domingo, 4 de septiembre de 2011

¿Qué ofrece “Camino de Perfección” a la juventud y a la sociedad de hoy?


¿Qué ofrece  “Camino de Perfección” a la juventud y a la sociedad de hoy?

(Texto para el IIº Congreso Teresiano en Ávila 29 Agosto- 4 Septiembre 2011)

Publicado en  Fco. Javier Sancho y Rómulo Cuartas, dir. “El libro del Camino de Perfección de Santa Teresa de Jesús”. Actas del Congreso Internacional Teresiano. Edit. Monte Carmelo, Universidad de la Mística. Ávila 2012, (Paginas 591- 607)

 Muchos de ustedes se preguntarán, seguro, qué hace un sociólogo en este IIº Congreso Teresiano dedicado a la obra “Camino de Perfección”. Yo fue el primer sorprendido por la invitación y, al aceptarla, manifesté que lo hacía “con un sentimiento de temor no exento de osadía, al aventurarme en huertos (Santa Teresa y sus textos) que no conforman mi día a día, ni en mi trabajo intelectual ni, desgraciadamente, tampoco en mi vida espiritual”.


Es cierto que añadí a renglón seguido, que “no veía cómo negarme, de entrada, cuando me solicitan que hable (y escriba) sobre lo que "Camino de Perfección" puede ofrecer hoy a los jóvenes y a la sociedad, huertos, estos últimos sí, que he frecuentado durante toda mi vida profesional”.

En consecuencia, impulsado por una especie de adolescencia adulta que, precisamente por mi contacto intelectual y presencial tantos años con los propios adolescentes, parece que haya conformada una característica central de mi carácter, me hace muy difícil decir “No” a las solicitudes que recibo. Así, tras abandonar mi despacho, me dirigí raudo a una librería en busca de un ejemplar de “Camino de Perfección”. Encontré la edición de Salvador Ros García[1] y, ya en casa, me salté la introducción, lo que hago frecuentemente en mis nuevas lecturas, y me fui directamente al primer párrafo del primer capitulo del texto de Teresa. Con dificultad llegué a su término tropezándome en su lectura como quien leyera un texto en un idioma que no dominaba, viéndome obligado a releer el párrafo una segunda vez con mayor detenimiento. Así procedí leyendo durante varias, pocas, páginas hasta que, literalmente hablando, el libro se me cayó de las manos. Su lectura me suponía un gran esfuerzo que además no siempre se veía compensado pues dudaba de haber entendido correctamente lo que había leído y lo que Santa Teresa quería expresar.

Con esta confesión además de desnudar mi ignorancia teresiana ante todos ustedes, y plantearme seriamente solicitar que no tuvieran en cuenta mi aceptación a participar como ponente en este Congreso se me hizo luz, con fuerza cegadora, esta reflexión: si yo, aunque en nada asiduo, como arriba he indicado, a la lectura de los textos teresianos, sin embargo, teniendo una formación y una practica universitaria, así como un “a priori” más que favorable a la literatura religiosa, dada mi condición creyente, “Camino de Perfección” se me caía de las manos, ya en sus primeros capítulos, ¿cuántas personas adultas, y cuantos jóvenes, serían capaces de ir mas allá de a donde yo había llegado, en una lectura espontánea, como quien se acerca a una librería y se lleva a casa, no diría una sencilla novela de Maigret, por poner una caso, sino incluso un texto de Benedicto XVI, por ejemplo, “Caritas in Veritate”?. Me bastaba llevar a  la memoria algunos nombres del mundo socio-religioso que frecuento para concluir que no pasaría de una muy, muy exigua minoría.  Luego ya tenía una primera respuesta a la cuestión que me habían planteado para este Congreso. La lectura de “Camino de Perfección”, tal cual, exige, como poco, una introducción. Y a ella me dirigí en el ejemplar que había adquirido. Al final del primer punto de la introducción se nos dice que “con este edición tratamos de contribuir a multiplicar el número de aficionados a santa Teresa, la engolosinadora de los bienes del cielo y la gran maestra del espíritu” (Pág. 6)

La lectura de la introducción me instruyó sobre las diferentes ediciones de la obra, circunstancia y destinarias de la misma, el papel de los censores, una breve sinopsis del Camino, así como algunas claves de lectura que leí con autentica fruición. Pero al volver a la lectura del texto de Teresa, seguía encontrándome con grandes dificultades y mi lectura avanzaba a trompicones, con continuas relecturas de lo ya leído para bien captar su contenido.

De esta suerte deambulé a través de varias ediciones de Camino, solicité  ayuda a amigos  teólogos, editores y pastoralistas versados en Teresa de Jesús (les ahorro el detalle, además olvidaría algún nombre) y me decidí por las Obras Completas de la Santa, cuyo castellano se me hizo más límpido y asequible, y con excelentes introducciones. Entre los libros consultados debo subrayar el de Teófanes Egido que referencio en su momento[2].

De todo lo anterior ya pude llegar a dos primeras conclusiones, de entrada. La primera es que un lego en la materia teresiana no puede, ni debe, sin más, adentrarse en sus textos. Corre el riesgo de que, literalmente, se le caigan de las manos. En segundo lugar, pienso que hay que dejar las ediciones originales, con el castellano y la redacción de hace cuatro siglos para los eruditos y especialistas. Para el común de los lectores creo que hay que adaptar los textos al castellano de nuestros días.

