que le puede pasar a la Iglesia católica.

Pero, al mismo tiempo, ¿cómo quedar indiferente ante tanta inquina, tanto menosprecio, tanta mentira, tanta tergiversación, tanta burla, tanta obsesión anticatólica en la inmensa mayoría de los medios de comunicación españoles. Y la fijación antijerárquica de algunos de los cristianos desencantados –y razón hay para ello, como acabo de mostrar–, que escriben o «predican» en algunos de esos medios, y que solamente saben abrir la boca o encender el ordenador para hablar mal de todo lo que suene a jerarquía católica. Me irrita y me duele la pérdida de ecuanimidad en la gran mayoría de los «discursos» que leemos, escuchamos o vemos en los medios de comunicación social, y que se han extendido en gran parte de la población. Al final, en España se vive una polarización insufrible, por un lado entre un catolicismo rancio, cruzadista, temeroso, que solo ve pecado en derredor, que mira con añoranza a un pasado inexistente, y, por otro un anticatolicismo que creíamos superado, pero que, cual ave fenix, se postula como progresista cuando no pasa de viejo «progre», caduco, él también anclado en el pasado y que en España todavía no se ha librado del anticlericalismo de los peores recuerdos de la República. Sí, las dos Españas.

Pero hay algo más, algo más personal que está en la base de este libro y que, seguramente, lo haga más innecesario, o al menos justifique en menor medida su publicación. Es la cuestión de Dios, qué decimos cuando decimos Dios. Qué digo yo cuando digo que creo en Dios. De dónde surge esta pregunta. Por qué nos la formulamos. A qué respuesta –respuestas en realidad– llegamos. Qué consecuencia tiene la respuesta que podamos dar a tal pregunta. Más aún, si sería distinta nuestra vida, la vida cotidiana, familiar, laboral, etc., sin formularnos esa pregunta, y, sobre todo y principalmente, por qué derroteros transitaría nuestra vida a tenor de la respuesta que diéramos a esa pregunta. Sí, la pregunta por la fe es muy importante, sobre todo cuando se es un intelectual. No podemos, no puedo, no preguntarme por mi fe.

            Un día, un periodista preguntó a Einstein: «Profesor, ¿cree usted en Dios?». Einstein le contestó: «Explíqueme lo que usted entiende por Dios y entonces le diré si creo o no». He encontrado esta anécdota en un libro que recoge una apasionante controversia pública entre André Comte-Sponville, un gran filósofo ateo, y Philippe Capelle, decano de Filosofía del Instituto Católico de Paris, titulado, en traducción del francés, ¿Existe Dios todavía?[1]
            El libro tiene perlas como cuando Comte-Sponville dice que «preferiría que Dios existiera», dando a entender que así viviría en la seguridad (ilusa) de tener respuestas a todo, a lo que responde Capelle que «a veces él preferiría exactamente lo contrario: mi vida sería mucho más fácil, no tendría que defender, a veces muy penosamente, la credibilidad del Dios misterioso»[2].
            Todo esto se me vino a la cabeza un día de agosto de 2009 escuchando en la «Quincena Musical» donostiarra el oratorio Elías, de Mendelssohn, que escuchábamos levitando –dirigía Gardiner–, al leer en la traducción simultánea este texto del libreto que traslado apenas resumido. Ante Elías desamparado, que reclama «ver el rostro de Yahvé», el coro canta: «Un viento poderoso que rompía los montes y quebraba las piedras pasó, pero Yahvé no estaba en el viento. La tierra tembló y el mar rugió, pero Yahvé no estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego, pero Yahvé no estaba en el fuego. Y tras el fuego vino un ligero y suave susurro. Y en el susurro vino Yahvé» (cf. 1 Re 19,10-13). ¡Vaya texto!
            ¡En el susurro vino Yahvé! ¿Y si Dios se manifestara no con truenos y relámpagos, terremotos y fuegos, esto es, no al modo de grandes tratados ni en fórmulas perentorias e impositivas, sino en la insinuación («a Dios nadie le ha visto jamás», Jn 1,18; cf. 1 Jn 4), recordará el teólogo y filósofo Maurice Bellet en un magnifico librillo[3], al modo del susurro, «brisa tenue», como traduce L. Alonso Schökel el texto mencionado?
            Como un susurro será el Réquiem de Fauré que en 2013 cantó el Orfeón Donostiarra en el Auditorio Nacional de Madrid, con los maestros de la Berliner Philharmoniker y Rattel a la batuta.
            Fauré, agnóstico, seguro que aceptaría a Comte-Sponville cuando dice que «Capelle y yo no estamos separados más que por lo que ignoramos: ni él ni yo sabemos si Dios existe… aunque él crea en Dios y yo no. Pero estaríamos locos si concediéramos más importancia a lo que ignoramos y nos separa que a lo que ya sabemos tanto él como yo y que nos reúne […], a saber, la fidelidad común a lo mejor que la humanidad ha producido o recibido»[4].
            En esta «fidelidad común [común a creyentes y no creyentes] a lo mejor que la humanidad ha producido o recibido» descubro yo, en el siglo xxi, el susurro de Yahvé en el Elías de Mendelssohn. Creo que Einstein estaría cómodo ante este susurro. Invisible susurro donde habita Dios, a quien nadie ha visto jamás.


