martes, 10 de julio de 2012

En recuerdo de Miguel Ángel Blanco


En recuerdo de Miguel Ángel Blanco


Traigo aquí, en el decimoquinto aniversario del secuestro y asesinato de Miguel Blanco, un texto que escribí en aquellas fechas, bajo el título de "No fuimos cómplices", publicado en el libro coordinado por María Antonia Iglesias, "Ermua, 4 días de julio". El País-Aguilar. Madrid 1.997, 582 páginas.  Mi texto ocupa las páginas 435-454)

El viernes 11 de Julio me encontraba en Toulouse. Era el último día de un Congreso Internacional sobre Sociología de las Religiones. A las 2 de la tarde, después de participar en mi primera reunión como representante de España en el Consejo Directivo de la “Societé International de Sociologie des Religions”, me dirigí a la librería del campus universitario a comprar los periódicos españoles. Me despedí del representante inglés en el Consejo con un “hasta luego”, hasta la clausura del Congreso de esa misma tarde, pero ya no habría de verle. Los titulares de la prensa española con la noticia del secuestro de Miguel Ángel Blanco y las “condiciones” impuestas por ETA para no asesinarlo me produjeron tal congoja que decidí, inmediatamente, adelantar la vuelta a casa. Tuve la suerte de poder cambiar el billete de tren y dejé el Congreso “a la francesa”, sin despedirme de nadie. Solamente pude dejar un aviso en el hotel de Alberto Moncada, quien más adelante me dijo que los integrantes del grupo de hispanoparlantes, al no verme, se imaginaron que estaba camino de San Sebastián. No sabía qué se podría hacer, más allá de manifestar nuestra repulsa por la escalada del terror de ETA y, sobretodo, intentar salvar la vida de Miguel Ángel. Creo que este reflejo lo tuvimos centenares de miles de ciudadanos que nos sacudimos nuestra inercia cotidiana y decidimos cambiar nuestras agendas para salir a la calle. No hay que olvidar que la liberación, por parte de la Guardia Civil, de José Antonio Ortega Lara, el primero de Julio, la impresionante foto de su llegada a Burgos de la mano de su mujer Domitila, el conocimiento posterior de las condiciones en las que sus raptores lo mantuvieron, su determinación a dejarlo morir de inanición si fuera preciso, el trato diferencial con la forma como trataron a Cosme Delclaux (así y todo peor que la del cualquier preso etarra) son factores que por su cercanía en el tiempo estaban en la mente y en el corazón de todos. Que diez días después ETA secuestre a Miguel Ángel Blanco y anuncie que lo va a matar a las 48 horas, si no se cumplen unas condiciones imposibles de cumplir, provoca una reacción emocional, un estallido social inmenso. En consecuencia que en Bilbao estuviéramos medio millón de personas (o las que fueran) no fue el resultado de una acción mediática, como algunos han pretendido, sino una reacción espontánea de la gente.



Pienso que los ciudadanos fuimos por delante de los políticos y de los mismos medios de comunicación social. Fue un signo de un hartazgo, de un hastío, de una necesidad personal de decir, de forma colectiva, que estábamos hasta los mismos de tanto chantaje, de tanta burla a la soberanía popular, a la autodeterminación cotidiana, hartos de tanto dolor, de tanto engaño. No hubo manipulación mediática, ni calentamiento de motores. La manifestación de Bilbao fue, fundamental y primariamente, espontánea. Que el sentimiento de hartazgo social, que algunos han llamado después de insurrección social, se haya visto mantenido, prolongado y, en algún caso, manipulado por algún medio de comunicación social es secundario, radicalmente secundario, ante la inmensa lección social que la manifestación de Bilbao del sábado día 12 y las que vinieron después en toda España propinó a ETA y sus aledaños en primer lugar, a parte de la clase política en segundo lugar y a los indiferentes, a los que miran a otro y no quieren enterarse de lo que pasa en tercer lugar. Fue también, y considero este punto muy importante, una acción de protesta social que quedará en la memoria histórica del pueblo vasco. Una de las cosas que siempre me han preocupado ha sido la acción y reacción de la población vasca ante la violencia etarra. Es muy importante para su propia autoconciencia en el momento presente y para la conciencia de las generaciones venideras saber que no nos hemos quedado en casa, “con la puerta y ventanas cerradas”, como decía en otro contexto, durante el franquismo, una canción vasca, creo que de Maite Iridin. Que no nos puedan comparar con el gran silencio de muchos alemanes en el periodo nazi, desde personalidades públicas (políticos, profesores, periodistas, jueces, eclesiásticos etc.) hasta el “alemán ordinario” como nos recuerda, quizás con alguna exageración aunque con un fondo que parece innegablemente cierto, el impresionante trabajo de Daniel Jonah Golhagen, “Los verdugos voluntarios de Hitler: los alemanes ordinarios y el holocausto”, todavía no traducido al castellano. No ha sido fácil para el pueblo vasco sacudirse la aureola de ETA que provenía de tiempos del franquismo. No se olvide que a finales del franquismo y, sobretodo, en los dos primeros años de la transición democrática hay un verdadero clamor por la amnistía. (Me viene a la memoria una portada de Cambio 16 con este título). El hecho es que el año 77 no queda un solo preso etarra, de las fracciones que sean, en la cárcel, lo que no le impidió a ETA asesinar poco después al Alcalde de Gernika, Sr. Uncetabarrenechea. Este hecho y la perpetuación de los asesinatos de ETA (es llamativo que sea después del vaciamiento de presos en las cárceles cuando se produzca el mayor número de asesinatos) ha hecho que lenta, demasiado lentamente, se hayan ido cayendo las escamas de los ojos para saber lo que es en realidad ETA y aunque todavía no estamos todos de acuerdo sobre su verdadera naturaleza, si hay un acuerdo generalizado sobre varios puntos. A saber, primero, que sus modos de actuación son del todo punto condenables, sea cuales sean los objetivos que digan perseguir. Segundo que ETA y su mundo son el colectivo más dañino para la sociedad vasca, como lo prueba el hecho, avalado por las encuestas, de que conforman el colectivo más rechazado por los ciudadanos vascos. (Ver la investigación que yo mismo he dirigido “Los valores en la Comunidad Autónoma del País Vasco y Navarra” Edita el Gobierno Vasco 1.996) Piense un momento el lector en el enorme salto que se ha producido en veinte años en una sociedad que “clama la amnistía total” el año 77 a gritar “ETA asesina”, el año 97 y, más significativo aún, “HB asesinos”. Tercero, y limitándonos a la parte de la sociedad vasca que propugna, democrática y pacíficamente, un proyecto nacionalista , ETA es visto no solo como el mayor enemigo para el pueblo vasco sino también para el propio proyecto nacionalista vasco.