1.     La “marca” teresiana

Hay un largo texto al inicio de Camino que traigo, a modo de exordio, pues muestra, a mi juicio, aspectos fundamentales del espíritu que anima toda la obra. En primer lugar el papel de la oración en el hacer de Teresa y de sus religiosas de San José (que después extendería en otras fundaciones), en lo que hoy llamaría el carisma vocacional de Teresa, la “marca” de la casa teresiana, si utilizamos símiles de la innovación actual. En segundo lugar, la inserción total, la inmersión incluso, de la “marca” teresiana de la oración en el contexto histórico-religioso que le toco vivir, por ejemplo, la presencia del protestantismo en el escenario político-religioso de su tiempo. Teresa se expresa así: “Venida a saber de los daños de Francia de estos luteranos y cuánto iba en crecimiento esta desventurada secta, fatiguéme mucho, y, como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal. Y, como me vi, mujer y ruin e imposibilitada de aprovechar en nada en el servicio del Señor, que toda mi ansia era, y aún es, que, pues tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que esos fuesen buenos; y así determiné a hacer eso poquito que yo puedo y es en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda perfección que yo pudiere, y procurar estas poquitas que están aquí (las, creo que, 13 religiosas de su convento) hicieren lo mismo, confiada yo en la gran bondad de Dios que nunca falta de ayudar a quien por él se determina a dejarlo todo; y que, siendo tales cuales yo las pintaba en mis deseos, entre sus virtudes no tendrían fuerza mis faltas y podría yo contentar al Señor en algo, para que todas ocupadas en oración por los que son defendedores de la Iglesia y predicadores y letrados que la defienden, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado le traen a los que ha hecho tanto bien, que parece le querrían tornar ahora a la cruz estos traidores y que no hubiese a donde reclinar la cabeza”. (Camino 1,2).

La oración es la respuesta ante el descalabro de tantos cristianos que parece “no están hartos, Señor de mi alma, de los tormentos que os dieron los judíos” (C. 1,3). Teresa será también muy dura con los luteranos, manifestando una teología dominante en su tiempo pero que, digámoslo sin ambages, ya no tiene curso entre nosotros. Así cuando afirma casi a renglón seguido…“¿qué esperamos ya los que por la bondad del Señor estamos sin aquella roña pestilencial?.Que ya aquellos son del demonio. ¡Buen castigo han ganado por sus manos y bien han granjeado con sus deleites fuego eterno!. ¡Allá se lo hayan!, aunque no se me deja quebrar el corazón ver tantas almas como se pierden, mas del mal no tanto. Querría no ver perder mas cada día” (Camino 1,4). De ahí la concreción de la singularidad teresiana expresaba con fuerza en el punto siguiente cuando exclama, “Oh, hermanas mías en Cristo!. Ayudádmele a suplicar esto; para esto os juntó aquí el Señor, éste es vuestro llamamiento, estos han de ser vuestro negocios, éstos han de ser vuestros deseos, aquí vuestras lágrimas, éstas vuestras peticiones; no, hermanas mías, por negocios acá del mundo; que yo me río y hasta me congojo de las cosas que aquí nos vienen a encargar….¿hemos de gastar tiempo en cosas que por ventura, si Dios se las diese, tendríamos un alma menos en el cielo?. No hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia” (Camino 1, 5).

2. El celo apostólico de Teresa

Pensando en la sociedad varios aspectos me parece cabe resaltar en los textos anteriores. En primer y principal lugar, lo que llamaría el celo apostólico de Teresa, “salvar almas” como el principal negocio con Dios de las religiosas que con ella conviven en el Convento sin distraerse en otras cosas (cuestiones de rentas como aparece mas adelante en los textos) en una especie de abandono a Dios que ya proveerá a lo necesario. Este celo apostólico de Teresa y la jerarquización de preocupaciones consiguiente conlleva la primacía de la oración. La oración, sin lugar a dudas tema central de Camino, tiene en este contexto concreto la premura y la urgencia de la salvación eterna de personas que, a tenor de la teología de su tiempo, parecían condenadas al infierno. Para que tal mal no sucediera Teresa, con sus religiosas encerradas en un convento que, se pretende de estricta observancia, al menos en un primer tiempo,  sitúa la oración como el eje central de la misión de las religiosas. Ciertamente, leída esta decisión en el siglo XXI presenta, como gran parte del mensaje de Teresa, al menos a ojos de quien esto escribe, una enorme actualidad pero que exige ser contextualizada. Lo esencial es la respuesta (una de las respuestas en realidad) que da Teresa ante un fenómeno mayor de su tiempo, la reforma protestante: solicita a sus religiosas que, dejando de lado cosas secundarias se concentren en la oración. Ante un tema de orden religioso, la reforma protestante, Teresa responde con una afirmación y una priorización de orden religioso: la unión con Dios a través de la oración.