Contenido del libro

El libro consta de siete capítulos y un epílogo, redactado tras la renuncia de Benedicto XVI. El capítulo primero intenta presentar, de forma sucinta, algunas de las hipótesis en circulación entre los estudiosos de la sociología de las religiones. El segundo ofrece una panorámica sobre la base de datos contrastados de la religiosidad en Europa y en España, con unos apuntes a la situación planetaria.

El capítulo tercero tiene en mente el ya clásico trabajo de Lenski sobre el factor religioso[5]. Intenta aproximarse al estudio de la variable religiosa como variable explicativa de comportamientos, actitudes y valores. Me sirvo también, en la primera parte sobre todo, de algunos elementos estadísticos. Pero de ahí en adelante la estadística queda aparcada y me adentro en huertos que apenas he transitado en mi labor investigadora. Cuestiones como si los cristianos debieran constituirse en una contracultura específica. También la cuestión del laicismo y la laicidad en España.

En el capítulo cuarto, que lo he titulado «Zozobras en la Iglesia católica», tras abordar algunas decisiones (Humanae vitae y la interpretación del pecado original), situaciones (la mujer en la Iglesia, los divorciados que vuelven a casarse), me detengo en las dos corrientes dominantes durante el Concilio Vaticano II y su actual evolución. Avanzo tres actitudes en la Iglesia de hoy: la de la obediencia total, la de la crítica sistemática a la jerarquía y la del «exilio interior». Considero que hay que ir más allá y reflexiono con la ayuda de John Henry Newman.

En el capítulo 5 me detengo en determinados aspectos que, a mi juicio, debieran formar parte del cristianismo del siglo xxi. Tras la eterna polarización entre lo local y lo universal en una Iglesia que se define como católica, propongo una tipología de cuatro modelos de cristianismo (catolicismo) y su futuro inmediato: el cristianismo desencarnado y espiritualista; el cristianismo convertido en secta o gueto; el cristianismo identitario y, por último, el cristianismo encarnado, histórico, por el que apuesto. A continuación, bajo el paraguas de la globalización, me detengo en la dualidad entre el etnocentrismo y el internacionalismo, en el diálogo interreligioso y el diálogo entre creyentes y no creyentes. Termino provocando si a los cristianos les queda escoger entre la sacristía o pasearse de vez en cuando por las ciudades tras determinadas pancartas reivindicativas.