Singularizo mi reflexión al País Vasco, fundamentalmente por problemas de espacio y  porque me queda más cerca (me han pedido un texto, en primera persona, a caballo entre lo vivencial y lo reflexivo) pero quiero añadir no sea más que tangencialmente en estas líneas, un par de consideraciones referidas al conjunto de la sociedad española. La `primera es que ETA, durante muchos años, recibió el sostén emocional de gran parte de la sociedad española y de buena parte de su intelectualidad, especialmente la que se situaba más allá de la izquierda convencional. Es cierto también que se desligaron antes que la sociedad vasca, especialmente antes que la mayoría de los vascos nacionalistas, del apoyo o transigencia hacia ETA. Esto tiene sus razones (no diría sus excusas) en las que ahora no puedo entrar. Mi segunda reflexión tangencial sería para señalar que la reacción del pueblo español, en los últimos años y más aun tras los trágicos sucesos de Julio pasado, fue no solamente digna de encomio, en sí misma considerada, sin también digna de reconocimiento por parte de los vascos. Nunca agradeceremos suficientemente eso de “vascos si-ETA no”.



En la manifestación de Bilbao del día 12 tuve ocasión de saludar y hablar con políticos, periodistas, eclesiásticos (los dos Obispos de Bilbao también), estudiantes, compañeros de las universidades vascas y todos nos preguntábamos si aquello iba a servir para algo. Al fin me quedé voluntariamente solo. Tenía la impresión de que se iban a reír de nosotros. Que aquello valía la pena, que había que hacerlo, que no podíamos quedarnos en casa aunque no tenía mayores esperanzas de que los de ETA fueran a hacer otra cosa que llevar a cabo su amenaza. Si al menos las gentes de HB, pensaba yo en mi innata ingenuidad, hablaran quizás habría alguna esperanza de salvar a Miguel Ángel. A nosotros, a los centenares de miles de ciudadanos que llenábamos las calles de Bilbao no nos iban a hacer ningún caso. La verdad es que, entre las gentes de HB, solamente unos pocos, muy pocos, sobran dedos en una mano al contarlos, hablaron para pedir que no mataran a Miguel Ángel. La historia juzgará.



Al término de la manifestación de Bilbao tengo una intervención, en directo, en el informativo de TV3 de Catalunya. Recuerdo dos ideas. A la pregunta de si había algún tipo de lógica en la acción de ETA respondí, más o menos, lo siguiente. ETA no se ha movido desde sus inicios de la vieja táctica de la acción-represión-acción. Antes la represión la había ejercido la policía franquista con los estados de excepción y la tortura sistemática. En el periodo democrático la represión, (cuya necesidad es obvia, lo digo por si alguien lo pone en duda) había tenido derivas del todo punto injustificables: los GAL (auténtico balón de oxígeno de ETA y su mundo) junto a algunos episodios de torturas: casos Arregui y Lasa-Zabala, principalmente. Pero ya llevábamos bastante tiempo sin “darles excusas” para sus barbaridades. Solo les quedaba la escalada terrorista, en la esperanza de provocar en la policía y en la ciudadanía una reacción violenta que sirva de justificación a su violencia y continuar con el discurso de las dos violencias: la violencia de ETA sería, desde su anquilosada pero recurrente fraseología, una violencia de respuesta a otra violencia estructural propiciada por el Estado español con la complicidad de los partidos nacionalistas vascos que habrían traicionada la causa vasca. Además la diferencia entre un reformista y un auténtico revolucionario está en la actitud ante la violencia y la sociedad no se ha transformado radicalmente- ¡ay, qué error seguir llamando radicales a los violentos y a los terroristas¡- más que a través de la violencia. ¿No es acaso la violencia la gran partera de la historia?. En definitiva, si mi análisis es correcto, la decisión de secuestrar para asesinar a las 48 horas a Miguel Ángel Blanco y, sobretodo, matarlo como lo hicieron, con escenificación, y haciendo caso omiso a la voluntad popular no tiene más lógica, si es que tiene alguna, que la pura provocación en la espera de una reacción violenta.