En la sociedad actual, en la teología de nuestros días (pese a no estar todavía del todo resuelta la cuestión del “extra ecclesia, nulla salus”), cuando ya hemos eliminado de la oración de Viernes Santo el calificativo de deicida al pueblo judío, cuando ya el Papa se reúne en oración con el Arzobispo de Canterbury con motivo de la beatificación del cardenal Newman, cuando recientemente en París y por iniciativa, entre otros del Cardenal Ravasi, se organiza el Atrio de los Gentiles (a cuyo final y por azar, tuve ocasión de asistir en el “Parvis de Notre de Dame la noche del 25 de marzo) la llamada a la oración de Teresa adquiere todo su pleno significado. Una oración perenne en lo que supone de afirmación de la trascendencia, de apertura a Dios, de confianza en Dios al par que muestra una oración concretada, aculturada diria yo recordando al gran orante que fue el Padre Arrupe, (cuyo centenario recordamos con espléndidas e iluminadoras conferencia hace poco en Deusto[3]) oración aculturada,  repito, contextualizada en el momento concreto en el que la comunidad cristiana vive el Memorial de Jesús, el Cristo. Una comunidad muy dividida, muy enfrentada, en los tiempos de Teresa. Una comunidad que sigue dividida pero, afortunadamente no tan enfrentada en nuestros tiempos, por obra de la acción del Espíritu, en la que se inserta la insistencia de la oración, ayer de Teresa en su comunidad, hoy de todos los creyentes que buscan la unión de los cristianos.

3. Camino, libro de oración

Pues hay que insistir que Camino es, todo él, un libro de oración. José Vicente Rodríguez, en la introducción al ya citado “Camino de perfección” de la editorial San Pablo en 2008, escribe que “realmente el libro se podría titular con toda justicia Camino de Oración”. Como es bien sabido su estructura no puede ser más elocuente y tras una introducción sobre la finalidad de reforma teresiana, el resto rezuma oración. Como resume Daniel de Pablo en la introducción a Camino en las Obras completas de Santa Teresa, “presupuesto de una ética comunitaria para construir una comunidad orante (capítulos 4-15); amor fraterno, desasimiento y humildad: formas de oración activa y contemplativa y su repercusión en la vida comunitaria (16-18); grados y matices de la oración: vocal, mental, recogimiento, quietud y principios de unión (19,32)” Y añade Daniel de Pablo: “desde el capitulo 27 hasta el final glosa a su manera, el paternóster, que le sirve de soporte para demostrar la grandeza de la oración vocal y su equivalencia a la mental en una época en que estaba casi prohibida o mal vista”.[4]

Antes de entrar en este último aspecto de los problemas de la santa con la oración mental, sí quiero subrayar, de nuevo, la extrema actualidad de la oración en el mundo de hoy. La oración como apertura a Dios, la oración como superación de la prosa de vida pero sin caer en la pseudopoética de no se sabe bien qué tipo de experiencias místico-corporales, más próximas de sugestiones colectivas o ensueños particulares de gentes débiles. Una oración enraizada en la vida cotidiana, en la comunión de la sociedad de religiosas que cohabitan y conviven en su convento de San José, sociedad que, siguiendo la clásica distinción sociológica, se hace comunidad. Comunidad orante, comunidad contemplativa, comunidad fraternal (pues sin obras tampoco hay nada)

En nuestro mundo de hoy, perseguido por el individualismo, donde el encerramiento de cada cual en su mismidad es un riesgo del que muchos de nuestros conciudadanos no son conscientes, la oración teresiana abierta al mundo de la experiencia de una comunidad caritativa, ofrece una pertinencia y actualidad evidentes. Una ayuda también si se sabe bien ofrecerla. Quizás convenga traer aquí algunas cifras de la última Encuesta Europea de Valores en su aplicación a España de 2008. A la pregunta de “la frecuencia con la que el entrevistado reza a Dios, aparte de cuando asista a servicios religiosos”, encontramos, en la población española mayor de 18 años estas cifras básicas: el 22,9 % señalan “rezar a Dios” a diario, segmentados así: el 14 % son hombres y el 31 % mujeres; por edades apenas llegan al 12 % los que tienen menos de 34 años, subiendo hasta el 48 % los de más de 65 años de edad. La oración, como es sabido es mas frecuente en las mujeres y entre las personas de mas edad (como la vida de Teresa ya corroboraba hace 4 siglos). Añadamos, para dar una visión más amplia de la realidad de la práctica de la oración en la sociedad española, según la referida encuesta de valores de 2008, que, para el conjunto poblacional (luego sin desglosar por edades y sexo para no engrosar en exceso de cifras estas líneas) que el 9,3 % dicen rezar a Dios “más una vez a la semana” y otro 4,7 %, “una vez a la semana”. Si adicionamos las tres cifras aquí ofrecidas para el conjunto poblacional español (edades y sexo comprendidos) llegamos al 37% de la población española que afirma rezar a Dios, “al menos una vez a la semana”, cifra que supera al 33% que señala no hacerlo “nunca”, quedando algo menos del tercio restante, señalando que rezan “al menos una vez al mes” (el 8%, en números redondos); “varias veces al año” (otro 8 %) y “con menos frecuencia” (el 12 % de la población española[5].

