martes, 5 de junio de 2012

Bramhs y Bach en Paris




De vuelta de Scourmont me he detenido dos días en París. Entre mis pecados confesables están mis escapadas musicales, a veces con mi mujer, a menudo solo, como en esta ocasión. Esta vez con Brahms y Bach. El primero, en el Teatro de los Campos Elíseos, con la Filarmónica de Rótterdam y, en la batuta, Yannick Nezet-Seguin que ya han pasado por nuestra Quincena. Comenzó con el primer concierto para piano con un Nicholas Angelich regio, con una paleta sonora única, acompañado por la orquesta con demasiado músculo y menos poesía, pecado de no pocos directores de la nueva generación, a mi gusto. Pero, ¡qué pianista Angelich!. Tras el descanso la orquesta atacó las “Cinco piezas para orquesta de Antón Webern” que el director enlazó, sin parar (¿temía unos aplausos de conveniencia?) con el maravilloso primer movimiento de la segunda de Bramhs, que culmina con el brillante alegro con spirito, que Nezet-Seguin, tradujo con “brío”. La sala prorrumpió en aplausos arrancando, como bis, el allegretto de la sinfonía. Buen concierto.

Como no todo es música (y libros, ¡ay! salí corriendo de la librería, sin mirar a izquierda y derecha, al acercarme a la caja, pues ya tenía entre las manos siete libros, tres mas de los que llevaba en mi lista), como no todo el música y libros, decía, almorcé en un restaurante que recomiendo vivamente. “Chez Allard”, en el nº 41 de la rue Saint-André-des Arts, en pleno Barrio Latino. Al mediodía ofrecen un excelente menú de 24 € sin postre, 31 con postre, a seleccionar entre cinco o seis entradas, otros tantos platos principales, lo mismo que postres. Yo comí un salmón marinado esplendido y un “boeuf bourguignon” de los de antes. Leo la carta de vinos pero su precio me asusta y me conformo con el excelente, de verdad, borgoña de casa (18 € media botella). Total que por 42 € (no tomo postre, para no engordar aún más) y salgo feliz del restaurante camino de una buena siesta en mi hotel.

Dedico la tarde a la lectura y a las 20.00 la Misa en si de Bach, en la Salle Pleyel, con Masaaki Suzuki y su Bach Collegium Japan, conjunto de unos 25 instrumentistas y otros tantos coralistas de primera fila que nos hacen un Bach donde el kyrie es un kyrie y el gloria un gloria, lo que algunos directores, olvidan. Sin ser impecable, (prefiero Harnoncourt y Herreweghe, con  sus músicos) la versión de Suzuki, particularmente en los momentos brillantes - comienzo y final del Gloria, Resurrexit y final del Credo – es de levantar la boina. También el primer Kyrie.

Me despido de Paris hasta la “saison 2012-2013” con la música de Bach en la cabeza.

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