Mi planteamiento no sé bien si es compartido por mucha gente luego, quizás, no sea válido. Algunos piensan que fue un despecho de ETA por la liberación de Ortega Lara. Otros que ETA necesitaba demostrar su fuerza y sus potencialidades. No faltan los que piensan que no hay lógica alguna en las acciones de ETA y que no vale la pena darle vueltas: ETA mata cuando puede, dicen. Una opinión muy extendida, desde el primer momento, es la de que ETA no había calculado bien las consecuencias de su acción y que el asesinato de Miguel Ángel Blanco es el principio del fin de ETA y que habrá un antes y un después de Miguel Ángel. Algo de cierto puede haber en lo anterior pero tantas veces hemos dicho que tal acción determina el comienzo del fin, tantas veces hemos dicho que estamos ante un salto cualitativo que soy más bien circunspecto a la hora de avanzar en esa línea, repito que quizás equivocadamente y admitiendo, como hipótesis de trabajo, que quizás hay un antes y un después de Miguel Ángel y estemos en el principio del fin. Hoy al cabo de dos meses, día a día, del asesinato, cuando escribo estas líneas, confieso que no preví la amplitud de la reacción en el primer momento, pero sigo pensando que el asesinato de Miguel Ángel y la reacción social de la ciudadanía conforman una línea continua, aunque con acentuaciones diversas, especialmente en grandes masas de la población que antes se quedaban en casa y, lo que quizás sea más significativo, masas de ciudadanos que ahora reaccionan incluso cuando el asesinado es miembro de las fuerzas de seguridad del Estado, como sucedió en Basauri el viernes 5 de septiembre.



Pienso que hay un “continuo” en la reacción social a los atentados de ETA que viene de lejos y que ha tenido jalones importantes, como peldaños en la clarificación social de lo que era ETA. Me vienen a la memoria los nombres de Berazadi, Ryan, el capitán Martín Barrios, “Yoyes”, la matanza de Hypercor, los secuestros de Julio Iglesias Zamora, Aldaia etc. Unos peldaños han sido mayores que otros por diferentes razones de las que destacaría dos, la identidad del asesinado y la crueldad de la acción terrorista, lo que evidentemente hace que haya, triste e injustamente -incluso en el tratamiento posterior-, víctimas de primera y de segunda). Pero con cada peldaño, con cada acción terrorista, hay una mayor toma de conciencia de la realidad ETA como fuerza armada de un autodenominado Movimiento de Liberación Nacional Vasco, apelación de la que lo único cierto es lo de Movimiento. ETA no es solamente una organización terrorista, al modo de lo que son los Grapo o fueron las Brigadas Rojas, la banda Baader Meinhof etc. Forma parte de un conglomerado, justamente un Movimiento, en el que hay una organización para la juventud, Jarrai, una organización sindical, LAB, las Gestoras pro-amnistía, sin olvidar a HB (la lista completa, un tanto antigua pero es la que tengo a mano, puede consultarla el lector interesado en el capítulo V del libro, “Euskadi en guerra” del año1.987, de la editorial EKIN, cuyo mayor interés es que viene firmado por el propio MLNV). La sociedad se da cuenta de que ETA no son cuatro chalados que andan pegando tiros, menos aún los liberadores sociales y políticos de Euskal Herria, sino que es parte de una infraestructura que se ha formado en el seno de la propia sociedad vasca con algunas, escasas, ramificaciones y contactos con el mundo exterior, dentro y fuera de España. Ese movimiento se perpetua gracias aun proceso de autoalimentación ideológica (de una pobreza tan limitada cuan eficaz, lo que la propaganda nazi ya sabía) y con transmisión intergeneracional, principalmente en el seno de la propia familia, habiendo llegado a mantenerse a lo largo de 37 años (van a batir el record de Franco), conformando otra sociedad dentro de la propia sociedad vasca. Tienen sus propios medios de expresión y adoctrinamiento, de los que EGIN es un elemento central, sus lugares de esparcimiento, sus bares y tabernas propias, sus propias fiestas, hasta sus “zonas nacionales”. Pues bien, los ciudadanos se han dado cuenta progresivamente de esta realidad y, por poner un ejemplo harto sintomático, una de las cosas que más preocupan a los padres a la hora de escoger un centro docente para sus hijos y lo que, en buena medida determina finalmente su elección es saber cual es la implantación de jarraitxus en ese centro. Los padres tienen más miedo a que sus hijos se metan en “ambiente jarraitxu” que a todos los riesgos inherentes a una parte de la juventud que se divierte durante las noches de los fines de semana a base de alcohol, cuando no con el añadido de otras drogas y mucha moto y coche. El asesinato de Miguel Ángel, precedido por los 532 días de cautiverio de Ortega Lara ( con el impresionante titular de EGIN, al día siguiente de su liberación, “Ortega vuelve a la cárcel” que pasará a la historia de la prensa como modelo de la inhumanidad más abyecta), sin olvidar la escandalosa sentencia liberatoria de Otegui, el asesino convicto de dos ertzainas, así como su fuga posterior, son los últimos eslabones que han hecho saltar a una sociedad que llevaba años soportando el peso y el miedo hacia una minoría fanatizada por una socialización autista y aguerrida, pues muchas de sus acciones quedaban inpunes.