El capítulo sexto aborda la cuestión de Dios, que ya he mentado más arriba. Lo hago con el bagaje de años de reflexión, aunque en la práctica redacto tras la lectura de un magnífico libro de José Mª Castillo, La humanidad de Dios[6]. Trabajo sobre Dios en sus representaciones, sobre la fe y la ética, y la cuestión de dónde situar la primacía entre ambas. Me detengo en la imagen de la supuesta arcadia anterior a la tecnología y lo que Dios viene a hacer en ese tránsito, si es que algo debe hacer, que creo que no. Me pregunto después si Jesús se agota en su humanidad, para, volviendo al tema de ética y la fe, ver si cabe hablar de «cristianos anónimos» a quienes se comporten como cristianos sin tenerse como tales, más aún, irritándose si se les etiqueta como cristianos.

En fin, el último capítulo me lo he tomado como el movimiento final de una sinfonía (de algunas sinfonías), donde, tras enunciar los temas mayores de sus movimientos anteriores, los engarzan, los prolongan y los completan con una coda final en la que los compositores ponen todo su empeño, si es que no llegan exhaustos y cortan abruptamente. Algunos no consiguen concluirlos, como le pasó a Anton Bruckner con su Novena, inconclusa tras dos años de trabajo. A mí no me ha costado tanto, ni mucho menos, pues en este capítulo hay mucho de lo más personal y que más tiempo, más años, lleva ocupando mis reflexiones. ¿Cómo leer la fe de un cristiano? ¿En qué consiste el acto de fe? Mi tesis, mi experiencia vital –siguiendo a Ricoeur– me dice que la fe es fruto de un azar que se convierte en un destino gracias a una elección continuada. Una elección que no se produce sin sobresaltos, sin dudas, aunque sin caer en la sima de la perenne duda, sima en la que tanto intelectual cae de tanto bordearla. «Una fe que no duda es una fe dudosa», leí ya en mis tiempos de estudiante a Maurice Bellet. Pero una fe que solamente vive en la duda es una fe estéril. Peor aún, es una fe angustiada, atormentada, y, si uno se deja llevar, se convierte en un auténtico pozo negro, de donde solamente la oración de escucha le sacará.

En una sociedad globalizada, cuyo polo opuesto sería el individualismo, propongo una actitud personalizada en una comunidad, la católica en mi caso, pero teniendo presente la tradición, que exige, constantemente, y más en estas décadas en que la aceleración es una de sus notas centrales[7], transitar desde la religión heredada de nuestro antepasados, nuestra generación antecedente, hacia una religión adaptada –aunque sin rebajas– a la sociedad que nos toca vivir, ya avanzada en la segunda década del siglo xxi. No se trata tanto de la Iglesia siempre reformada de Lutero cuanto de la Iglesia siempre innovada, puesta al día, por y para los hombres y mujeres de cada momento histórico. Nunca agradeceré suficientemente a la Universidad de Lovaina que me haya trasladado esta «verdad» fundamental de la Iglesia católica, y que recientemente la lectura de Newman me la haya refrescado.

Es así como tiene sentido, razón de ser, un cristiano adulto en una Iglesia universal y encarnada, la Iglesia católica, que anuncie y sobre todo ponga en práctica el reino de Dios, donde los últimos serán los primeros, porque son los más necesitados, necesitados de justicia, sí, por supuesto, pero más aún de la caridad, que es la justicia con el aliño del amor y la ternura.

Reconocimientos y agradecimientos

De entre los textos que se presentan en este libro, algunos ya han sido publicados. En su lugar concreto cuáles y dónde se han publicado. Aunque ninguno de los textos publicados está reproducido en su integridad y con la misma redacción con que aparece en el presente libro. Todos mis anteriores textos han sido, sea recortados, sea transformados, sea reelaborados, sea actualizados. Otros textos, la mayoría, son inéditos, aunque bastantes han formado parte de mis conferencias impartidas aquí y allá, normalmente con la ayuda del power point, y que después he redactado. Más abajo concreto algunos lugares donde he impartido esas conferencias. Pero hay mucho material que ha sido redactado ex novo para este libro, particularmente lo que conforma en mayor medida mis propias y personales visiones de las cosas. En todo caso, la organización de todos los materiales es absolutamente inédita. Un par de amigos han leído algunos materiales y me han enviado sus sugerencias. No los cito, pues no quiero responsabilizar a nadie de lo que aquí escribo.