Traemos a colación los datos anteriores porque, en demasiadas ocasiones, se tiende a considerar el nivel de religiosidad de una población determinada por su práctica religiosa sirviéndose del indicador de la asistencia a la eucaristía dominical, como único referente contable. No vamos a negar, en absoluto, la pertinencia del indicador “asistencia a misa” - aunque su manejo, tanto diacrónica como sincrónicamente, es mas complicado del que se da a entender -, pero no es el único. Incluso me atrevo a decir que no es el más significativo. Se puede (y se ha podido) ir a la iglesia los domingos, así como dejar de hacerlo, por un sin fin de razones, algunas extrañas a los propios fieles. Así por ejemplo la ausencia de sacerdotes en determinadas zonas rurales. Sin embargo la oración personal, la oración mental, como la denominaba Teresa de Jesús, es más personal, mas propia a cada uno, “intimor intimo meo”, lo que en nuestro lenguaje sociológico denominamos la dimensión experiencial de lo religioso. Y aquí, precisamente aquí, es donde el entronque de Teresa de Jesús, de su Vida y de sus escritos, particularmente Camino de Perfección, con el mundo de hoy se hace total. Siempre adaptándolo al lenguaje al actual y con la necesaria contextualización histórico-conceptual, no me cansaré de decir, y repetir.

Ahora bien, como señala con fuerza, Teófanes Egido, uno de mis principales guías en esta mi primera aproximación a Teresa de Jesús, “nada tiene que ver con la espiritualidad de santa Teresa los espiritualismos o los misticismos degradados que pulularían después”[6]. Ya nos había advertido, líneas arriba, refiriéndose a la experiencia religiosa de carácter místico de la santa, que “no se trató de nada sensorial, físico, ni en esta ocasión (el episodio del dardo) ni en el resto de las experiencia de estirpe mística”. Y trae a colación algunas afirmaciones de la propia Teresa de Jesús al respecto, de las que me limito a reproducir sus palabras, tras haber contado una visión del resucitado: “Esta visión, aunque es imaginaria, nunca la vi con los ojos corporales, ni ninguna, sino con los ojos del alma. Dicen los que lo saben mejor que yo, añade Teresa, que es más perfecta la pasada que ésta, y ésta mucho más mucho que las que se ven con los ojos corporales” (En V. 28,4, citado por Egido, o. c. p.43). Nada que ver todo esto, en consecuencia, con espiritualismos esotéricos y exóticos que no pocas veces nos muestran los medios de comunicación en nuestros días en boca de pseudo-místicos, iluminados, adivinadores del futuro etc., etc. La experiencia mística de Dios en Teresa tenía lugar en el interior de si misma  y solamente es dable ser vista con “los ojos del alma”. De un alma imbuida de la  presencia de Dios, de vivir en Dios, de desear vivir en El, pues “a quien Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta”. Es la idea de fondo que Benedicto XVI en la Vigilia de Oración de la reciente JMJ en Madrid, traslada a los jóvenes citando a Teresa de Jesús (en el “Libro de la vida”, 8) cuando les dice que la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quién sabemos nos ama”.

Leyendo estos textos de Teresa he recordado, y encontrado en mi biblioteca, un libro que leí hace años de Luis González-Carvajal, donde refiriéndose a la experiencia religiosa escribía: “desde luego, siendo Dios el ´Totalmente Otro´, la experiencia de Él no se semeja en absoluto a la experiencia que podemos tener de las realidades infrahumanas. Y, sin embargo, se da en relación con una experiencia infrahumana (casi siempre por otra parte, muy ordinaria). La experiencia de Dios, concluye González-Carvajal, es, sencillamente “una experiencia humana con una interpretación religiosa” (subraya el autor)[7]. No soy ningún experto de experiencias místicas pero sí creo poder afirmar (aún recuerdo mis cursos de psicología religiosa con Antoine Vergote en la Universidad de Lovaina en torno al ya lejano año 1970) que toda experiencia religiosa se inserta en lo más profundo de la persona humana a condición de que a esta le lleguen de alguna manera lo que, siguiendo a Peter Berger llamaría los “rumores de Dios” y, a continuación la persona humana, dotada de razón responda con un asentimiento positivo que, con la asiduidad de la oración y el ejercicio de la inteligencia de la razón, personal y comunitaria, le llevará a hacer de un rumor un destino, un proyecto vital.

Muchas veces he escrito que, en el caso de los adolescentes y jóvenes, este rumor de Dios no les llega. Incluso el que les llega, demasiado frecuentemente no es el auténtico. Es un pseudo-Dios. Pienso que en la Iglesia, de forma particular los que profesionalmente hemos trabajado en el campo de la enseñanza, necesitamos un alto en el camino y reflexionar sobre nuestro trabajo.

 Teresa escuchó los rumores de Dios, en primer lugar, en su propia familia y, particularmente en la figura de su padre, los ejercitó con asiduidad en la oración, se abrió al tiempo en el que el azar le hizo vivir, y con ellos, en diálogo, no siempre fácil con los “letrados” de la Iglesia construyó su futuro, ya en edad adulta. Siendo siempre ella misma: Teresa de Jesús, una mujer de su tiempo, enraizada en su tiempo pero capaz de adelantársele superando no pocas herencias que dejaban a la mujer en un muy segundo lugar, lugar del que, digámoslo de pasada, aun no ha salido enteramente, en nuestra Iglesia.