En otro momento de la entrevista en TV3 me preguntaron sobre lo que, en mi opinión, harían con Miguel Ángel Blanco. Contesté que lo iban a matar. Que lógicamente deseaba equivocarme pero la lógica de ETA y la forma como EGIN anunciaba que la clase dirigente se preparaba para un fatal desenlace (cito de memoria) me hacían pensar que la suerte estaba echada. Debían ser las 14.45 del sábado día 12 cuando me realizaron esa entrevista en la parte lateral del teatro Arriaga de Bilbao. Poco después de las cuatro de la tarde entraba en mi casa, en San Sebastián, y ya estaba sonando el teléfono. Era Xavier Campreciós de “El Periódico” de Barcelona pidiéndome un artículo, aunque sin mayores prisas. Me fui a descansar, con la radio encendida, cuando alrededor de las 5 (redacto de memoria luego puede haber aquí y allá algún error de precisión) ya estaban anunciando que había aparecido un cadáver. El baile de noticias sobre si Miguel Angel estaba o no muerto, los continuos flashes de lo que ocurría en Ermua, ver salir a los padres de Miguel camino del Hospital Aranzazu de Donosti...La espera se me hizo intolerable. Ver la televisión, que me pareció generalmente modélica en el tratamiento de la noticia ese día, se me hizo sofocante, literalmente insoportable. En diferentes momentos tenía que levantarme de la butaca. No podía ver no ir nada más. Lloré de rabia, de impotencia, de dolor, de inmenso dolor.



A lo largo de la tarde volvió a llamarme Campreciós. Ahora me apremiaba a escribir un artículo para que saliera el lunes. Lo redacté el domingo, día 13. Creo que ningún artículo me ha supuesto tal esfuerzo anímico. Tenía más ganas de gritar que de escribir. Sin embargo no quería que la rabia y la ira que anidaban en el corazón me obnubilaran la mente. No quería un artículo declamatorio, meramente condenatorio, lleno de improperios contra ETA y los suyos. Siempre he sido más amigo de substantivos que de adjetivos. Me salió un artículo demasiado académico, rayando en lo pedante y quizás un tanto fuera de lugar en aquel contexto emocional. Pero parece que gustó pues a partir de la entrevista en TV3 y del artículo en “El Periódico” comenzó una aventura mediática de 15 días, primero en Catalunya (debí hablar en cuatro o cinco radios a lo largo del lunes 13) después me llamaron desde los sitios más insospechados de España. En el País Vasco en los periódicos del grupo Correo, donde colaboro habitualmente con artículos de opinión, “El Correo” y “El Diario Vasco” tuve intervenciones en forma de artículo en el primero, de entrevista en el segundo. También entrevistas con corresponsales de prensa internacional, escrita y radio, amén de la televisión, española y foránea. En resumen, 15 días que viví prácticamente bajo el síndrome del asesinato de Miguel Angel y de la consiguiente reacción ciudadana.



Asistí en San Sebastián creo que a todas las manifestaciones que se convocaron tras tener conocimiento de la muerte de Miguel Ángel. En la Plaza Gipuzkoa, en la Plaza del Buen Pastor aunque nunca fui a manifestarme ante las sedes de HB, ni proferí la mayoría de los gritos que se dijeron en las manifestaciones. He de confesar que en algunos momentos me sentí incómodo en las manifestaciones. Más que la literalidad de los esloganes (creo recordar que el más duro decía “HB Asesinos” y el “a por ellos” no tengo conciencia de haberlo oído en las concentraciones a las que asistí) me hacía sentirme incómodo el modo de elevar y extender las manos al modo fascista (aunque no quisiera dejar la sospecha de que la gente que estaba allí lo fuera, ni pensara yo en ello), la rabia con la que se proferían las frases, las expresiones faciales que descubría. Había gritos, modos, expresiones desencajadas que me preocuparon.  Este sentimiento de preocupación se hizo mayor cuando tuve ocasión de ver un amplio reportaje, de gran valor sociológico, de la televisión local de San Sebastián (Tele-Donosti) sobre la continuación de una de esas concentraciones en la parte Vieja donostiarra. Concretamente en la emblemática calle Juan de Bilbao, a dos pasos de la sufrida Iglesia de San Vicente, una de las joyas arquitectónicas de la ciudad que, fin de semana si, fin de semana no, ha sufrido los embates de los “ecológicos” muchachos de la calle vecina en forma de pintadas y cosas peores a lo largo de sus muros. En efecto, en la calle Juan de Bilbao hay una concentración de bares, tascas, tabernas, txokos o como se les quiera llamar donde se concentran los chavales y jóvenes simpatizantes del mundo del MLNV. Pues bien, los manifestantes consiguieron negociar con la Ertzaintza para que les dejaran pasar por la calle con la promesa de no organizar altercados. La Ertzaintza debió proteger a algunos chavales que tuvieron que refugiarse en alguna tasca ( como sucedió también en Bilbao pues el azar quiso que al día siguiente almorzara en un céntrico restaurante de Bilbao donde la Ertzaintza  “asignó en residencia temporal de varias horas” a algunos jóvenes del mundo de Jarrai como nos dijo el camarero). Lo que me llamó la atención y me preocupó, entre otras cosas que comentaré más abajo, fue el rostro de dos chicas, desencajadas, gritando, en medio de la calle “Juan de Bilbao”, de forma repetida, “nosotros somos la juventud vasca”. Yo estaba acostumbrado a ver esas caras en “el otro lado”, pero no en este, aunque a decir verdad aún había diferencias, digámoslo así, en el desencaje facial. En efecto los rostros de los chavales que se situaban en las contra concentraciones, con motivo de los diferentes secuestros habidos en los últimos años, detrás de la pancarta “Euskal Herria askatu” gritando desaforadamente “ETA mátalos” (¿es posible contradicción mayor?), eran impresionantes. Pero, lo repito, algo de eso aunque en tono menor había visto, también, en algunos rostros en las concentraciones de la plaza de Gipuzkoa y en la manifestación anti-HB en la calle Juan de Bilbao, no recuerdo bien, si la noche del 12 o del 13 de Julio.



