jueves, 22 de diciembre de 2011

Notas por la reconciliación de los vascos



Notas por la reconciliación de los vascos

(Publicado en la Revista Internacional de Estudios Vascos- RIEV-, numero 55-2, en Diciembre de 2010, paginas 395-416)
 Con un añadido de diciembre de 2011. En parte recoge mi intervención en la entrega del premio de Eusko Ikaskuntza- Caja Laboral de 2009


La novela de Bernardo Atxaga, “El hijo del acordeonista”[1] tiene la desagradable virtud de hacernos revivir, a los que tenemos la edad del autor, historias que la memoria, aunque quiera, no puede olvidar. Los años de plomo de la dictadura franquista, en el corazón de la Guipúzcoa rural o semiurbana, con escapadas a la capital, afloran en los personajes de Atxaga. La  lectura de su novela llega un momento en que se hace insoportable pues resulta difícil mantenerse en la posición del lector espectador y no sucumbir en la del lector que se identifica, si no con el personaje, ¿con qué personaje además?, sí con el paisanaje.

Uno recuerda, siendo niño, debía ser en los finales de los cuarenta o comienzos de los cincuenta, que en Urbasa además de jugar a pelota, hacer caminatas y comer tortilla de chorizo, nos tumbábamos al suelo para, sujetándonos por atrás los pies, asomarse al Balcón de Pilatos. Todavía hoy el vértigo me puede no sea mas que viendo un documental de esos que nos muestran a gentes escalando montañas verticales. Debió ser en alguna de aquellas visitas al Balcón de Pilatos cuando mi padre me dijo que en la guerra arrojaron no sé quienes a quienes a punta de bayoneta por el Balcón. Alguien, antes del despeñamiento, debió decir que, como cristiano que era, debía reconciliarse con sus ejecutores antes de morir, de tal suerte que dándole un último abrazo…mortal consiguió que ambos cayeran al precipicio. Nunca he sabido si esto es cierto o no. Tampoco lo he investigado pero, ha sido cierto para mi, tanto que tantos años después se me aparece como uno de los recuerdos que más han marcada mi infancia, mi juventud y mi vida entera.

Fueron años de plomo. Pocos después, durante varios años viví una experiencia que todavía sigue viva en mi memoria. Fue en Segura, pequeña localidad guipuzcoana, perdida a la sombra del Aitzgorri, donde dicen que una cacicada de un jauntxo del siglo XIX impidió que el tren de Madrid pasara por allí, lo que apartó a Segura de las rutas comerciales. El 2 de abril de 1956, un cura fuera de serie, Cesareo Elgarresta creó Radio Segura, todavía emitiendo. Allí íbamos a rezar el rosario, allí escuché por primera vez las rapsodias húngaras de Listz, hice pinitos en la radio. Al bajar la pendiente escalera de la emisora, nos dábamos de  bruces, en la calle del medio, Erdiko kalea, con el cuartelillo de la Guardia Civil. Entre mis amigos había uno que vivía en la casa del cura, en realidad recogido en la casa del cura pues sus padres, adineraros nacionalistas fueron expoliados tras la guerra civil. Solía ir a San Juan de Luz a estar con sus padres. En forma velada me fui enterando, como nos enterábamos entonces de las cosas, por briznas de frases escuchadas en las comidas familiares, en los silencios de mi amigo, en sus furtivas mirabas al bajar de la emisora y toparnos con el Guardia Civil….Hoy mi amigo no guarda rencor. Hace poco, también me decía, que no veía inconveniente alguno, bien al contrario, en que se erigiera un monolito en recuerdo de las víctimas de ETA. 

En la escuela nos obligaban a cantar el “cara al sol” al terminar el día y aunque yo no guardo mal recuerdo de mi maestro no puedo olvidar las lágrimas silenciosas de algunos de mis compañeros. Tampoco guardo mal recuerdo del Jefe local de Falange, creo que se decía así, que nos organizaba encuentros juveniles en un local que, después supe, había sido requisado al PNV y, hoy, es el batzoki de Beasain. Hace unos cuatro o cinco años aquel Jefe local, excelente persona, me abordó en San Sebastián para decirme que tenía unos documentos “de juventudes”, de “entonces” que quizás me pudieran servir. “Hicimos lo que pudimos, no todo lo hicimos mal” me medio susurro. Creo que no le presté la atención debida y nada más he vuelto a saber de él.