4. Teresa de Jesús era mujer.

Teófanes Egido en la introducción de su libro sobre Teresa de Jesús que ya he mentado escribe al inicio de su epígrafe “mujeres y orantes” estas líneas que sorprenden un tanto por su crudeza.  “Todo el esfuerzo se dirige a que los destinatarios, en este caso las destinatarias, más concretamente sus monjas, se animen a lanzarse por los caminos de la oración. Decir monjas quería decir mujeres, y hablar de mujeres orantes en aquellas circunstancias históricas de la monarquía española era atizar todos los recelos de los letrados, de los inquisidores, hacia el peligro que entrañaba para aquellos cancerberos de la ortodoxia la osadía de que las mujeres se dieran a la oración. Sufrían entonces una doble marginación: por mujeres y por orantes”. (Egido 44). Pero, si nos dirigimos a los textos de la propia Teresa constataremos que la crudeza es aun mayor. No me resisto a transcribir casi en su integridad el punto 1 del capitulo 4º de la primera versión de Camino. Podría haberlo escrito una feminista de nuestros días. Una feminista cristiana hasta la médula, claro está. 



“Confío yo, Señor mío, en estas siervas vuestras que aquí están: que veo y sé que no quieren otra cosa ni la pretenden sino contentaros. Por Vos han dejado lo poco que tenían. Y quisieran tener más para serviros con ello. Pues no sois Vos desagradecido, Criador mío, para que piense yo que daréis menos de lo que os suplican, sino mucho más; ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor[8] y más fe que en los hombres pues estaba vuestra sacratísima Madre, en cuyos méritos merecemos, y por tener su hábito, lo que desmerecimos por nuestras culpas. ¿No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas e incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por vos en público ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habías de oír petición tan justa?. No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois juez justo, y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa.



Sí, que algún día ha de haber, Señor mío, que se conozcan todos. No hablo por mí, que ya tiene conocido el mundo mi ruindad, y yo holgado que sea pública, sino porque veo los tiempo de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres”. [9]



Como decía más arriba estas palabras podrían haber sido dichas y escritas por una mujer de hoy, una mujer de hoy que se rebela contra lo que estima ostracismo de la mujer en la sociedad y en la iglesia. La apelación al Señor de la  bondad y la justicia,” que sois juez justo, y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa” no deja lugar a dudas. La mujer, incluso en sus virtudes, es tenida por sospechosa por los jueces del mundo que, como hijos de Adan, son “todos varones”. Se entiende que estas palabras hayan sido censuradas en la versión escorialense de Camino. Pero de esta censura y de la actitud de Teresa ante ella podemos sacar algún provecho o, al menos, quien esto escribe, en esta su primera aproximación a Teresa, luego sin autoridad alguna, cree encontrar elementos valiosos para afrontar algunas crisis que estamos viviendo en la actualidad en la Iglesia Católica.



5. Teresa y las zozobras en la Iglesia, ayer y hoy.

Hay un acuerdo generalizado, tanto en la jerarquía católica como en los creyentes, así como entre los estudiosos de los fenómenos religiosos, de que la Iglesia Católica vive, en la actualidad, tiempos de zozobra. Sin que falten los que hablen de división. Todo ello bajo la capa de un indiferentismo religioso, aunque en este último punto, algunos mantengamos más de una duda. De zozobra, de forma particularmente sangrante, ante el escándalo de la pederastia en un numero elevado de sacerdotes y religiosos, sin excluir algunos obispos. También de división en el seno de la Iglesia que presenta diferentes registros que no hacemos sino, brevemente, mentar. En algunos casos tiene que ver con el distanciamiento de los creyentes (y no pocos sacerdotes y Obispos, aunque estos últimos en sordina, cuando no silencio) respecto de algunos aspectos de la doctrina oficial de la jerarquía. El caso mas paradigmático es ciertamente Humanae Vitae y la actual actitud de la Iglesia ante el preservativo, especialmente ante el drama de la transmisión del SIDA, algo aligerada por Benedicto XVI recientemente.

Drama es también el de la falla en la comunión plena en la Iglesia de las personas divorciados y que han vuelto a rehacer su vida con otra persona. Nos referimos, claro está, a personas que siguen manifestando su fe católica. Por otra parte en el terreno teológico se observa una disposición conciliadora con aquellas personas y movimientos que manifiestan adoptar planteamientos pretéritos (seguidores de Lefebvre y los “conservadores” anglicanos, por ejemplo) al par que se muestran rigideces cuando no expulsiones o llamadas al silencio hacia las personas o movimientos que se afanan por mirar al presente y al futuro y por presentar un mensaje cristiano plausible al mundo de hoy. Un mensaje sin rebajas aunque adaptado al mundo de hoy. La lista de teólogos que se podría nombrar sería muy larga. No puedo no mencionar el nombre de José Antonio Pagola, de cuyas enseñanzas tanto me he nutrido. En fin, y no es tema menor, algunos estudiosos del fenómeno religioso con las armas de las ciencias sociales, venimos sosteniendo la gran falla que esta produciendo (que se ha producido ya) en la Iglesia católica en la transmisión familiar de la fe por el secularismo religioso de muchas madres, entre otras (aunque no únicas) razones, porque no aceptan su actual estatus en la Iglesia que consideran lesivo, justamente lesivo a nuestro juicio, para su dignidad de mujeres.



En el seno eclesial tres actitudes hemos creído encontrar ante este estado de cosas, demasiado sucintamente expresado mas arriba, lo admitimos: la obediencia incondicional a la Jerarquía, a la teología que propugna y a la lectura que hoy realiza del Vaticano II; la denuncia y crítica constante, sostenida y prácticamente sin matices hacia esa misma Jerarquía y sus documentos y actuaciones propugnando, llegado el caso, la insumisión y, en tercer lugar, señalaría la actitud de los que han optado por lo que, en varias ocasiones, a varias personas, he escuchado, bajo el término de “exilio interior”, la actitud de quienes no sintiéndose cómodos (o más bien muy incómodos) ante determinadas manifestaciones y modos de hacer imperantes en la actual cúpula eclesial católica, optan por vivir su fe en el silencio o, quienes teniendo alguna relevancia socio-eclesial, se retiran de la escena publica. No faltan, tampoco, quienes, de puntillas, abandonarían el barco eclesial.