El hecho es que en varias ocasiones manifesté mi temor a una respuesta violenta por parte de la población y diferentes medios de comunicación se hicieron eco de mis opiniones. No fui el único en señalarlo pero sí de los que más hicieron hincapié en este punto. Emitía la duda, que sigo manteniendo, todavía hoy en el fondo de mí mismo, de saber si nos encontrábamos ante una reacción puntual y emocional debida a unos hechos extraordinariamente graves y provocadores, o si más bien se trataba de una situación de fondo que había tenido salida en esos momentos y, lo que podría ser más grave, lo ocurrido no ser sino una manifestación que podría ampliarse en el futuro más o menos inmediato. Añadía, en mis reflexiones, que eso sería el gran triunfo de ETA, pues entonces la distinción entre demócratas y violentos o entre violentos y no violentos habría desaparecido, cuando pienso, por el contrario, que esta distinción, incuestionable hoy no solamente en el análisis teórico sino también en la realidad social, tiene una importancia ética y política fundamental, incluso para la resolución del conflicto vasco.



En realidad mi temor no provenía solamente de lo visto en los días de las concentraciones consiguientes al asesinato de Miguel Ángel. Desde mis estudios sobre la juventud vasca el año 1.986 y los que produje posteriormente me indicaban que en el País Vasco había un sector muy minoritario de jóvenes, de la derecha extrema, que legitimarían la violencia ilegal de signo distinto a la etarra. No se habían manifestado prácticamente nunca, pero la actitud estaba ahí. Pero a ello hay que añadir dos consideraciones. La primera me la produce la lectura de los resultados de una encuesta que Demoscopia realizó para el Departamento de Juventud de la Diputación Foral de Gipuzkoa,en base a una muestra de 501 jóvenes guipuzcoanos, realizada en Octubre y Noviembre de 1.996. En ella encontré el dato, altamente preocupante, de un 7% de jóvenes que consideran “absolutamente justificable” que “un Estado, en la lucha antiterrorista, pueda utilizar ocasionalmente métodos no legales”, porcentaje al que hay que añadir otro 7%, que responden en el mismo sentido, “según los casos. Pero, y es la segunda consideración, esa justificación de procedimientos ilegales para luchar contra el terrorismo “se masca en la calle”, es cierto que en los momentos de mayor tensión emocional, después de una barbaridad de ETA y sus acólitos. En efecto, en los últimos tiempos, cuando asistíamos a un funeral, a una manifestación de protesta, de exigencia de paz, de demanda de liberación de un secuestrado etc., he tenido ocasión de escuchar en más de una ocasión expresiones como “se ha ensayado todo con ellos menos la violencia y a fin de cuentas somos más”. La expresión “a por ellos” leída por Victoria Prego en la gran manifestación de Madrid posterior al asesinato de Miguel Angel la he oído, con esa o similar formulación, en el País Vasco, en muchas ocasiones. Quiero decir, en suma, como he indicado al inicio de estas líneas, que hay tal hartazgo de ETA y su mundo en el País Vasco, tantos años aguantando una tiranía social y un miedo a hablar claro que se ha formado un substrato social, al menos de forma potencial, para una respuesta violenta a la violencia etarra. Creo que cabe decir que hay condiciones objetivas de confrontación civil espontánea, o más o menos espontánea, en la situación social del País Vasco, al conjugarse una constante, pertinaz y sañuda provocación violenta por parte del mundo del MLNV y un hastío, una desesperanza ante tantos intentos baldíos de diálogo en la pacificación, (dos no dialogan si uno no quiere) y que se traduce en la consiguiente irritación en la población vasca.