A continuación señalo –salvo olvido, que me temo que habrá, y por el que pido excusas de entrada– las entidades donde en los últimos dos o tres años he impartido alguna conferencia relacionada con alguno de los temas que abordo en el presente libro.

Entre las universidades: la Universidad de Sevilla, la Universidad Ramón Llull-Blanquerna, la Universidad Comillas, la Facultad de Derecho de la Universidad de Valencia, la Universidad de Deusto, la Universidad de la Mística de Ávila y ESADE de Barcelona.

He recibido invitaciones de obispados o centros diocesanos de las diócesis de Bilbao, San Sebastián, Vitoria, Cantabria y la Seu d’Urgell, en Andorra.

Entre las entidades señalaré el Grup Sant Jordi de Promoció i Defensa dels Drets Humans de Barcelona; la Fundació Claret, también de Barcelona; las entidades jesuitas, como el Centro Loyola de Bilbao y San Sebastián, Jesuites Catalunya; también los salesianos en Sevilla, agustinos en Madrid, hermanos de La Salle en su centro de San Asensio. Podría señalar bastantes centros escolares, pero en muchos, la mayoría, no fui invitado para abordar estos temas religiosos.

Una vida de setenta años, setenta y uno cuando salga el libro, es ya una vida larga. Con muchas personas he compartido muchas de las cosas que aquí escribo. De muchas fuentes me he nutrido. El lector observará en las notas a pie de página que hay mucha referencia en lengua francesa. No soy un afrancesado. En realidad entiendo mi identidad personal como una identidad múltiple: vasca en primer lugar, española a continuación, pero también me digo francés, me siento de cultura francófona. De ahí que muchos de los tres agradecimientos que aquí quiero expresar para cerrar estas líneas tengan sabor francófono.

La Universidad Católica de Lovaina, que me formó, y me formó bien. Me abrió la mente al método histórico, aun sin estudiar historia, sino sociología y ciencias morales y religiosas. Quiero citar a algunos profesores. Paul M. G. Lévy (Sociología de la paz y de la guerra), probablemente el profesor que mayor influencia ha tenido en mi vida. Aunque solamente le tuve como profesor en una asignatura optativa de 20 horas, donde estaríamos quince alumnos. «Antirrexista», se opuso activamente a la invasión hitleriana de Bélgica. Nos hacía leer y discutir sobre lo previamente leído antes de que él nos diera su lección; aquello sí era una lección de un profesor que profesaba algo: la paz en la guerra. A. Doutreloux en Antropología, una apertura única a la pluralidad humana; Jean Remy y François Houtart en Sociología de la religión; A. Vergotte en Psicología de la religión, J. Giblet en un curso extraordinario sobre Jesús y los zelotes; el inmenso R. Aubert en Historia de la Iglesia (y las cuestiones sobre el acto de fe); Robert Guelluy y un profesor de Dogmática –me enrabieto por no recordar su nombre– que hacía malabarismos con la fe y las ideologías contemporáneas para mantenerse «ortodoxo»; el profesor Janssens, que empezó su curso diciendo que la moral sexual era histórica (con él y con Delhaye seguimos las peripecias de las frustradas redacciones de la  Humanae vitae); Maurice Chaumont, que me mostró hasta dónde podía llevar la obcecación ideológica: catorce de las treinta horas de su curso sobre «Cambio social» para analizar la China de Mao. Claro que era el año 1970. En fin, Jacques Piel, mi maestro en Técnicas de investigación social, asignatura que después he impartido en mis años de docencia y que me ha permitido llevar a cabo mis investigaciones empíricas.