Como me he expresado en varios ámbitos al abordar este tema ninguna de estas posturas me satisface. La tantas veces mentada expresión de San Agustín de que "en lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad" me parece un buen faro para avanzar en estos tiempo complicados. También esta reflexión que, al azar de mis navegaciones en Internet he encontrado en boca de Benedicto XVI con motivo de su alocución en Pentecostés de 2010: “la unidad se manifiesta en la pluralidad de la comprensión. La Iglesia es en su naturaleza una y múltiple, destinada como es a vivir en todas las naciones, todos los Pueblos, y en los mas diversos contextos sociales”.



Pienso que Teresa de Jesús puede ayudarnos también en este punto, pero antes quiero hacer un aparte con el Cardenal Newman,



6. Un excursus para Newman.



La beatificación el año pasado de Newman me anima a detenerme un momento en su figura y en su actualidad para el tema de las zozobras en nuestra Iglesia. “Mi inmutabilidad aquí abajo consiste en perseverar en el cambio…Aquí abajo, vivir es cambiar; ser perfecto quiere decir haber cambiado a menudo”. El profesor Jean Honoré, hecho cardenal, ya de mayor como Newman, en su excelente estudio “La pensée de John Henry Newman: une introduction” Paris 2010, comenta así esta idea de Newman: “yo no tengo otra posibilidad de devenir lo que soy más que aceptando la dura ley del cambio y del desarrollo, que no es sino el envés de la ley de la duración y de la temporalidad”. (Pág. 62)



Ratzinger, también traía a colación las mismas palabras de Newman, el año 1990, en un texto que sirve de presentación a la reciente edición en castellano de la extraordinaria (y compleja) obra de Newman, “Apología pro vita Sua” (Ed. Ciudadela, 2009). Escribió Ratzinger que “durante toda su vida, Newman fue una persona en permanente estado de conversión, una persona en permanente trance de transformación, y por eso permaneció y llegó a ser cada vez más él mismo”.



Estos principios newmanianos del desarrollo, del crecimiento, del cambio, son hoy muy pertinentes, y nos parecen de una extraordinaria actualidad ante el riesgo, precisamente, del exilio interior, de encerrarse en su mismidad: yo y los míos, yo y los que son de mí cuerda, yo y los que piensan como yo. 



Newman rechaza con fuerza el “liberalismo” religioso, “el principio antidogmático y sus consecuencias” (Apología p. 78), que  Benedicto XVI trasladaría hoy el bajo el término de relativismo. Ahora bien, para Newman hay una primacía absoluta de la conciencia personal, lo que hace de él, si se me permite la expresión, un pensador liberal. Su famosa afirmación, en el inicio de la Apología, (p. 38) “yo mismo y mi Creador”, es una muestra de ello. Al mismo tiempo propugna que hay una experiencia natural del pensamiento que hay que aceptar y que, “rechazar esta experiencia del pensamiento, bajo el pretexto de que no contiene todas las garantías para llegar a la verdad, equivale a rechazar la condición humana, lo que al final es hacer injuria a la creación que nos ha hecho como somos”. Esta dimensión siendo Rector en Dublín, católico ya, y escribiendo sobre la universidad, la concreta con esta reflexión de innegable actualidad en nuestros días: “la mejor manera de aprender a nadar en aguas tumultuosas no consiste precisamente en no arriesgarse jamás….Podar de vuestros manuales escolares todas las grandes manifestaciones del hombre natural y vuestro alumno los encontrará en la puerta de vuestra clase, con la vida y el soplo de la realidad” (Citado por Honoré, p.140).



En este punto encontramos un aspecto del pensamiento de Newman que pensamos de gran actualidad y que la Jerarquía católica debiera adoptar, de una vez por todas, sin miedos y no solo reconociendo sino alentando el carácter adulto de la fe cristiana. Una fe que hunde sus raíces en la conciencia personal, única conciencia desde la que la persona humana puede ser creyente o no creyente, creyente de esta o aquella confesión religiosa, o de esta o aquella sensibilidad religiosa en el seno de la misma confesión religiosa.



Benedicto XVI, dirigiéndose a los periodistas en el avión que le llevo de Roma a Edimburgo el 16 de Septiembre de 2010, dijo de Newman que es un hombre moderno "con todas las dudas y los problemas de nuestro ser de hoy. Esta modernidad interior de su vida, añadió el Papa, implica la modernidad de su fe. No es una fe en fórmulas de un tiempo pasado sino una fe personalísima, vivida, sufrida, encontrada en un largo camino de renovación y de conversiones", subrayando con su tono de voz esta última palabra en plural. (Zenit 16/09/10)



Newman nació anglicano y murió católico. Los primeros lo tuvieron por traidor y los segundos por sospechoso advenedizo. Aunque al final, todos, católicos (León XIII le hizo cardenal en 1879) y anglicanos (en 1877 es promovido fellow honorario de Trinity College) lo acogieron y se sintieron honrados de su presencia. Hoy diríamos que fue un fronterizo. Siempre  insatisfecho, interpela hasta los tuétanos a quien busca la inteligencia de la fe.