De todas formas hay que decir, antes de concluir este punto, que salvo muy contadas excepciones (el asalto al local de HB en Ermua durante las fechas del asesinato de Miguel Ángel y algún otro episodio similar en fechas posteriores), la reacción de la población ha sido pacífica, sin agresiones a los miembros del MLNV. Con lo que, al menos en lo que a los hechos se refiere, en los dos meses posteriores al asesinato de Miguel Ángel, el temor de una respuesta violenta por el mundo democrático no se ha concretado. De lo que no puedo sino alegrarme y manifestar que, quizás, mi temor era infundado y que, en efecto, nos encontrábamos ante una reacción epidérmica, harto comprensible, pero que la conciencia pacífica de los ciudadanos ha sido más fuerte y que los llamamientos a la firmeza y moderación de lideres políticas y de los movimientos pacifistas han dado sus frutos, de tal suerte que el comportamiento ciudadano solo cabe calificarlo, a tenor de los hechos presenciados hasta ahora, que son los que cuentan, de ejemplar.



No se puede, sin embargo decir lo mismo del mundo violento que, aunque en proporción notoriamente inferior a la de veranos anteriores, ha sido el único protagonista de la violencia en Euskal Herria, y fuera del País Vasco. Los asaltos perfectamente organizados de encapuchados en determinadas y seleccionadas localidades del País Vasco, siempre de noche y aprovechando las fiestas locales son el ejemplo de unas  acciones sustantivas con una finalidad concreta (crear el terror) que justifica claramente la denominación de terroristas a sus ejecutantes, tanto a los que participan en la proyección, como en la ejecución y la justificación de las acciones.



He indicado más arriba que uno de los eslóganes que se oían era el de “HB asesinos”. Creo que era la primera vez que ese eslogan era proferido con tanta frecuencia e incluso con más fuerza que el de “ETA asesinos”. El dato es más que significativo pues refleja, también aquí, la manifestación social, hecha pública, de una evidencia que solamente en algunas pintadas y en conversaciones privadas se había señalado hasta entonces: la intima correlación entre ETA y HB como dos “entes” que se necesitan mutuamente. ETA hace tiempo que habría desaparecido de no tener detrás la importante base social de Herri Batasuna que le respalda, protege y justifica exceptuando unas pocas personas. (Las encuestas, unánimemente, dicen que hay mucha gente en HB que rechaza la violencia de ETA. Pero, a estas alturas de la película, mientras sigan dando el voto a HB y su condena de la violencia a ETA sea silenciosa, siguen siendo objetivamente responsables de la persistencia de ETA y de sus atentados) Por otra parte HB sin ETA se desharía como un terrón de azúcar en el agua del clamor de paz que de forma ya incontenible (aunque como el Guadiana con largos periodos de ocultamiento) se extiende por toda la sociedad vasca. Una vez más esta sociedad lo ha interpretado correctamente al decir en las diversas concentraciones de esos días, refiriéndose a HB que “sin pistolas no son nada”. Más aún, la expresión “Vascos sí, ETA no” que se oyó por primera vez en Madrid hace uno o dos años, no recuerdo ahora en razón de que circunstancia concreta, se transformó en la de “Vascos sí, HB fuera” en la concentración de la Plaza del Buen Pastor, celebrada cuando todavía la vida la vida de Miguel pendía de un hilo en el Hospital de Aranzazu, expresión que iba acompañada por la de “aquí estamos los que no matamos”. Así el conflicto vasco se manifestaba en lo que ya era hace mucho tiempo: más un conflicto social y sociológico que político. No que no haya elementos políticos en la base y en el origen del conflicto vasco, y me detendré en un aspecto importante del mismo más abajo, pero lo que quiero significar aquí y lo que la sociedad vasca manifestó inequívocamente durante la reacción social al crimen de Ermua es que hoy, el llamado conflicto vasco se sitúa, primaria, fundamental y lacerantemente en el hecho de que una minoría de nuestra propia sociedad está dispuesta a matar a cualquiera, sencillamente porque opina de forma distinta, tiene un proyecto distinto o tiene la desdicha de “pasar por ahí” cuando ellos han decidido llevar a cabo una “ekintza”, una acción en traducción literal, entiéndase “ una acción terrorista”. A partir de ahí el contencioso vasco es fundamentalmente un problema social que afecta al conjunto de la sociedad vasca (todos vivimos provisionalmente) y es un problema sociológico pues la fractura central en la sociedad vasca hace tiempo que ya no es la de nacionalistas y no nacionalistas, gentes de izquierdas y gentes de derechas, sino entre demócratas y violentos o, como señalamos 26 profesores que nos reunimos en Burgos los días 27 y 28 de julio de julio para estudiar el crimen de Ermua y la reacción social, quizás haya que hablar de violentos y de no violentos. La inmensa mayoría de la sociedad vasca expresa mediante estas manifestaciones que necesita separarse de una parte de su misma sociedad que, no solamente tiene el descaro y la desvergüenza de autoproclamarse “liberadora del pueblo vasco” sino que entiende ese “proceso de liberación” bajo la forma de amedrentar a todos los que no piensan como ellos sin privarse de asesinar fríamente, calculadoramente, a otros vascos (y no vascos) cuando lo creen oportuno. La expresión, gritada con rabia la tarde del 12 de Julio en la Plaza de la Catedral del Buen Pastor, otro de los lugares emblemáticos de la pacífica conquista de la paz en Donosti, la llana frase de “Vascos sí, HB fuera” refleja, en toda su crudeza y exactitud, donde se sitúa hoy el núcleo del conflicto vasco.