No salgo de Bélgica para mentar la abadía cisterciense de Scourmont, que limita, riachuelo en medio, con Francia. Allí fui un 30 de junio de 1966 –para poder pagarme los estudios– a trabajar, cargando y descargando camiones llenos de botellas de cerveza (de Chimay) y después, en estancias sucesivas de fines de semana o vacaciones, en todo lo que cabe trabajar en una abadía, entonces floreciente, de cerca de sesenta monjes trapenses. Cuarenta y siete años después todavía guardo contacto con aquellos monjes (solamente quedan tres de los que conocí el año 1966, entre ellos mi mejor amigo, Jacques), que me acogieron en momentos difíciles de mi vida, monjes de quienes aprendí la humanidad de una entrega religiosa particularmente exigente para sí y dadivosa, caritativa, para todos los demás. Cuando dejé Bélgica me entregaron con sus firmas un libro que todavía releo de François Varillon, L´humilité de Dieu.

Treinta años en Bilbao (¡cuánto debo a Bilbao!), en la Universidad de Deusto, dan para mucho. En Deusto he vivido la libertad de pensamiento, la libertad de cátedra a la que puede aspirar un profesor. Libertad para organizar mis materias, mis relaciones con los alumnos, organización de mis clases, etc. Libertad absoluta para investigar, aunque una universidad pobre, como la de Deusto, que vive de sus alumnos, no tiene tantos recursos como las públicas para investigar. Afortunadamente, por edad, dejé la docencia antes de que el modelo Bolonia y los «sistemas de calidad» se implantaran en la universidad española y los profesores se convirtieran en contables y escribientes de fichas y más fichas evaluadoras-controladoras. He tenido mucha suerte en la vida. En Deusto me ocupé también durante los últimos once años de mi vida universitaria en el Fórum Deusto. En el Consejo del Fórum conformamos un equipo muy compacto, fuimos amigos y logramos organizar buenos ciclos de conferencias. Para los temas que aquí trato puedo mencionar los ciclos: «Jesuitas: una misión, un proyecto» y «Arrupe y Gárate: dos modelos», que me hicieron pensar en muchas cuestiones de las que me ocupo en este libro. Pero quiero resaltar una conferencia y la larga conversación que mantuve al día siguiente con el conferenciante. Fue la de Jacques Dupuis, titulada «El cristianismo y las religiones: del desencuentro al encuentro», y que cito en el cuerpo del presente libro.

Podría mencionar con gratitud, en referencia a este libro, a bastantes colegas en la Universidad de Deusto, pero solamente daré un nombre: Txema Ábrego, hoy rector del Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Fue rector en Deusto, pero durante un tiempo coincidimos, compartiendo antesala, siendo él decano de Teología y yo de Sociología. Las parrafadas en aquella antesala todavía las recuerdo con gratitud. En realidad hablábamos de lo que siempre ha llenado mi vida: las ciencias religiosas y la teología desde la sociología o, si se prefiere, la sociología desde las ciencias religiosas y la teología. No me atrevo a decir si esto que tiene el lector en sus manos es algo así como sociología teológica, porque más de un colega me dirá que eso es una contradictio in terminis. Pero ya decía mi madre que yo tenía el espíritu de la contradicción en las venas.

No voy a repetir a mi mujer que mi retraimiento para escribir este libro no se volverá a repetir. Porque no me lo va a creer. ¡Qué haríamos los maridos sin la mujer que nos ha acompañado durante treinta largos años! Eskerrik asko, Koruko.

 

Donostia / San Sebastián,

21 de enero de 2013

 




[1] Ph. Capelle / A. Comte-Sponville. Dieu, existe-t-il encore? París, Cerf, 2005, p. 90.
[2] Ibid., p. 72.
[3] Dieu, personne ne l'a jamais vu. París, Albin Michel, 2008. Hace muchos años, siendo estudiante en Lovaina, leí un libro suyo que me hizo pensar mucho: La peur ou la foi. París, Desclée de Brouwer, 1968. No doy con él en mi biblioteca.
[4] Ph. Capelle / A. Comte-Sponville. Dieu, existe-t-il encore?, o. c., p. 91.
[5] G. Lenski, El factor religioso. Barcelona, Labor, 1967.
[6] La humanidad de Dios. Madrid, Trotta, 2012.
[7] H. Rosa, en el primer capítulo de su trabajo Accélération: une critique sociale du temps. París, La Découverte, 2010 (orig. alemán de 2005).
 

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