7. Volviendo a Teresa y las zozobras de la Iglesia en nuestros días



Varios meses después de mi acercamiento a Newman lo hago con Teresa de Jesús. No soy quien para hacer comparaciones entre Newman y Teresa. No soy competente para ello. Mas modestamente diré que me he nutrido de ambos (entre otros) y que en mi radical pregunta de lo que supone ser cristiano en el mundo de hoy y de lo que, a mi modesto juicio, puede aportar el cristianismo en general y el catolicismo en particular, he encontrados algunos factores comunes, y de gran actualidad en Newman y en Teresa de Jesús.



Teresa acepta la revisión que le propone el Censor y sigue en la Iglesia. Pero, manteniendo intacta su personal y propia fe. Intransferible, pues, como diría Newman, "nuestro gran maestro interior de religión es nuestra conciencia. La conciencia es una guía personal, y la uso porque tengo que usarme a mí mismo. Soy tan incapaz de pensar con una mente que no sea la mía como de respirar con los pulmones de otro. La conciencia está más cerca de mí que cualquier otro medio de conocimiento”[10]. Teresa establece una estrategia de “humildad retórica” siguiendo la expresión de Juan Antonio Marcos, en el tema de las mujeres en la Iglesia. Es cierto que por una parte no tiene empacho en participar de opiniones comunes negativas referidas a las mujeres, aplicadas a sí misma: “mujer y ruin”, “mujer flaca y ruin”, “las mujeres no somos para nada”, “a cosa tan flaca como las mujeres todos nos puede dañar” etc., etc., ya en el propio prologo de CE. Pero en muchas momentos no son sino estratagemas, “premisas” dirá Egido (o. c. pagina 45) seguidas casi siempre de alguna invectiva contra los hombres. Da la impresión, continúa Egido de que Teresa estaba convencida de la superioridad de las mujeres sobre los hombres en lo que a ellas se les negaba: en la sensibilidad espiritual. Así este texto referido a la Virgen que se declaraba esclava de la palabra de Dios sin disputas, “no como algunos letrados (que no les lleva el Señor por este modo de oración ni tienen principio de espiritualidad) que quieren llevar las cosas con tanta razón y tan medidas por sus entendimientos, que no parece sino que han ellos con sus letras de comprender todas las grandezas de Dios. ¡Si aprendiesen algo de la humildad de la Virgen Santísima!. (MC 6,7). Ustedes sabrán mejor yo si a esto se le puede llamar teología de la mujer o teología feminista.



En definitiva, aceptación del Censor (la segunda edición de Camino saldrá censurada) al par que estrategia de repliegue y humildad retórica para, sin embargo, afirmar con rotundidad su “derecho” a la oración. Tanto mas siendo mujer. Reivindicando su condición de mujer en un mundo de hombres. Pues Teresa al reivindicar su misión dirigiéndose a sus religiosas exclamará “que querría dar voces y disputar, con ser la que soy, con los que dicen que no es menester oración mental” (CE 22,2)

En efecto, Teresa acepta la revisión sin renunciar a su conciencia personal y sigue en la Iglesia. Tiene perspectiva histórica, paciencia histórica. Distingue lo esencial de lo accesorio, lo contingente (el tiempo que lo toca vivir al que sabrá aculturarse inteligentemente), de lo perenne: la vida en oración, sus obras, su vida puesta en Dios. “Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta”. Pues ya habrá experimentado que “todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza”.

En resumen, estos rasgos destacaría a la hora de responder a la cuestión que motiva esta conferencia. En primer y principalísimo lugar, la centralidad de la oración confiada en Dios, oración aculturada al tiempo que le toco vivir. Su condición de mujer, cuyo papel y especificidad religiosa reivindica con fuerza en tiempos de aplastante dominancia masculina, no dudando en aplicar para ello, “tretas de mujer”. En tercer lugar, su fidelidad a la Iglesia eso que he denominado como la paciencia teresiana, paciencia histórica basada en la confianza absoluta en Dios al par que en la afirmación de una fe adulta. En estos elementos creo encontrar gran actualidad para nuestro mundo de hoy y, en especial para el de nuestros jóvenes. Con esas armas, imprescindibles para los tiempos difíciles, Teresa sabe ir más allá de las tres actitudes que, personalmente, he detectado en la Iglesia de hoy: obediencia ciega a la autoridad, rechazo radical a la jerarquía, exilio interior. Teresa de Jesús no haría ascos a esta directriz del Concilio Vaticano II cuando dice que “cada cual tiene la obligación y por consiguiente también el derecho de buscar la verdad en materia religiosa, a fin de que, utilizando los medios adecuados, se forme, con prudencia, rectos y verdaderos juicios de conciencia”[11].