Pero antes de volver a él para concluir estas apresuradas líneas, quiero referirme, brevísimamente, a lo que he denominado el origen o una de las bases políticos del problema vasco. No es el momento de profundizar en este punto pero quiero solamente señalar que en el llamado problema vasco y en lo que supone el MLNV hay, al menos, dos componentes, aunque de distinta importancia y extensión no siempre fácil de calibrar en su justa medida: la dimensión revolucionaria o antisistema y la dimensión nacionalista. Este es un punto en el que hay disenso entre los estudiosos y, peor aún, no hay suficiente discusión rigurosa. En estas líneas solo quiero hacer algunas reflexiones a la dimensión nacional del contencioso vasco, fundamentalmente porque es la que tiene más visibilidad, la que ha emergido en las manifestaciones (de forma secundaria así y todo, lo esencial, lo repito está en los párrafos anteriores) y porque es lo que más divide a la acción conjunta de los partidos políticos en la lucha contra el terrorismo. Aunque no faltará quien diga que el demonio (la dimensión revolucionaria y antisistema del conflicto vasco) es tanto más demonio cuando menos visible sea.



Para mucha gente la raíz del contencioso vasco está en la confrontación Euskadi-España, contencioso que será tanto más agudo cuanto mayor sea esa confrontación. En la manifestación en la calle Juan de Bilbao a la que me he referido anteriormente, los allí concentrados exclamaron, en algunos momentos ¡España!, ¡España!. Era una forma de reivindicar que aquel espacio emblemático en el que habitualmente los jóvenes de HB sentaban sus reales, también era espacio español. Fue uno de los pocos momentos, durante aquellos días en los que, de forma expresa y refleja, la dimensión nacional (o nacionalista) del contencioso vasco asomó en la calle, aunque de forma implícita, no dicha, no verbalizada, también estuvo presente. Por ejemplo en el idioma usado en los gritos de las concentraciones, en los “aplausómetros” cuando hablaban unos y otros hasta, por lo que pude intuir, en el color político de las personas que estaban en las concentraciones y, más aún, en las que proseguían en las manifestaciones posteriores y las que se disolvían tras las concentraciones. (Pero en esto los periodistas son los testigos privilegiados). Pienso que el nacionalismo vasco tiene una gran dificultad para asumir la realidad España y lo que de español hay en lo vasco, en la esencia de lo vasco, al par que gran parte de la clase política e intelectual española considera como intocable la unidad de España y, lo que dificulta enormemente la resolución del conflicto vasco, emite constantes dudas sobre el carácter democrático del proyecto nacionalista vasco. Más aún, no faltan los que ponen en tela de juicio el carácter democrático y pacífico de los ciudadanos vascos que propugnan un proyecto nacionalista no excluyente, integrador de todos los vascos, entendiendo por vascos las personas que viven en Euskal Herria. Entiendo que este es un tema tabú del que solamente se habla y escribe a base de grandes declaraciones, de evidencias sobreentendidas consideradas indiscutibles, con imputaciones y descalificaciones personales de tal suerte que para muchos nacionalistas vascos llamarle a uno “español” es considerarlo como si fuera de “los otros” y para muchos - permítaseme llamarlo aquí por comodidad- “nacionalistas españoles” los vascos que se dicen nacionalistas son vistos como el fondo, la raíz última, el “magma” del que se nutren los terroristas de ETA. Ciertamente no es nada difícil encontrar aquí y allá declaraciones de políticos, intelectuales, periodistas etc. que darán pié a tales imputaciones, pero me parece de una ceguera imperdonable detenernos en esas declaraciones, utilizarlas constantemente como latiguillos dialécticos y que no hayamos entablado todavía una discusión rigurosa y constructiva sobre este tema, que va más allá de declaraciones. No puedo, ni quiero entrar más aquí en este punto, pues insisto que, sin negar en absoluto su pertinencia, lo considero secundario, no solamente en relación a los acontecimientos que rodean al asesinato de Miguel Ángel Blanco, sino también para el diagnóstico y resolución del denominado conflicto vasco, desde hace ya muchos años.



En efecto, como he indicado más arriba, el conflicto es mucho más social y sociológico que político. Desde el primer momento, desde que ETA llevó a cabo el secuestro de Miguel Ángel Blanco se planteó el tema del aislamiento de HB. Durante dos largas semanas fue uno de los temas estrella de los medios de comunicación social y todavía hoy en día vuelve continuamente a la palestra, signo evidente de que es más fácil emitir juicios sobre su oportunidad que llevarlo a la práctica. En diferentes medios de comunicación tuve ocasión de expresar mi punto de vista sobre este tema. Ya el mismo día 13 de julio en el artículo que publiqué en “El periódico”. Después en una entrevista en “El Diario Vasco” el 24 de Julio y sobretodo en la que me hicieron en “El País”, publicada el 4 de Agosto, y que iba enfocada a este punto. El corazón te dice que “con ellos ni a misa” como se decía cuando la gente iba a misa. La razón te dice que las cosas son más complejas. Ciertamente el aislamiento político, que ya se ha llevado a cabo en lo fundamental, me parece una medida acertada. No se puede gobernar un país con quienes legitiman el asesinato hacia los que tienen un proyecto distinto para ese país. Más aún, cuando hay mil evidencias de que en la trama civil del terrorismo etarra hay también miembros electos de HB. Pero las cosas se complican sobremanera cuando se trata del aislamiento social.