8. Terminando con Tellechea Idígoras y Unamuno

Quiero terminar esta incursión en Teresa de Jesús, trasladando y comentando dos textos de José Ignacio Tellechea Idígoras, recogidos de la transcripción de una conferencia pronunciada en el Aula Unamuno de la Universidad de Salamanca en un ciclo organizado por la Cátedra “Domingo de Soto”, “Mística y Poesía”, juntamente con Eugenio Busto y Dámaso Alonso[12]. Escribe Tellechea: ¡Que envidiable seguridad y certeza la de Santa Teresa para nuestro tiempo de inseguridad y desconcierto; que plenitud frente a nuestro vacío; qué alto vuelo para los pobres aprisionados en las mallas de nuestro racionalismo, en la servidumbre al intelecto raciocinante! (Pág. 10 de la Separata de “Surge”). Y, más adelante, ya al final de su conferencia, remacha Tellechea: “vivimos era de angustia, de descomposición, de búsqueda. Cuando tantas certezas han sido socavadas por los llamados maestros modernos de la sospecha –Marx, Nietzsche, Freud- , la melodía lejana pero firme de los místicos con su sobrecogedora seguridad nos suena a algo nuevo, incitante, perturbador. Un poeta moderno ha expresado este estado de ánimo en que la nostalgia atraviesa todavía el aparente abatimiento resignado.

“pero el camino hacia Ti  es terriblemente largo y como hace tiempo que ya nadie lo recorre, está borrado”

Yo recorrí ese camino que parece borrado, nos dice Teresa de Jesus. Es camino estrecho, apretado, pero es camino real. “Quien de verdad se pone en él, va seguro”. El camino pasa por los secretos de nuestra interioridad. Y vuelve a citar Tellechea a la santa, precisamente en Camino de perfección, 24,4, “quien se pudiere encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma crea que lleva buen camino”. Nos certifica que existen altas cimas porque las pisó ella, continua José Ignacio. Y continua: “Podrá su testimonio abrir una brecha en nuestra hermética incredulidad?. ¿Podrá convertirse en un nuevo modo de magisterio de la sospecha y abrir en lo prosaico y verificable una escotilla desde la que atisbar lo posible, lo impensado, lo que rebasa nuestros cálculos racionales y alienta nuestros más profundos anhelos?

Añade Tellechea: “Quisiera glosar esta esperanza con unas palabras de Unamuno. ´Por un quizá empieza la fe que salva; quien duda de lo que ve, una miajica no mas, acaba de creer lo que no ve ni vio jamás” (Pág 21, de la Separata de “Surge”)

Siendo estudiante en Lovaina retuve de un texto de Maurice Bellet (no recuerdo en qué publicación) una idea que, ésta sin embargo, me ha acompañado más de cuarenta años: “una fe que no duda es una fe dudosa”. Leyendo a Newman, más recientemente, también caí en la cuenta de los riesgos de enfangarse en los vericuetos a los que el orgullo nos puede conducir si hacemos de la duda nuestro norte vital. Sencillamente porque haríamos de nosotros mismos el único criterio de verdad, el grave error de Lutero, a decir de Newman. El camino de Teresa deja abierta la duda, si, pero en el abandono de la oración confiada en Dios y en la Tradición manifestada en la Iglesia Católica. Teresa es testigo de la encarnadura de Dios que siempre respeta a la persona y al tiempo que nos toca vivir, sorteando las dificultades de comprensión que ello pueda conllevar en cada caso concreto. En el suyo, por ejemplo, su condición de mujer orante. Por duro y difícil que sea. Este creo que es uno de sus mayores legados para nuestros días.

Donostia San Sebastián, 27 de julio de 2011

Javier Elzo

Catedrático Emérito de Sociología en la Universidad de Deusto.



[1] Edit. San Pablo, Madrid 2008.
[2] De todos modos, quiero añadir que quien suscribe es el único responsable del presente texto.
[3] AAVV, “Arrupe y Gárate: dos modelos”. Serie Forum Deusto. Publicaciones de la Universidad de Deusto. Bilbao 2007.
[4] Introducción a Camino de Perfección en “Obras Completas de Santa Teresa”, Editorial de Espiritualidad”, Madrid 2000, página 509.
[5] Puede consultarse el capitulo socio-religioso del libro que recoge los valores de los españoles en la publicación de Javier Elzo y María Silvestre (dirs), Iratxe Arístegui, Miguel Ayerbe, Edurne Bartolomé, Javier Elzo, Francisco Garmendia, José Luis Narvaiza, Raquel Royo, María Luisa Setién, María Silvestre, Manuel Mª Urrutia, “Un individualismo placentero y protegido”. Cuarta Encuesta Europea de valores en su aplicación a España. Edit. Universidad de Deusto.411 páginas, Bilbao 2010. De todas formas algunos de los datos que ofrezco en el cuerpo de este artículo provienen de la base de datos que disponemos en la Universidad de Deusto de la totalidad de los contenidos en los 43 países donde se administró la cuarta encuesta europea de valores.
[6] .Teófanes Egido. “Teresa de Jesús: escritos para el lector de hoy”. Editorial de Espiritualidad. Madrid 2009, página 43.
[7] Luis González-Carvajal. “Los cristianos del siglo XXI. Edit. Sal Térrea. Santander 2000, página 99.
[8] . Como es sabido desde “y mas fe” …..hasta “aunque sean mujeres” fue tachado por la censura. Por eso no pasó a la versión de Valladolid.
[9] CE, 4,1 en Obras Completas. O. c. pp. 521-522)
[10] En Gramática del Asentimiento, nº 10.
[11] “Dignitatis Humanae”, 3. Traducción oficial vaticana.
[12] Cito de una Separata de “Surge”, Vol. 14 (1986) 380-398

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