Hay situaciones imposibles, por ejemplo cuando en el seno de la propia familia, a veces entre hermanos, entre padres e hijos incluso, hay diferencias políticas notables y alguien es miembro de HB.  Hay situaciones absolutamente dramáticas en este punto que no se pueden saltar mediante la repetida afirmación de un mero principio de actuación: aislar socialmente a los de HB. También sin llegar al dramatismo de la confrontación familiar hay situaciones, extremadamente intrincadas, en los lugares de trabajo, en las cuadrillas y en las localidades pequeñas. (No es de extrañar, dicho sea entre paréntesis que, últimamente, surjan personalidades particularmente decididas en el afrontamiento público contra la violencia terrorista en las localidades medianas y pequeñas de todo el País Vasco: son los que día a día, en contacto próximo, sufren los embates del mundo violento. Su mérito es inmenso). Además, resulta evidente que hay grados  en el aislamiento social. Hay que saber conjugar el realismo de una cohabitación, que hace inviable el aislamiento total, con la manifestación, firme y pacífica, de nuestra desaprobación total hacia una forma de actuar (o no actuar) que legitima el asesinato del que piensa de forma distinta. No hay recetas en este campo. Cada cual habrá de ver, en su circunstancia concreta, cual haya de ser el modo de proceder. Personalmente hace tiempo que decidí no asistir a ninguna mesa redonda, menos aún a un debate, con gentes de HB mientras no den muestras de civilidad: no se trata de que condenen las acciones de ETA, se trata de que yo no puedo ir a debatir la pacificación de Euskadi, o la realidad de los jóvenes vascos, como me han pedido en más de una ocasión, cuando esos mismos me insultan, pintarrajean las paredes llamándome txakurra (perro) o me amenacen diciendo que “mi estudios me costaran caro”. Sin embargo nunca he negado el saludo a nadie.



Además el principio del aislamiento social puede ser causa de injusticias. A veces la visibilidad social del miembro de HB no es tan evidente y empezaríamos en una especie de caza de brujas o, como dije en una ocasión, correríamos el riesgo de una judaización de los miembros de HB, lo que sería el colmo de los colmos, dicho sea de paso, cuando si de algunos cabe decir que tienen comportamientos comparables a los de los nazis es a sus encapuchados.



Pero hay otro punto en esto del aislamiento que quiero señalar para terminar. He sostenido en diferentes medios de comunicación social que el principio universal del aislamiento social a ultranza puede ser contraproducente pues cierra aún más el ghetto en el que se están encerrando los miembros de HB dificultando la posible salida del mismo a los arrepentidos. Más aún, elimina toda posibilidad de reconciliación y, a mí, no me basta con la pacificación, quiero también la reconciliación. Soy plenamente consciente de que esta proposición puede ser entendida como quimérica, más voluntarista que realista, e incluso profundamente equivocada a la hora de la resolución del conflicto vasco, planteamiento que he escuchado muchas veces, que respeto, aunque, lógicamente no comparto. Otros pensarán que es ambigua, lo que rechazo firmemente. No veo porqué la firmeza en la denuncia, la condena de todo asesinato por pretendidas intencionales políticas, la afirmación de la primacía de la víctima, el desmontaje del entramado pseudo ideológico del terrorismo etc., etc., e incluso todo ello en el plano de las relaciones personales llegado el caso, y eso viviendo en el País Vasco lo que sucede frecuentemente, deba de ir reñido con la búsqueda de la reconciliación, con la mente y el corazón abiertos al que quiere salir del pozo en el que está metido. En el lenguaje cristiano decimos que estamos en la dimensión del perdón.



El perdón no supone olvido. Ni tolerancia hacia la injusticia. Tampoco una justicia blanda. Menos un substituto a la justicia. Es otro plano. El plano de la justicia es el de la reciprocidad. El del perdón el de la gratuidad. El plano de la justicia se sitúa en el de los derechos de la persona humana. El del perdón, afirmando el carácter inalienable de los derechos de la persona humana, se sitúa en el plano del don. La justicia no exige del justiciado nada. El perdón exige del perdonado el arrepentimiento para que no se quede en una mera actitud de la persona que perdona. Pero cuando el perdón y el arrepentimiento se encuentran, entonces, la reconciliación es posible.


La primera semana de agosto me fui al Pirineo navarro donde hay que recorrer kilómetros para conseguir un periódico, donde la radio sintonizaba un par de emisoras entre ruidos insoportables de tal suerte que solo escuchaba los inicios de los informativos y no leí la prensa hasta mi vuelta. Comí, bebí, engordé, pensé, medité, devoré el libro de Bloom, “Los presagios del milenio”, y me enfrasqué en voluptuosa lectura de “La Regenta” terminando sus últimas 700 páginas en tres días. Fue una terapia.
 

Donostia-San Sebastián, Septiembre de 1997

Javier Elzo

Catedrático de Sociología

Universidad de Deusto


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